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Opinión: La religión no le incumbe a la política

21 de marzo de 2018

El ministro alemán del Interior –a cargo también de los asuntos religiosos y constitucionales– no parece conocer el límite de sus responsabilidades, comenta Michel Friedman, columnista invitado.

Horst Seehofer bei Sitzung des CSU-Präsidiums
El socialcristiano Horst Seehofer, ministro alemán del Interior.Imagen: picture alliance/dpa/M. Balk

No dijo: "el Islam político no forma parte de Alemania”. Tampoco dijo: "el islamismo no forma parte de Alemania”. Sus palabras fueron claras y concretas; él dijo: "el Islam no forma parte de Alemania”. Y eso no fue producto de la imprudencia; el ministro alemán del Interior sabe lo que hace. Lo suyo fue premeditado.

Millones de alemanes de confesión musulmana viven en este país. Pero el Islam es una realidad de la República Federal de Alemania también por otras razones. Por una cuestión de principios, por ejemplo. Precisamente por ser el ministro del Interior, y por estar a cargo también de los asuntos constitucionales, Seehofer debería conocer el artículo 4 de la Carta Magna germana. Ese artículo define la libertad de religión: cada persona tiene derecho a creer lo que quiera. Cualquier religión es posible, toda creencia es imaginable, siempre y cuando éstas no estén reñidas con la Constitución alemana. El hecho de que un político se permita negar la existencia y la pertenencia de una confesión de alcance mundial a la realidad social y religiosa de Alemania pone en entredicho su propia comprensión del principio de la libertad de religión.

Michel Friedman, comentarista invitado de DW.

La historia sangrienta del Occidente cristiano

Esa exclusión del Islam no es defendible ni en términos históricos ni en términos sociopolíticos. Nadie pone en duda que el cristianismo haya sido la religión dominante en Europa durante muchos siglos. Pero ese Occidente cristiano, por el que tantos suspiran, no siempre se aproximó a la religión con un talante moderno. Al contrario: aquí también hubo alianzas entre los religiosos y los poderosos del mundo. Hubo guerras. Hubo misiones evangelizadoras agresivas. Aquí se les dio rienda suelta a los impulsos antijudíos desde el principio. Martín Lutero, el reformador, era un antisemita brutal.

Por eso, cuando aquí se habla de la simbiosis judeo-cristiana para marginar al Islam, uno debería reflexionar muy bien sobre lo que realmente se está diciendo. Después de todo, por varios siglos, esa simbiosis también creó guetos, fue excluyente, sangrienta y destructiva. El Holocausto dejó a la vista definitivamente la asesina brutalidad, hasta entonces desconocida, del odio hacia los judíos; el Holocausto reveló cuán cultural y religiosamente arraigado estaba ese odio en Europa, sobre todo en Alemania.

"No” al Islam político

El Islam es una de las tres religiones monoteístas de alcance mundial. No existe "el” Islam. En muchos países, el Islam es la religión oficial. Y en la mayoría de ellos, que son dictaduras, hay una simbiosis inefable entre el poder estatal y el religioso… como la que hubo en Europa por mucho tiempo. Este Islam político, que en primer lugar oprime a los propios musulmanes –como lo hacía el cristianismo con los cristianos– y que tiene agresivos objetivos imperialista-religiosos, es el que debe ser combatido con todas las fuerzas disponibles.

Pero estigmatizar al Islam como fe no es tarea de un ministro del Interior, que, al mismo tiempo, como autoridad responsable de los asuntos religiosos, debe encarnar el respeto hacia todas las confesiones.

En el partido populista de derecha Alternativa para Alemania (AfD), el Islam es una mala palabra, es una metáfora en la que viene envuelto el odio contra "el otro”. Los funcionarios de la AfD –y no sólo ellos– atizan el miedo de los ciudadanos apelando a generalizaciones, presentando al Islam como el más grande de todos los peligros. Ellos hablan de "sociedades paralelas” en las que los musulmanes no respetan las leyes alemanas, del desprecio de los musulmanes por la igualdad del hombre y la mujer, de la intolerancia de los musulmanes de cara a los homosexuales.

También la AfD construye sociedades paralelas

Nadie pone en duda que todo eso exista. Pero muchos simpatizantes de la AfD construyen sociedades paralelas también; ellos no respetan el artículo 1 de la Constitución alemana –"la dignidad de la persona es inviolable”– cuando difaman, insultan y estigmatizan a grupos sociales enteros. Su islamofobia es un problema casi tan grave como el odio hacia los judíos.

Sí, es cierto que el odio hacia los judíos asoma su fea cara entre los musulmanes de Europa. Pero el odio hacia los judíos tan propio de los nazis también salta a la vista en segmentos de la nueva ultraderecha. Lo uno no anula lo otro, el odio de un grupo no es mejor que el odio del otro. Lo que busco al describir estas tendencias es destacar que, hasta cierto punto, los portavoces de la AfD son tan misántropos y enemigos de la Constitución alemana como los objetos de sus ataques.

En lugar de intervenir responsablemente y de manera diferenciada en el debate emocional, Seehofer le echa más leña al fuego con talante populista. Tomar distancia de la AfD es tan importante como tomar distancia del Islam político. Abstenerse de usar el lenguaje de la AfD forma parte de las responsabilidades de su cargo. Ningún político tiene el derecho de decidir si una religión forma parte o no de este país.

Los límites de la política en lo concerniente a la fe

Si una religión, cualquiera que sea, es usada como fachada para cometer delitos o desacatar la Constitución, son la Policía y la Justicia las que deben ocuparse del asunto porque ninguna religión está por encima de la ley. Pero, de resto, las cuestiones de la fe no le incumben a la política. Ese es uno de los legados de la historia de Europa, donde se respeta la separación del Estado y la religión desde la era de la Ilustración.

Horst Seehofer sabe todo esto. Por eso, cuando él se comporta como si no lo supiera, es necesario criticarlo. Hacerle ese reproche no significa que en Alemania no se pueda decir lo que uno piensa, como suelen decir muchos. ¡En este país está permitido decirlo todo! Y Horst Seehofer hace uso de esa libertad con mucha frecuencia. Eso hay que soportarlo. Pero también Seehofer y sus seguidores deben soportar el hecho de que hay otras opiniones. En todo caso, yo opino que los políticos de los partidos democráticos deben emitir una señal diferente. La del respeto. Sobre todo en un momento en que hay populistas sentados en el Parlamento, en que la desinhibición se ha vuelto un fenómeno cotidiano y en que los discursos incendiarios se escuchan a diario en la esfera pública.

Autor: Michel Friedman (ERC/EL)

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