Nunca había pasado algo así en la historia de Estados Unidos: el presidente electo invita a los medios más importantes del país y luego los insulta comparando el encuentro con un pelotón de fusilamiento. También aceptó inicialmente una cita con el New York Times y luego la canceló porque no lo estaban tratando bien. Tras una queja pública se llevó a cabo la entrevista y, de repente, alababa al periódico por el que tiene "un gran respeto".
Soy el más grande y merezco respeto
¿El líder del mundo libre pierde los nervios y los modales con la prensa, hacia la que profesa un odio abismal? Quien tras el supuestamente conciliador discurso de victoria de Trump esperara que la cercanía a la más poderosa institución del mundo pudiera convertir al provocador en hombre de Estado, estará decepcionado. Incluso tras la victoria, el comportamiento de Trump muestra el narcisismo de un hombre cuya entera vida se basa en cultivar la imagen de sí mismo. Para ser el más grande. Y ganarse siempre los mayores elogios.
El Estado soy yo: en su egocentrismo influye su visión, casi absolutista, de sí mismo y del mundo. Se ve en sus declaraciones de que el presidente no puede tener per se conflictos de intereses y en sus relaciones con la prensa. Trump considera como principal objetivo de su misión drenar la "ciénaga política de Washington". Si la prensa elogia su grandeza, su éxito en los negocios o su riqueza, la admite gustoso. Si le critican o, simplemente, muestran "no bonitas imágenes" suyas, la critica como una banda de "mentirosos" llenos de prejuicios que encubre la corrupción del 'establishment'.
Rodeado de provocadores
En este contexto, es aún más preocupante que Trump ponga a Steve Bannon, un populista de derechas, como asesor principal, dejando que la propaganda del movimiento 'Alt-Right' entre en la Casa Blanca. Bannon hará todo lo posible en los próximos años para que la guerra de Trump contra el 'establishment' (entre el que incluye a los medios tradicionales) haga el mayor ruido posible. Los medios estadounidenses pueden por eso irse preparando para que continúen los groseros insultos por parte del ya presidente Trump. Aunque sólo sea para esconder a sus seguidores que, presionado por la realidad política, ya ha tenido que renunciar a algunas de las exigencias que planteó durante la campaña.
Un inconsciente narsisista en el despacho oval, impulsado por un desproporcionado ego y marioneta de unos pocos oportunistas agitadores ideológicos, entre los que va y viene erráticamente según qué humor tenga, es una idea que da pavor. No sólo en América.
Para aprender: aquí puede Usted leer la versión original de este artículo en alemán.