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Opinión: Puigdemont, el fugitivo

Barbara Wesel
2 de noviembre de 2017

Huir nunca se ve bien. Especialmente cuando se quiere ser un héroe y perseguir objetivos más grandes. Carles Puigdemont en Bruselas como prófugo de la justicia española, da una imagen miserable, dice Barbara Wesel.

Brüssel Pressekonferenz Puigdemont
Imagen: picture-alliance/Zumapress/R. Pareggiani

Se desconoce quién montó la cara de Carles Puigdemont sobre la foto de un vendedor en el puesto de papas fritas más famosos de Bruselas. De todos modos, el fotomontaje que circula por Twitter es muy acertado: muestra que el espacio entre lo sublime y lo ridículo a veces es muy estrecho. Un día se puede estar liderando una revolución en las barricadas de Barcelona, y al siguiente comiéndose unas papas fritas en Bruselas.

Grandes convicciones demandan grandes gestos

Otros que se burlan del ex presidente de Cataluña retratan a Puigdemont como una figura del comic belga "Tintín". Sin embargo, el político belga Guy Verhofstadt ya rechazó esa comparación. "Mientras Tintín siempre encuentra soluciones en sus aventuras, Puigdemont deja a Cataluña en caos y destrucción."

Por lo menos quedaron atrás partidarios frustrados, miembros del propio partido enojados y una economía inestable. Y encima de todo, una región temporalmente gobernada por Madrid que, sin embargo, parece aguantar el "gobierno extranjero" con mucho pragmatismo. Puigdemont probablemente sobreestimó el potencial revolucionario de sus compatriotas. Ir a manifestaciones cuando hace buen tiempo puede ser muy divertido, pero sacrificar el bienestar y su propio empleo por un sueño nacionalista cuando cómodamente se vive en una España con muchos derechos autonómicos es una estupidez.

Puigdemont debería haber sabido que las grandes convicciones demandan grandes gestos de sus líderes. Eso hubiese significado presentarse en Madrid con la cabeza erguida y defendiendo la causa catalana. Sin embargo, Puigdemont se decidió por dejar a sus ministros solos y fugarse a Bruselas para comer papas fritas y chocolatines.

Todo teatro

En cualquier caso, los acontecimientos alrededor de la independencia catalana se parecen mucho a una mala obra de teatro. Sus comparaciones del gobierno español con la dictadura de Francisco Franco pueden calificarse, según el gusto, como ridículas o escandalosas. La constante invocación de la democracia suena muy mal si los propios rebeldes ignoran sus reglas. El ex presidente regional y sus seguidores se enamoraron de su papel de victimas y lo cultivan constantemente. 

Barbara Wesel, DW

En Rusia, Turquía y otros lugares, hay personas que se encuentran en la cárcel por su política o por su trabajo. En vista de estos hechos, los juegos infantiles de los separatistas catalanes son embarazosos. Estos luchadores por la independencia parecen estar gritando constantemente: "¡Queremos ser oprimidos!" Solo para poder justificar sus propios objetivos y asegurase el poder total en su región.

Ningún lugar en Europa

También es bastante embarazoso cuando uno siempre les cuenta a sus seguidores la promesa de que Europa ya ayudará, sin luego poder cumplirla. Porque ni la Unión Europea ni tampoco el país anfitrión involuntario, Bélgica, quieren acercarse a un rebelde secesionista. Esperaban la llegada de los catalanes tanto como habrían esperado un brote de la peste o el cólera. Si todo sale bien, el poder judicial belga responderá rápidamente y no obstaculizará la extradición de Puigdemont. Con ello respondería también a los sentimientos de secesión de sus propios flamencos.

Mientras tanto, el presidente en el exilio, como él mismo se autodenomina, ya solo encuentra aplausos entre los nacionalistas de derecha en Europa o entre la extrema izquierda. Dime con quién andas y te diré quien eres.

Barbara Wesel (GG)

Cuadriga - Crisis catalana: ¿falta lo peor por venir?

42:30

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