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Opinión: "no habrá paz con Assad"

1 de abril de 2017

Estados Unidos ya no insisten en el final político del presidente sirio Assad. Esto es desastroso, dice Kersten Knipp, porque envía señales alentadoras a los potentados de toda la región.

Syrien Zerstörung in Jobar - Nahe Damaskus
Imagen: Getty Images/AFP/S. Al-Doumy

No se sabe si esconde ingenuidad o cinismo tras la declaración de Tex Tillerson de que los propios sirios deben decidir el destino político del presidente Assad. El secretario de Estado estadounidense lo dijo el jueves durante una visita a la capital de Turquía. Confirma así el mensaje de la embajadora ante Naciones Unidas Nikki Haley: la administración Trump no se centrará más en deponer a Assad.

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Ingenuo es pensar que con un carnicero despiadado como Assad, en cuyas cárceles se ejecuta arbitrariamente a miles de personas, como Amnistía Internacional ha documentado, no se puede confiar en la voluntad del pueblo. Así que debe ser cinismo: la constatación de que de todas formas no se puede atrapar al criminal político de Damasco.

El error de Obama

Las declaraciones de Tillerson son la continuación lógica de la postura adoptada por Barack Obama ante la crisis siria, cuidadosamente contenida. No era de extrañar tras la desastrosa experiencia en Irak. Pero ha propiciado que ganen terreno en la región poderes agresivos como Rusia, Irán y su criatura de laboratorio, Hezbolá.

Cuando Obama vaciló, en el verano de 2013, en responder después de que se sobrepasara la "línea roja" por él marcada del uso de gas venenoso, todos los poderes en liza lo interpretaron como una invitación a perseguir sus propios intereses regionales. La consecuencia es conocida: una intensificación de la contienda.

Kersten Knipp, de Deutsche Welle.

Nuevo impulso con Trump

Desde luego, no todo es culpa de Obama, sino la de unos políticos, que bien podrían encuadrarse en el concepto clásico de "déspotas de Oriente". Pero como presidente de la fuerza más importante del mundo, hubiera podido evitar la escalada y que el destino de la región dependa de un poder con un muy distinto calibre moral: el de la Rusia de Putin. La administración Trump sigue esta senda, diferenciándose únicamente en las formas. Si Obama y su secretario de Estado John Kerry no hubieran titubeado tanto sobre si Assad podría permanecer en el cargo, el actual presidente tendría menos problemas.

Esta decisión tuvo sus razones, como el avance de Estado Islámico y sus hordas. Pero con Assad nunca iba a haber paz en Siria. Y así, en tiempos en que las distancias físicas se reducen, se permitió que la cultura de la violencia diseminara sus semillas no sólo de una traumatizada y radicalizada Damasco, sino por todo el mundo. Assad es cualquier cosa menos una garantía de paz.

Tillerson, junto a Erdogan, en su reciente visita a Turquía.Imagen: picture-alliance/dpa/Prime Minister's Press Service/Stf

Autócratas de la anarquía

Tillerson echa más leña al fuego en Ankara y da a entender una mayor disposición a colaborar con el gobierno de Erdogan, que no vacila en desatar terremotos políticos. En Alemania se ha llevado por delante años de esfuerzos de integración. Uno no puede siempre elegir a sus socios, está claro. Pero es preocupante que un gobierno que está siendo investigado por sus oscuros contactos con Rusia durante la campaña electoral se acerque ahora a un régimen cada vez más autoritario.

Los europeos ya saben, por propia experiencia, qué pasa cuando no se pone límite a los autócratas. Ahora hay paz, pero las campañas propagandistas y la preocupación por posibles intromisiones del Kremlin en la campaña electoral dejan entrever qué pasa cuando la deriva autoritaria no encuentra sanciones adecuadas. Siria es la máxima expresión de la tragedia actual, su impacto se deja notar en Europa. Bien es cierto que Assad no es el único culpable, pero la idea de que podría contribuir a la estabilización es un error fatal.

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