Trump crea problemas con Irán para poder solucionarlos
21 de mayo de 2019Donald Trump es un presidente errático cuyas declaraciones y actuaciones se caracterizan a menudo por contradicciones, a veces aparentes, a veces fácticas. Exactamente eso es lo que también ha ocurrido en sus relaciones con Irán: el mandatario estadounidense primero manifestó su voluntad de mantener negociaciones directas con la cúpula del poder iraní para luego amenazar al país con la aniquilación total. Las palabras de Trump siguen a una fase de ruido de sables con maniobras verbales y reales, entre ellas el envío de un portaviones de Estados Unidos a la región, lo cual contribuye a aumentar la tensión y la confusión sobre el rumbo del presidente respecto a Teherán.
No obstante, hay tres constantes que, si no explican el comportamiento de Trump, al menos contribuyen a aclararlo. La primera, que se extiende durante su tiempo al mando del país y que marca el comportamiento del presidente, es su tendencia a crear problemas que luego finge solucionar. El conflicto con Irán es un ejemplo clásico de esta manera de proceder. Sin ironía alguna, Trump subrayó el fin de semana que no permitirá que Teherán tenga armas nucleares, si bien fue él quien rompió el acuerdo negociado durante años por los propios EE. UU. con el país asiático, sin ofrecer alternativa alguna. Cierto es que el acuerdo tenía muchos críticos dentro y fuera de Estados Unidos, pero como puede comprobarse, ha evitado el peligro que Trump dice querer combatir: la construcción de una bomba nuclear iraní.
Trump no quiere una guerra
La segunda constante que revela la posición de Trump respecto a Irán es que no quiere conflicto militar alguno con el país. Esta postura se basa en el escepticismo hacia las misiones militares estadounidenses que, sorprendentemente, Trump comparte con su odiado predecesor, Barack Obama. Una de las promesas más importantes de su campaña electoral "America First” fue poner fin a las costosas "guerras eternas” como Afganistán y retornar a casa a las tropas. Iniciar un conflicto con Irán no solo contradiría la antipatía del presidente hacia las misiones militares, sino que también rompería una de sus promesas electorales centrales. Además, bien sabe Trump que un conflicto con Irán sería por diferentes razones mucho más peligroso y complicado que contra Irak y que no hay en EE. UU. una aprobación al respecto.
El rechazo del mandatario a una acción militar no significa sin embargo que se deba descartar la posibilidad de un conflicto con Teherán. El asesor de seguridad nacional del presidente, John Bolton, no deja de avivar la llama de la confrontación con el país y, al contrario que Trump, es un firme defensor de la intervención militar estadounidense en el extranjero. Antes de ocupar su actual cargo, argumentó en una columna en el Wall Street Journal a favor de bombardear Irán y Corea del Norte. Trump sabe, no obstante, que Bolton es un radical, y hace poco puso de relieve que sea él quien lo modere. Y, según los medios estadounidenses, Trump se habría quejado recientemente a Bolton de que este esté intentando llevarlo a una guerra. Bolton está por tanto bajo aviso. De hecho, en las negociaciones con Corea del Norte su papel ha sido temporalmente limitado ante las protestas de Pionyang sobre el radical. Es completamente razonable pensar que el presidente pudiera acabar despidiéndolo si tuviera la impresión de que lo está llevando hacia una guerra contra su propia voluntad.
Una escalada no querida
Más realista que una acción miliar buscada es una escalada militar no querida del largo conflicto con Irán. La política de Trump de la máxima presión ("maximum pressure”) contra Teherán ha aumentado de por sí el riesgo de una confrontación. Algo que también podrían provocar los numerosos actores con intereses en la región. Un conflicto militar –desde su punto de vista- desatado por Irán es algo que Trump, pese a su antipatía, no podría eludir por razones de política interna.
La tercera constante del comportamiento de Trump hacia Irán es su convicción de que puede lograr un mejor acuerdo al anterior, el que rompió, a través de negociaciones directas con la cúpula iraní. Son dos los problemas que se le plantean: para hacer siquiera posibles unas negociaciones, ambas partes deben estar, al menos teóricamente, dispuestas al compromiso. Algo que parece poco probable, vista la línea dura de la administración Trump en este asunto. Pero es que incluso si se produjeran dichas negociaciones, no habría garantía de éxito alguna. Todo lo contrario: pese a sus dos cumbres con el líder norcoreano, Kim Jong Un, Trump no ha sido capaz de apuntarse un tanto en las negociaciones nucleares. La idea sobre sí mismo que tiene el presidente, de que con su arte negociador podría fijar los intereses a largo plazo de su socio de negociación, choca con la realidad.
(eal/jov)
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