La trampa del Estado Islámico
28 de marzo de 2016 Desde hace meses, la organización terrorista que se autoproclama Estado Islámico (EI) se encuentra en retirada, militarmente hablando. Su “califato” ha perdido control del cuarenta por ciento de los territorios que había conquistado en sus bastiones centrales, Siria e Irak; esto viene ocurriendo desde hace un año y medio, cuando comenzaron los ataques aéreos de la alianza árabe-occidental. Además, numerosos líderes de alto rango dentro el EI han muerto en las operaciones de sus adversarios, y la afluencia de combatientes extranjeros se redujo drásticamente desde que Turquía comenzó a vigilar su frontera con Siria.
Pero no son sólo los continuos bombardeos los que ejercen una gran presión sobre el Estado Islámico; también las milicias kurdas y las fuerzas iraquíes recién formadas han contribuido de forma decisiva a poner fin a la expansión del EI. En todo caso, parece que el proyecto de formación de un “Estado yihadista” se tambalea, ya que sin expansión militar y con una economía basada en botines, el aludido “califato” es poco viable.
Extensión de la zona de combate
Hay razones para creer que el EI puede ser vencido en sus bastiones principales en 2016; la coordinación internacional de los preparativos para la reconquista de Mosul ya están en marcha. Pero mientras más se avanza sobre los territorios tomados por el EI, más brutales e inhumanos se tornan sus recursos y estrategias de evasión. Con el fin de mantener el sueño de un califato de gran escala y desviar la atención de sus debilidades, el Estado Islámico necesita crear urgentemente una nueva “sensación de éxito”. De ahí viene la búsqueda de nuevos campos de acción y el intento de instalarse donde están sus ruinas, principalmente en el norte de África.
En este contexto, la estrategia del Estado Islámico es agudizar los conflictos; así lo demuestran sus atentados en países donde predomina la religión musulmana y puede sembrar la discordia entre sunitas y chiitas, provocando una guerra civil como la que tuvo lugar en Irak tras el derrocamiento de Saddam Hussein. Lo mismo ocurre con la serie de atentados sin precedentes en Túnez, Arabia Saudita, Kuwait y Turquía, que tienen el sello de esa red terrorista.
Oposición al populismo
Los extremistas del EI también organizan acciones violentas en Europa con un objetivo en la mira: demostrar que pueden ganar y reclutar nuevos militantes. Los atentados de París y de Bruselas revisten mucho más que el presunto progreso del “califato”; detrás está una pérfida estrategia de polarización extrema que divide a los musulmanes de los no musulmanes en esa sociedad de inmigrantes que es Europa.
La muerte de inocentes hace que tanto los Gobiernos comunitarios como amplios sectores de la sociedad civil europea reaccionen de forma exagerada, y que la convivencia armoniosa entre musulmanes y no musulmanes se haga prácticamente imposible. Poner bajo sospecha a todos los musulmanes y restringir sus derechos en Europa es parte de esa sobrerreacción.
Por muy comprensible que sea el acto reflejo exhibido por algunas autoridades y líderes de opinión pocas horas después de los ataques de Bruselas, cuando exclamaron que “estamos en guerra”, esa peligrosa retórica le concede a Estado Islámico la “sensación de éxito” que está buscando y pone la actuación de Estados soberanos al mismo nivel de las prácticas satánicas de una milicia terrorista.
Los ideólogos de EI esperan que esta radicalización de posiciones les aporte una cosa: la confirmación de una narrativa según la cual Occidente le está haciendo la guerra al Islam y no a una banda de terroristas. En su publicación online no ocultan su meta estratégica, que es: a consecuencia de los atentados terroristas del EI, los musulmanes en Europa son sistemáticamente perseguidos hasta el punto de que no les queda otra opción que incorporarse a la red nihilista de Estado Islámico.
De la reacción de las democracias europeas dependerá que ese cálculo infame dé frutos o no.