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Opinión: Nadie gana con la confirmación de Kavanaugh

Michael Knigge
7 de octubre de 2018

El espectáculo tóxico en torno a la confirmación del juez como miembro del Tribunal Supremo no tiene vencedores. Es un día oscuro para Estados Unidos, opina Michael Knigge.

USA Richterkandidat Brett M. Kavanaugh
Imagen: Reuters/G. Demczuk

El Partido Repubicano, que ahora es el partido del mandatario estadounidense, Donald Trump, probablemente celebre la confirmación de Brett Kavanaugh en el cargo de juez del Tribunal Supremo de Estados Unidos como su mayor proeza política, ya que garantiza una mayoría conservadora en el tribunal de mayor rango del país por una generación.

Es de esperar que el presidente Trump declare esta como su victoria personal y como cumplimiento de su promesa electoral, y que de ahora en adelante se mofe de los demócratas como perdedores en cada mitin. También es de esperar que algunos republicanos deslucidos, muchos de los cuales fueron apartados por Trump y se sientan ahora en el banquillo, reconsideren su apoyo por el partido en las elecciones midterm que están a la vuelta de la esquina. Al fin y al cabo, incluso George W. Bush, que no es amigo de Trump, apoyó a Kavanaugh y presionó a senadores clave como Susan Collins. El argumento republicano ahora es que, le guste a uno Trump o no, esto es más grande que el presidente, esto se trata del partido.

Pero, mientras que los republicanos pueden regocijarse por haber conseguido imponer a su candidato, un hombre controvertido en muchos sentidos, a pesar de la oposición en el Senado y logrando así alterar la composición del tribunal durante décadas, el flagrante juego de poder del partido podría perjudicarles a largo plazo. Y debería.

Y es que en un ciclo electoral que podría resultar siendo el año de las mujeres, el trato del Partido Republicano a Christine Blasey Ford y al resto de mujeres que han acusado a Kavanaugh, así como la conducta de líderes de la formación como Chuck Grassely, han puesto de manifiesto que el también conocido como GOP es un partido de hombres. El partido es libre de tomar las posturas que considere apropiadas, pero su vergonzosa actuación durante toda la saga Kavanaugh ha sido como una enorme bandera roja que alerta a las mujeres que se hubiesen planteado apoyar a los republicanos. El GOP ha asegurado una mayoría conservadora en la Corte Suprema durante una década, pero quizás en el proceso haya alienado a mujeres y votantes independientes también para una década.

Los demócratas también tienen una parte de culpa

El Partido Demócrata sale como perdedor de esta confirmación. Aunque parezca, y esto es correcto hasta cierto punto, que se erige como vencedor moral por su apoyo a Ford y a otras víctimas de abusos sexuales, los demócratas también tienen una parte de culpa. Al retener las acusaciones de Ford hasta poco antes de las audiencias de Kavanaugh, jugaron también a la política de partido y, al menos en teoría, perdieron la oportunidad de haber dado tiempo a los republicanos de retirar la candidatura de Kavanaugh y buscar otro candidato.

Y lo que es más importante: fueron los demócratas los que en 2013 dieron marcha a lo que hoy es un proceso de confirmación judicial absolutamente partidista, cuando invocaron la opción nuclear y abolieron la regla de los 60 votos que prácticamente aseguraba que las nominaciones solo podían tener éxito con apoyo de ambas formaciones. Y, por supuesto, a pesar de todos sus esfuerzos, al final fracasaron en su intento de impedir que el Tribunal Supremo virara a la derecha.

Brett Kavanaugh ha alcanzado su objetivo y acaba de jurar su cargo como el crucial noveno juez del tribunal. No debería estar ahí. Es verdad que, incluso después de los testimonios de Ford y Kavanaugh, así como de la investigación adicional del FBI, las acusaciones de la mujer no pudieron ser probadas de acuerdo con los estándares legales. Pero la mera ausencia de pruebas judiciales de abusos sexuales no debería ser el criterio para ser juez del Supremo. Lo que sí debería serlo es su habilidad para asumir el rol de un árbitro abierto y honesto de la ley. Por supuesto, los jueces son humanos y, por tanto, tienen predilecciones políticas que moldean su forma de ver el mundo, tal y como le ocurre a todo el mundo. Pero de ellos se espera que mantengan esas predilecciones bajo control en público y que se esfuercen en ser lo más imparciales posibles.

Michael Knigge, corresponsal de DW en Estados Unidos

Brett Kavanaugh es lo opuesto a un árbitro honesto. Fue elegido por el presidente –que no ganó en el voto popular- precisamente por ser un ideólogo conservador que podría inclinar la balanza del tribunal hacia la derecha en asuntos cruciales como el aborto, la financiación de las campañas, el derecho al voto o el control de las armas. Si Kavanaugh probó algo en su testimonio, fue esto.

Un intimidador emocional

Sin embargo, también reveló algo que el público no sabía de él: detrás de esa imagen de sueño americano que trató de presentar durante toda la audiencia, se escondía un intimidador emocional que no tiene el temperamento y la conducta personal necesarios para ser juez del Tribunal Supremo. Y lo que es más, Kavanaugh asume el cargo sabiendo que muchas de las personas a las que impactarán sus sentencias no creen en él personalmente y no creen que sea imparcial, como evidenció el hecho de que su confirmación final fuese repetidamente interrumpida por protestantes. Es el peor comienzo posible para un juez de la Corte Suprema.

Uno de los momentos más desgarradores -y probablemente la frase más clarividente- del testimonio de Christine Blasey Ford fue este: "Yo calculaba diariamente el riesgo y el beneficio de comparecer, y me preguntaba si no estaba saltando al camino de un tren cuyo rumbo no iba a cambiar, y que yo sería personalmente aniquilada”. Debe aplaudírsele y elogiársele el haber dado el paso pese a saber bien lo que podía pasarle, pero  estaba en lo cierto al decir que se estaba colocando frente a un tren imparable.

Si bien solo ella puede juzgar realmente si se ha sentido personalmente aniquilada en el proceso, los atroces ataques personales de los legisladores republicanos y activistas conservadores le habrán afectado hasta las entrañas, por no hablar de los viles insultos y las amenazas de muerte que ella y su familia han tenido que afrontar.

El servicio de Ford al país

Su nombre y su vida estarán a partir de ahora conectados a su testimonio en el Senado y a Brett Kavanaugh, pero si hay una persona que puede salir de esto golpeada pero con la cabeza bien alta, esa es Ford. Quizás no haya podido detener el tren de la confirmación, pero ha conseguido que un asunto ignorado durante demasiado tiempo se haga público. Haciendo público un incidente profundamente personal -un abuso sexual-, en un momento crítico para el país, ha hecho un gran servicio no solo a muchas mujeres que han tenido experiencias similares, sino también a la sociedad en su conjunto.

Kavanaugh jura el cargo como nuevo juez del Tribunal Supremo de EE.UU.

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Con la entrada de Kavanaugh en el tribunal, por primera vez la Corte Suprema tendrá una inclinación ideológica. Los cinco jueces republicanos están posicionados a la derecha de los jueces demócratas, lo que inclina al tribunal en su conjunto a la derecha y hará que los votos decisivos sean una rareza.

Un mal precedente

La confirmación de Kavanaugh también continúa la vieja y mala tradición de que, en un país con cientos de excelentes escuelas de Derecho, todos los jueces del Supremo hayan estudiado en Harvard o en Yale. Y también significa que el alto tribunal sigue –con retraso- la negativa tendencia hacia la extrema polarización política que afecta a todo el país. Este es un mal precedente para un sistema político estadounidense ya disfuncional, porque la Corte Suprema era una institución que –a diferencia del Congreso y la Presidencia- solía tener una imagen positiva entre la mayoría de la ciudadanía.

 Autor: Michael Knigge (EAL/MN)

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