A sus 94 años de edad, Reinhold Hanning fue condenado a 5 años de prisión. El exsoldado de las SS se culpó de la muerte de 170.000 personas. La sentencia es correcta, dice Fabian von der Mark.
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Reinhold Hanning participó en el crimen más grande surgido en Alemania. Él fue cómplice y coautor. Él fue parte del exterminio industrial de seres humanos y también es la prueba viviente de que incluso en la era del nacionalsocialismo no se usaban máquinas para desaparecer los cuerpos, ese trabajo era realizado por personas.
Una orden no libra de culpabilidad
No solo él carga con esta culpa, pero tampoco se puede librar de ella. Con su trabajo como guardia de campo de concentración de las SS, Hanning ayudó a que Auschwitz se convirtiera en un lugar aterrador. También él fue responsable de la muerte de 1,3 millones de personas, incluyendo más de un millón de judíos.
Con la sanción al guardia Hanning, como ya antes con la condena a Groening y a Demjanjuk, Alemania ha dado una lección fundamental a la era nazi: nadie puede refugiarse detrás de políticos, partidos u órdenes. Lo ocurrido durante el Holocausto fue un trabajo colectivo inhumano, de parte de los que mataron y también de los que dejaron que ocurra. El mismo guardia Hanning contó en el proceso judicial: "Reconocí el olor. Yo sabía que quemaban cadáveres".
Salvados por largo tiempo
Los alemanes se tomaron mucho tiempo para procesar la era del nazismo. Incluso la Justicia. Hace 50 años, cuando el Procurador General de Hesse Fritz Bauer quería determinar la culpabilidad de los cómplices de Auschwitz a través de extensas denuncias, fueron incluso refutadas por los tribunales alemanes.
Durante décadas, los hombres de las SS se escaparon de la justicia, porque no se les pudo probar un asesinato en concreto. También en el caso Hanning, sus defensores argumentaron de esta manera y exigían su absolución. Acceder a tal pedido hubiera sido un error, sobre todo intolerable para las víctimas.
Queda claro que con la condena a un anciano de 94 años de edad no se trata ya de proteger a la sociedad contra un criminal. Se trata de un reconocimiento de culpa y de justicia para las víctimas. El proceso de Detmold fue una de las últimas oportunidades públicas para lograrlo. Pero incluso si hasta el último culpable estuviera muerto: el recuerdo sigue siendo una advertencia para el futuro.
Estos artistas lucharon por su supervivencia en campos de concentración. En la exposición "La muerte no tiene la última palabra" ("Der Tod hat nicht das letzte Wort"), en el Parlamento alemán, se pueden ver sus trabajos.
Imagen: Staatliches Museum Auschwitz-Birkenau in Oœwiêcim
Los artistas olvidados
Durante el régimen nazi, muchos artistas fueron perseguidos. Pero pocos conocen a los artistas que siguieron produciendo obras en los campos de concentración. El pintor Waldemar Nowakowski, en la foto, fue uno de ellos. La exposición "Der Tod hat nicht das letzte Wort" (“La muerte no tiene la última palabra”) se puede ver desde el 27 de enero en el Parlamento Alemán.
Imagen: Staatliches Museum Auschwitz-Birkenau in Oœwiêcim
Los horrores de Theresienstadt
El autor, curador e historiador del arte Jürgen Kaumkötter se dedicó durante más de 15 años a investigar las obras de arte de artistas perseguidos, desde 1933 hasta 1945. No solo tuvo en cuenta las obras creadas durante esa época, sino también aquellas que la tematizan hasta hoy. Leo Haas es autor de este aguafuerte sobre el campo de concentración de Theresienstadt (1947).
Imagen: Bürgerstiftung für verfolgte Künste – Else-Lasker-Schüler- Zentrum – Kunstsammlung Gerhard Schneider
Pintar en el “Museo del campo de concentración”
Se sabe que los artistas de Theresienstadt pintaban, pero también en Auschwitz había un “Museo”. Allí había materiales como lápices, papeles y pinceles a disposición de los creadores para que estos llevaran a cabo obras para las SS. Del campo de concentración de Auschwitz II, sin embargo, apenas se conocen algunas obras. En la foto: Autorretrato de Marian Ruzamski (1943-1944).
Imagen: Staatliches Museum Auschwitz-Birkenau in Oœwiêcim
Imágenes de la nostalgia
Este retrato pertenece a Jan Markiel (1944) y fue hecho sin materiales “oficiales” de Auschwitz I. Representa a la hija de un panadero de las cercanías de Jawiszowice, que había ayudado a los prisioneros dándoles pan y enviando sus cartas. El color proviene de trozos de pigmento arrancado a las paredes, y un trozo de lino de los colchones hizo de lienzo.
Imagen: Staatliches Museum Auschwitz-Birkenau in Oœwiêcim
Testigo de los hornos crematorios
Yehuda Bacon (dcha.) llegó a Theresienstadt en 1942, a los 13 años, y en diciembre fue trasladado a Auschwitz-Birkenau. Allí trabajó como mensajero y se le permitía calentarse en invierno acercándose a los hornos de los crematorios. Lo que vio allí no solo lo contó durante el famoso Juicio de Fráncfort, sino también en los dibujos que realizó luego de finalizada la II Guerra.
Imagen: Bürgerstiftung für verfolgte Künste – Else- Lasker-Schüler-Zentrum – Kunstsammlung Gerhard Schneider
La segunda generación
Michel Kichka es uno de los historietistas más renombrados de Israel: “Segunda generación: lo que nunca le dije a mi padre” es una novela gráfica sobre la infancia de Kichka y su padre, un sobreviviente de Auschwitz. El trauma del padre se transfirió al hijo. Cuando Michel Kichka solo pudo vencer sus pesadillas reflexionando, no sin cierto humor negro, sobre los horrores vividos por su progenitor.
Imagen: Egmont Graphic Novel
Metáfora de la Shoa
También los hijos de la artista israelí Sigalit Landau son sobrevivientes del Holocausto, y su profesor de dibujo fue el también sobreviviente Yehuda Bacon, que trabaja hasta hoy como docente de arte en Israel. Sus trabajos están llenos de alusiones metafóricas al Holocausto, como en estos zapatos, que se pueden ver en la exposición en el Parlamento alemán.
Imagen: Sigalit Landau
"La muerte no tiene la última palabra"
Sigalit Landau recolectó 100 pares de zapatos en Israel y los arrojó al Mar Muerto. El mar los cubrió con capas de sal, y ahora son símbolos de la vida que vence a la muerte. Su deseo era que se expusieran en Berlín como símbolo de la esperanza que vence a la desesperación. La exposición “La muerte no tiene la última palabra” se puede ver hasta el 27 de febrero en el Parlamento Alemán, en Berlín.