La respuesta de Trump a la resolución de la ONU sobre Jerusalén es al menos tan importante como la misma resolución. El presidente de EE.UU. solo tiene los intereses de sus seguidores en la mente, opina Michael Knigge.
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Para dejarlo bien claro desde el principio: Donald Trump tiene el derecho de reconocer a Jerusalén como capital de Israel, a pesar de que con ello se salte décadas de consenso entre demócratas y republicanos. Y también a pesar de que ignore así todas las advertencias de los socios en Europa y e el mundo árabe.
Del mismo modo, los miembros de Naciones Unidas también tienen derecho a expresar su insatisfacción sobre la decisión de Trump en una resolución. Lo hicieron sin mencionar de manera directa a Estados Unidos o su presidente. La mayoría de ellos votó a favor de aclarar el estatus definitivo de Jerusalén en negociaciones entre las partes en conflicto y en conformidad con las resoluciones existentes de las Naciones Unidas. Su voto no es jurídicamente vinculante y, por lo tanto, tiene un carácter principalmente simbólico.
Política exterior arruinada
Aunque la resolución de la ONU no tiene consecuencias prácticas, el gobierno de Trump no ha hecho una buena figura en el asunto. Es un buen ejemplo de una política exterior equivocada y desorientada.
A cualquiera que haya seguido el conflicto del medio Oriente en las últimas décadas desde cerca, le resultaba claro y previsible que los estados árabes reaccionarían a la decisión de Trump con los instrumentos de la ONU. Por lo tanto, una critica a la resolución de la ONU, junto con la promesa de que EE.UU. mantendrá su decisión, hubiese sido una reacción absolutamente suficiente desde Washington.
Sin embargo, el gobierno de Trump buscó la confrontación total. Lentamente ya nos hemos acostumbrado al hecho de que Trump insulte y ataque en Twitter a cualquiera que lo critique. Pero el hecho de que la embajadora de Estados Unidos ante la ONU haya adoptado ese estilo es una novedad y es una estupidez.
Sonidos autocráticos
Nikki Haley, representante de Estados unidos ante la ONU, amenazó por Twitter con "anotar los nombres de los partidarios" de la resolución sobre Jerusalén. Este suena al lenguaje de un autócrata que intenta intimidar a sus súbditos. Y no suena en absoluto como la manera de hablar de un país que se considera a sí mismo como un faro de la democracia.
Casi más inquietante es la amenaza de que EE.UU podría cortar ayudas a los partidiarios de la resolución. Porque eso no solo debilitaría a los países afectados, sino también a Estados Unidos, por limitar su influencia en el mundo.
Maestra de escuela primaria Haley
"El presidente observa esta votación atentamente y me ha pedido que le diga quién vota contra nosotros". Es una frase de Haley que suena a una maestra de escuela primaria amenazando a los niños rebeldes con delatarlos al director.
Ya se terminó la hora de reírse sobre estas cosas. Porque la diplomacia de Trump es inexistente. Su lógica es que todos hagan lo que el mande. Esa es exactamente la estrategia con la que llegó al poder en Estados Unidos. Además, sorprende la ingenuidad completa de creer que estados soberanos puedan ser amenazados de esta manera. El resultado de la votación en la ONU lo demuestra. Todo esto comprueba que Trump está dispuesto a sacrificar el último resto de simpatías de sus socios internacionales a favor de los intereses de sus seguidores en casa.
Autor: Michael Knigge (GG/ER)
La historia de Jerusalén en imágenes
Jerusalén es una de las ciudades más antiguas del mundo y una de las más disputadas hasta el día de hoy. Judíos, musulmanes y cristianos la consideran una ciudad sagrada.
Imagen: Getty Images/AFP/T. Coex
Jerusalén, la ciudad de David
De acuerdo con el Antiguo Testamento, el rey David conquistó Jerusalén en torno al año 1000 a.C. Trasladó allí su sede de gobierno, convirtiendo a Jerusalén en la capital y centro religioso de su reino. Salomón, hijo de David, construyó según la Biblia el primer templo para Yahvé, el Dios de Israel, y Jerusalén pasó a ser el centro del judaísmo.
Imagen: picture-alliance/ZUMAPRESS.com
Dominio persa
El rey babilonio Nabucodonosor II conquistó Jerusalén en el año 597 y en el 586 antes de Cristo, según la Biblia. Tomó prisionero al rey Joaquín y a la clase alta judía, los llevó a Babilonia y destruyó el templo. Más adelante, el rey persa Ciro conquistó a su vez Babilonia, tras lo cual autorizó a los hebreos a regresar a Jerusalén y reconstruir el templo.
Jerusalén cayó bajo dominio del Imperio Romano. Pero en la población se fue formando la resistencia y en el año 66 d.C. estalló la guerra judeo-romana. Terminó cuatro años más tarde con una victoria romana y la nueva destrucción del Templo de Jerusalén. Roma y Bizancio dominaron cerca de 600 años Palestina.
Imagen: Historical Picture Archive/COR
Conquista árabe
Por orden del califa Omar, en el año 637 Jerusalén fue sitiada y tomada. En la era de dominio musulmán que se inició entonces, la ciudad fue sitiada en múltiples ocasiones y cambió varias veces de gobernantes.
Imagen: Selva/Leemage
La época de las cruzadas
El mundo cristiano se sintió cada vez más amenazados por los selyúcidas musulmanes que dominaron a partir de 1070. El Papa Urbano II llamó finalmente a emprender una cruzada. En 200 años, los europeos llevaron a cabo cinco cruzadas para conquistar Jerusalén. Por momentos lo consiguieron. Pero en 1244 los cruzados perdieron definitivamente la ciudad, que volvió a caer en manos musulmanas.
Imagen: picture-alliance/akg-images
Otomanos y británicos
Tras la conquista otomana de Egipto y Arabia, Jerusalén se convirtió en 1535 en sede administrativa de un distrito otomano. Las primeras décadas de dominio turco brindaron a la ciudad un considerable auge. En 1917, con el triunfo de Gran Bretaña sobre las tropas turcas, Palestina quedó bajo control británico. Jerusalén pasó sin resistencia a manos británicas.
Imagen: Gemeinfrei
La ciudad dividida
Después de la II Guerra Mundial, los británicos entregaron su mandato sobre Palestina. La ONU se pronunció por una partición del territorio, para crear una patria para los sobrevivientes del Holocausto. Algunos Estados árabes emprendieron una guerra contra Israel y conquistaron parte de Jerusalén. Hasta 1967, la ciudad estuvo dividida en una parte occidental israelí, y una parte oriental jordana.
Imagen: Gemeinfrei
Jerusalén oriental vuelve a Israel
En 1967, Israel libra la Guerra de los Seis Días contra Egipto, Jordania y Siria. Conquista el Sinaí, la Franja de Gaza, la Cisjordania, los Altos del Golán y Jerusalén Oriental. Paracaidistas israelíes se abren paso hasta el casco antiguo y llegan al Muro de los Lamentos por primera vez desde 1949. Oficialmente Jerusalén Oriental no es anexada, sino integrada administrativamente.
Desde entonces, Israel no niega a los musulmanes el acceso a sus lugares sagrados. El Monte del Templo o Explanada de las Mezquitas está bajo administración autónoma musulmana.
Imagen: Getty Images/AFP/A. Gharabli
Pugna no resuelta
Jerusalén constituye hasta hoy un obstáculo en el camino hacia la paz entre israelíes y palestinos. En 1980, Israel declaró a la ciudad como su "capital eterna e indivisible". Jordania renunció en 1988 a sus pretenciones sobre la la Cisjordania y Jerusalén Oriental, en favor de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Los palestinos conciben a Jerusalén oriental como su capital.