Opinión: refugiados como moneda política de cambio
Jens Borchers
22 de febrero de 2017
La política es la búsqueda de acuerdos. Por eso no sorprende que la migración esté cada vez más presente en el diálogo entre África y Europa. Un tema que implica riesgos, opina Jens Borchers.
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Podría sonar cínico, pero es una realidad cada vez más visible. Hace tiempo que la migración y los refugiados se convirtieron en moneda de cambio de la política. Un hecho que destaca especialmente en el contexto del enclave español de Ceuta, donde los inmigrantes intentan repetidamente saltar la valla de seguridad de seis metros de alto desde territorio marroquí. Si lo consiguen, llegarán a territorio europeo. Si fracasan, tendrán que esperar en condiciones miserables hasta la próxima ocasión. Y la gran pregunta es: ¿De qué depende que consigan saltar la valla o no?
Sahara Occidental y el asalto a Ceuta
Las fuerzas de seguridad marroquíes tienen un papel muy importante. Generalmente tienen bajo control a los inmigrantes que consiguen llegar al norte de su país. Pero si Marruecos considera que hay razones políticas suficientes, dicho control se reduce rápidamente. Entonces es cuando algunos cientos de migrantes consiguen llegar a Ceuta y, por ende, a Europa.
Una de esas razones políticas es la delicada cuestión del Sahara Occidental. Marruecos ocupó esta región pacíficamente en 1975 y lo considera como parte de su territorio. Sin embargo, en el plano del derecho internacional no está definido el estatus de esta zona, algo que ha generado tensiones en repetidas ocasiones. En la actualidad, por ejemplo, el Tribunal de Justicia Europeo no quiere aceptar un tratado de libre comercio con Marruecos, porque éste quiere incluir en él productos agrícolas del Sahara Occidental.
Tal decisión indigna al Gobierno de Rabat y su ministro de Agricultura criticó en febrero que Europa no sabía valorar los esfuerzos que Marruecos realiza para proteger las fronteras de los inmigrantes ilegales. Poco antes, su ministerio había advertido en un comunicado de prensa que podría producirse una nueva oleada de migrantes hacia Europa en caso de que la Unión Europea y su país sigan en desacuerdo. En los días pasados, en Ceuta se produjeron dos pequeñas olas de migrantes y las fuerzas marroquíes impidieron una tercera intentona.
Europa pone a la venta sus valores
Precisamente a eso apuntaba cuando me refería a la migración como "moneda de cambio política”. Alemania y Europa temen un aumento de la migración y, lógicamente, los Estados que bloquean ese flujo de migrantes hacia Europa tratan de aprovecharse de ello. Tanto Marruecos como Turquía lo hacen. Y el Estado de Níger, en África Occidental, entendió hace tiempo que es posible obtener capital financiero y político a cambio de la disposición a colaborar en materia de migración. La filosofía es que si se bloquea el paso de migrantes, la otra parte tendrá que corresponder con concesiones, dinero o concediendo la etiqueta de "país seguro". Y así hemos contribuido nosotros, los europeos, a que la migración y los migrantes de hayan convertido en moneda política de cambio.
Sobre los tan citados valores europeos pende un gran peligro. Mientras Europa siga intentando liberarse del problema migratorio con dinero o negociaciones, o simplemente lo ignore, más huecos serán esos valores y parámetros que proclamamos continuamente, como la apertura, la igualdad de oportunidades o el respeto a los derechos humanos.
Autor: Jens Borchers
Día Mundial del Migrante: El campamento de refugiados Kakuma o "la nada"
Cada 18 de diciembre se recuerda a millones de migrantes. Kakuma, en Kenia, es uno de los campamentos más grandes del mundo, que acoge a desterrados por las guerras y el hambre desde hace 25 años. DW visitó dicho campo.
Imagen: DW/R. Klein
Cientos de miles de humanos en "la nada"
"Kakuma" quiere decir en kiswahili algo así como "la nada". Ubicado a unos 100 kilómetros de la frontera con Sudán del Sur está en medio de una zona seca y cálida. Aquí viven, más mal que bien, unas 180.000 personas en cabañas o casas de adobe. Sus residentes huyen de la guerra o el hambre en Sudán y Sudán del Sur, Somalia, Uganda y otros países vecinos.
Imagen: Johanniter/Fassio
No paran de llegar refugiados, todos los días
Kakuma fue construido para albergar a 125.000 personas, pero desde su apertura no han parado de llegar personas en busca de refugio. Cada mes se suman unas mil o dos mil personas. Teresa Akong Anthony, en la imagen, vino desde el sur de Sudán hace dos semanas. Ahora espera a la sombra de una choza que ella y sus tres hijos sean registrados como refugiados. La temperatura hoy es de 37 grados.
Imagen: DW/R. Klein
¿Nacionalidad? Refugiado
Kakuma está lleno de jóvenes: más del 60 por ciento de los habitantes tienen menos de 17 años de edad. Muchos han nacido o se han criado en el campo. Para ellos, la palabra "casa" es difícil de definir. A menudo, no tienen ninguna relación con su país de origen, pero tampoco son kenianos. Se trata de jóvenes nacidos como refugiados.
Imagen: DW/R. Klein
Madre malnutrida, bebé malnutrido
Kandida Nibigira huyó de la violencia en Burundi hace tres años. Aquí vive con sus ocho hijos en una choza de barro. La vida para toda la familia es un inmenso reto diario: temperaturas alrededor de los 40 grados, suelo muy seco y poca comida. "Comemos sólo una vez al día", dice esta mujer de 38 años de edad, que intenta dar pecho a su hijo, a pesar de su propia malnutrición.
Imagen: DW/R. Klein
No hay suficiente dinero para la comida
En este campo de refugiados operado por ACNUR se distribuyen alimentos unas dos veces al mes. Si los residentes muestran su tarjeta de racionamiento, reciben aceite, mijo, frijoles, maíz fortificado y jabón. Debido a que no hay suficiente dinero disponible, las raciones de diciembre se redujeron a la mitad. La comida debe ahora alcanzar para todo un mes.
Imagen: DW/R. Klein
El hambre desespera
Hacer colas para recibir las respectivas raciones demora hasta cinco horas. Los trabajadores son aislados por una malla de alambre para protegerlos de la violencia que puede surgir ante la desesperación de la escasez y el hambre.
Imagen: DW/R. Klein
Un campamento convertido en “ciudad”
Además de las tarjetas de racionamiento, los residentes del campo obtienen vales que pueden canjear en ciertas tiendas. En los últimos 25 años, Kakuma se ha convertido en una pequeña ciudad. En el mercado se compran y venden cosas de uso cotidiano: alimentos, herramientas, artículos eléctricos o tarjetas SIM.
Imagen: DW/R. Klein
Mucha gente, poco trabajo
Los refugiados en Kakuma sólo pueden trabajar con un permiso especial, pero hay poco trabajo. Algunos trabajan para organizaciones benéficas. Para aumentar sus posibilidades laborales, hay proyectos individuales de formación. Aquí, tanto los refugiados como la población local pueden formarse en carpintería, electricidad y costura.
Imagen: DW/R. Klein
Sin familia ni educación
"Quiero ser una enfermera," dice Kamuka Ismali Ali, quien huyó de la guerra en el sur de Sudán. "Todavía no sé si mi familia vive”. Kamuka, de 20 años de edad, asiste a una escuela en Kakuma y quiere graduarse. "Cuando la guerra termine, ansío poder volver a ver a mi familia y ayudarla".
Imagen: DW/R. Klein
Integración: auto-sustento y convivencia
Gracias a la ayuda internacional, los habitantes de este campo de refugiados pueden recibir la atención más urgente. Debido a que Kakuma crece todos días y los refugiados son separados de la población local, unas 60.000 personas serán reubicadas en otro nuevo campo, a unos 20 kilómetros de distancia. La idea es promover el auto-sustento de los refugiados y la convivencia con locales.