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Los fundamentos se desmoronan

Christoph Hasselbach (LGC / ER)2 de febrero de 2015

El nuevo primer ministro griego Alexis Tsipras y su coalición izquierdista Syriza ponen en cuestión el consenso europeo. Pero desde hace tiempo viene siendo amenazado por otros, opina Christoph Hasselbach.

EU-Gipfel zur Zukunft der Union
Imagen: AFP/Getty Images

En Atenas, el ganador de las elecciones, de izquierda, cree ahora poder chantajear al resto de Europa con sus exigencias en política financiera. En Budapest, el primer ministro nacionalista, de derecha, muestra su admiración por el presidente ruso, Vladimir Putin. Y el conservador premier británico se empeña en ensanchar el Canal de la Mancha más y más. Tres personas –Alexis Tsipras, Viktor Orban y David Cameron– representan el fin de los principales consensos europeos. Hasta dónde llegarán, aún no está claro. Pero lo que sí está claro es que es dramático.

Ayuda contra las reformas

Vayamos por partes: el consenso en política económica ha consistido hasta ahora en que la UE ayuda a un país sobre-endeudado si este pone sus asuntos en orden y afronta las reformas que hagan de su economía una economía competitiva. Los países que se han sometido a estas condiciones han pagado un alto precio en términos de desempleo y recortes sociales. Sin embargo, lo han hecho voluntaria y libremente. Nadie ha sido obligado. Las han adoptado con el convencimiento de que es la única manera de salir del atolladero y de que se recobraría un poco de independencia. Y los acreedores solo se prestaron a dar la ayuda por ese compromiso.

Christoph Hasselbach, redactor de DW especialista en política de la Unión Europea.Imagen: DW/M.Müller

Ha habido, desde que se estableció esta política, muchas quejas, manifestaciones, huelgas y violentos debates. Pero, básicamente, se mantuvo el consenso en política económica, aunque no hubiera unanimidad en la UE durante la crisis del euro. Cuando Alexis Tsipras sostiene que se puede tener todo (el apoyo del resto de países europeos, pero sin asumir contrapartidas), se aleja de ese compromiso. Económicamente, la Eurozona podría ahora soportar una salida de Grecia del euro. Políticamente, sin embargo, sería un desastre. Significaría que los europeos aceptaran su propio fracaso. Su propia desintegración. Y, además, imitadores de todo tipo en otros países hacen crecer en sus votantes la irrealista esperanza de que existen atajos para recorrer tan duro camino.

Alegría en el Kremlin

También el consenso respecto a Rusia pende de un hilo. Se aduce que las sanciones, aunque no disuaden al presidente Putin de su política imperialista y dañan económicamente a los países de la UE, siguen siendo importantes como una señal de que Europa no tolera sin más que se redibujen las fronteras a través de la fuerza. Curiosamente, tanto Tsipras en Grecia, de izquierdas, como Orban en Hungría, de derechas, opinan que la UE debería mostrarse más comprensiva hacia Moscú.

Al menos Orban, pero no sólo él, mantiene abierta simpatía hacia Putin y su estilo político. La forma en que el mandatario ruso lidia con la oposición, los medios, los homosexuales o los refugiados tiene un efecto muy estimulante sobre algunos políticos europeos. Lo que a su vez anima a Putin, que potencia activamente las divisiones en la Unión Europea. Con una UE fracturada, poca resistencia encontraría.

Cuando todos los puentes se rompen

Por último, la singularidad británica. Ellos cuestionan la estructura europea en general. Como muestran algunas afirmaciones desde Londres en pro de una nueva división de poderes en la UE o de una más liberal política económica más liberal. David Cameron y sus compañeros de partido se muestran a menudo de tal manera bruscos y taxativos que únicamente puede provocar rechazo.

Mientras tanto, no está descartado que Gran Bretaña pueda abandonar la Unión Europea tras un referéndum. Eso en sí mismo sería un desastre. Supondría, para el resto de la UE, romper todos los puentes. Otros países podrían o bien seguir el ejemplo británico, o establecer como condición para ser miembro permanente nuevas demandas, hasta que al final no quedaran apenas unas bases comunes.

El consenso no es un valor en sí mismo

El consenso no es un valor en sí mismo. Los hay forzados y, por tanto, solo aparentes. Pero si los europeos luchan por conseguirlo, al final lo encuentran, y lo utilizan para un objetivo común, es algo muy positivo. Ya no puede, cada país de la UE, proteger sus intereses individualmente en el mundo, sino sólo en combinación con los otros Estados miembro. Esto es especialmente cierto tanto para los grandes países como Alemania y el Reino Unido, como para los pequeños, como Grecia y Hungría. Pero hacen falta unas bases comunes. Todo el que las pone en cuestión debería explicar qué otras opciones hay.

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