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La industria cárnica alemana y sus escandalosas condiciones 

Miodrag Soric
11 de mayo de 2020

La crisis del coronavirus destapó las miserables condiciones en las que trabajan europeos del este en Alemania. La política debe romper con la "cultura de mirar hacia otro lado" en los mataderos, opina Miodrag Soric.

Symbolbild Schlachthof
Imagen: picture-alliance/dpa/R. Wittek

"No hay almuerzo gratis" reza un dicho que al final quiere decir: alguien siempre paga el precio. Algo también aplicable a la carne barata que a los consumidores de países ricos les encanta comer.

Después de que cientos de trabajadores de Europa del Este hayan dado positivo en el test de coronavirus del gran matadero alemán "Westfleisch" en Coesfeld, una cosa es segura: en la crisis actual son principalmente ellos los que tienen que pagar por la carne barata –en el peor de los casos, incluso, con sus vidas–. La gerencia de la tercera compañía procesadora de carne más grande de Alemania aseguró que se hará responsable de sus empleados. Pero no hay tantos en los mataderos. En realidad, toda la industria solo emplea allí a subcontratistas, para quienes trabajan rumanos, búlgaros o polacos.

Nadie se siente responsable

"Westfleisch" y otros grandes mataderos están haciendo todo lo posible para reducir sus costos. Pero, por supuesto, oficialmente no tienen nada que ver con las condiciones parcialmente inhumanas en las que viven cientos de sus trabajadores extranjeros.

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Los subcontratistas, a su vez, se refieren a la política: esta sería responsable de la salud y la seguridad en el trabajo. Pero la "política" no existe en una forma tan generalizada, sino más bien responsabilidades claras a nivel local, estatal o federal. Pero cuando se trata de las condiciones de vida de los trabajadores de la industria cárnica, solo hay una voluntad que une a todos estos niveles: culpar a alguien más. O mejor aún: quejarse de una "cultura de mirar hacia otro lado", como hace el ministro de Trabajo de Renania del Norte-Westfalia. Pero ningún político se ve obligado a remediar los abusos, aunque no sea directamente responsabilidad de ellos.

Miodrag Soric

Porque las condiciones miserables en las que se alojan en los mataderos de Alemania a los trabajadores de Europa del Este no es un secreto de Estado. Todo el mundo lo sabe desde hace años: los gerentes de "Westfleisch", sus subcontratistas, las autoridades locales y la Policía, el municipio de Coesfeld, el Gobierno estatal e incluso el Gobierno federal. Los habitantes de Coesfeld y los pueblos de los alrededores también lo saben. Se encuentran con los trabajadores de "Westfleisch" y otros grandes mataderos todos los días en el supermercado o en la panadería de la esquina. Hasta ahora, su alojamiento y condiciones de trabajo no han molestado a nadie. "Nadie está obligado a venir a Alemania para ganar más dinero aquí que en casa", fue la declaración lapidaria.

Focos de infección que amenazan a todos

Pero eso cambió con el coronavirus. Por ejemplo, cuando tres o cuatro trabajadores tienen que vivir en un espacio confinado, el peligroso virus se propaga a una velocidad vertiginosa. Y no se detiene en los trabajadores extranjeros, sino que amenaza a todos los residentes. ¿Es cínico decir que sin la pandemia estas miserables condiciones de vida para los europeos del este no habrían molestado a nadie?

El escándalo tiene una dimensión internacional que va mucho más allá de los trabajadores de Europa del Este. La industria cárnica alemana produce ahora tanto y tan barato que incluso las exportaciones hacia China valen la pena. Las empresas trabajan en las condiciones del mercado mundial y logran reducir los precios del mercado internacional. Presionan a los productores, a los granjeros. Se les obliga a mantener a los cerdos en estrechos establos donde son engordados con antibióticos para que no se enfermen. Se alimentan con soja o maíz, que se compra a bajo precio en Sudamérica. Allí se talan grandes áreas de bosque virgen para poder cultivar aún más alimento. Como resultado, el clima se daña y los precios del suelo se disparan.

Un alto precio para todos

Al final todos pagamos un alto precio por la carne barata. Los antibióticos en la carne causan resistencia a los medicamentos en los humanos. La producción de carne contamina las aguas subterráneas locales porque demasiado estiércol termina en los campos.

Todas estas relaciones son bien conocidas tanto en la industria como en la política. Todo el mundo sabe también lo que debería hacerse al respecto: crear granjas más pequeñas y descentralizadas que produzcan calidad en lugar de cantidad. Probablemente se ganaría menos dinero en estas empresas porque ya no valdría la pena exportar patas y orejas de cerdo a China. Y un filete de cerdo tendría que ser mucho más caro en Alemania también. Sin embargo, todas las encuestas lo demuestran: la gran mayoría de los alemanes está a favor de un replanteamiento de la política agrícola. Se necesita ganas, coraje y liderazgo para progresar aquí, no una "cultura de mirar hacia otro lado". (ct/few)

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