La toma de posesión del nuevo parlamento chavista se suma a las incoherencias políticas de un país que parece no tocar fondo.
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Mientras más pienso en la crisis venezolana, más me convenzo de que no hemos entendido nada. Tras la juramentación de la Asamblea Nacional chavista este 5 de enero, ¿cómo entender un país que tiene dos presidentes, dos sistemas de justicia, dos parlamentos y una Constituyente que desde hace tres años pretende redactar una nueva Carta Magna y que, sin embargo, a estas alturas no ha logrado formular ni siquiera un solo artículo?
¿Cómo explicar que este martes, luego de que el fraudulento parlamento chavista asumiera su período, podemos dar por hecho que ha desaparecido el Estado venezolano? Porque el Estado son las instituciones que lo conforman y le dan vida en el marco de la legalidad. Y eso, este 5 de enero, claudicó. El chavismo terminó su obra. Le tomó 20 años completarla: desmontar todas las estructuras que pudieran amenazar la continuidad de un sistema que se perfila como (¡ojalá!) el último totalitarismo de América Latina. Pero llegar a este nefasto escenario, el del 5 de enero de 2021, no es solo culpa de chavistas y opositores. En honor a la verdad, es culpa de todos, porque ninguno de nosotros entendió esta crisis.
El mundo fue testigo de cómo Hugo Chávez fue instalando su hegemonía desde 1999, cuando asumió su primer mandato presidencial. Sus abusos de poder fueron tolerados como excentricidades del Caribe, y que insultara a sus enemigos fue celebrado como una franqueza tropical. Cuando llegaron las primeras persecuciones, y cuando se denunciaron violaciones a la libertad, todo se excusó, porque aquello era un experimento social: el Socialismo del Siglo XXI. La izquierda defendió al chavismo por principio reaccionario, incapaz de condenar el cierre de un simbólico canal de televisión en 2007. Para 2021, según el Colegio Nacional de Periodistas de Venezuela, van 165 medios cerrados, entre plantas de televisión, emisoras de radio y periódicos, sin contar los innumerables ataques a la prensa, amenazas a reporteros y encarcelación de periodistas. Lo que comenzó como improperios a sus rivales hoy se traduce en 350 presos políticos (la lista ha rozado a veces los mil), y una ristra espeluznante de denuncias de tortura que deja pálido al informe de Naciones Unidas.
Todos se rieron cuando Chávez desafió a Bush en la Asamblea General de la ONU en 2006. Episodios como esos le enseñaron al chavismo que, en todas las instancias y en todos los contextos, podía burlarse de la comunidad internacional. La juramentación de la Asamblea Nacional oficialista este 5 de enero es la confirmación de aquella lección aprendida: poco importan las sanciones de Washington y las declaraciones escuálidas de Bruselas: hoy Maduro se sigue mofando del mundo.
La oposición, por supuesto, tampoco entendió. Desde un principio creyó que boicotear elecciones pondría en duda la legitimidad del oficialismo, sin comprender a tiempo que aquello dejaba la vía libre para que utilizaran la democracia a su antojo, valiéndose de mecanismos constitucionales para hacerse de todas las instancias públicas y dominar todos los espacios de participación.
Pero los ciudadanos tampoco entendieron. Porque creyeron que una invasión militar era la solución definitiva. Y si en algo tiene razón Luis Almagro, es en repetir que las dictaduras caen desde adentro. Todo lo demás es intervencionismo, y ya no estamos en los años sesenta, setenta y ochenta, cuando se enviaban marines a poner o derrocar presidentes.
La comunidad internacional tampoco entendió, porque desde hace dos años se creyó la panacea de la transición, y apostó al peso de la Casa Blanca para derrotar a Nicolás Maduro. Entonces dejó de contarse con la presión interna, y las calles cesaron, porque las bravuconerías de Donald Trump parecían suficientes.
En conclusión, si hoy desaparece el Estado venezolano, la culpa es de todos, porque en el fondo todos creímos que una dictadura del siglo XXI podía derrotarse con las herramientas políticas del siglo XX. Nos equivocamos. La sobrevivencia sólida, hegemónica y totalitaria del chavismo sin Chávez es la prueba irrefutable de que nunca hemos entendido nada.
(ama)
Venezuela: un país desangrado
El 6 de diciembre se llevaron a cabo elecciones parlamentarias en Venezuela en medio de la peor crisis en años. Hambre y escasez caracterizan la vida cotidiana en el país. La necesidad se manifiesta de muchas formas.
Imagen: Jimmy Villalta/UIG/imago images
Neveras vacías
En 2018, la nación caribeña registró la inflación más alta en su historia: 65.374%, según el portal alemán Statista. En el mismo año, el Fondo Monetario Internacional incluso calculó la inflación en 1.370.000%. Debido a la falta de divisas, apenas se pueden importar bienes. Comprar en los supermercados es imposible para la mayoría de los venezolanos debido a los altos precios.
Imagen: Alvaro Fuente/ZUMA Press/imago images
Alimentando a los pobres en la ciudad de Valencia, estado Carabobo
Solo aquellos que traigan su propio plato o envase pueden comer algo. Incluso las organizaciones de ayuda humanitaria carecen de cubiertos desechables. El otrora rico país ha estado sufriendo una grave crisis de abastecimiento durante años. Hay escasez de todo: comida, medicinas y las cosas más básicas, como jabón y pañales.
Imagen: Juan Carlos Hernandez/ZUMA Wire/imago images
Los niños se mueren de hambre
En Caracas, los niños extienden desesperadamente los brazos cuando Caritas u otras organizaciones distribuyen alimentos. Muchos no han comido en días. El 96 por ciento de los hogares vive en la pobreza, 64 por ciento en pobreza extrema, según un estudio de la Universidad Católica Andrés Bello. La carne, el pescado, los huevos, las frutas y las vegetales solo se sirven en muy pocas familias.
Imagen: Roman Camacho/ZUMA Press/imago images
Sistema de salud al borde del colapso
El que lamentablemente tenga que ir a un centro de salud, como aquí en el Hospital San Juan de Dios de Caracas, tiene que pagar sus propios medicamentos y suministros como catéteres y jeringas. Más de un tercio de los 66.000 médicos con licencia ya abandonaron el país. El número de otros profesionales de la salud también se ha reducido, lo que ha llevado al sistema sanitario al borde del colapso.
Imagen: Dora Maier/Le Pictorium/imago images
Barro y madera como materiales gratuitos de construcción
Un niño juega en su casa de bahareque, un tipo de vivienda hecha de madera y barro cuya construcción se remonta a la época precolombina. Debido a la creciente pobreza extrema en las zonas rurales, estas estructuras se están volviendo más comunes nuevamente. Bajo estos techos no hay agua corriente ni electricidad.
Imagen: Jimmy Villalta/UIG/imago images
No hay electricidad en Venezuela
Los apagones permanentes paralizan regularmente el país. La oposición señala las inversiones demoradas, la corrupción y el mantenimiento inadecuado de los sistemas eléctricos como las razones. Por ello, el gobierno tomó medidas drásticas para ahorrar electricidad. Por un tiempo, los funcionarios públicos incluso redujeron su semana laboral a dos días hábiles para ahorrar energía. Sin éxito.
Imagen: Humberto Matheus/ZUMA Press/imago images
Viviendo en la calle
Cuando se va la luz, hace un calor insoportable en las casas si no se tiene un aire acondicionado que funcione. Entonces la gente traslada la vida a las calles, como aquí en Maracaibo. Por años ha habido cortes de energía no solo regionales en Venezuela, sino también nacionales. El presidente Nicolás Maduro asegura que sus oponentes hacen actos selectivos de sabotaje contra la infraestructura.
Imagen: Humberto Matheus/ZUMA Press/imago images
Escasez aguda de agua
En la parroquia Santa Rosa, en la ciudad de Valencia, el suministro de agua ha colapsado de forma tal que hasta la gente se baña y lava su ropa y otras cosas en charcos al costado de la carretera. Ya no hay agua potable.
Imagen: Elena Fernandez/ZUMA Wire/imago images
Luz y agua
En el río Guaire fluyen solo aguas residuales y productos químicos tóxicos. En Venezuela, el agua y la electricidad son delicadamente interdependientes: la falta de electricidad y mantenimiento agrietaron las paredes de los embalses del país y el nivel del agua bajó. Como resultado, se generó menos electricidad en las centrales hidroeléctricas y se produjeron apagones. Un círculo vicioso.
Imagen: Adrien Vautier/Le Pictorium/imago images
En busca de agua potable
En Guacara, en el estado Carabobo, una residente camina por las calles con recipientes de plástico en busca de agua potable. En algunos lugares de Venezuela solo hay unas pocas horas de agua corriente tres días a la semana. Por esta razón, muchas familias llenan rápidamente todas las botellas y frascos que encuentren para tener un poco de agua cuando la sequía vuelva.
Imagen: Juan Carlos Hernandez/ZUMA Wire/imago images
Aguas contaminadas
Los venezolanos nadan en petróleo, pero no de buena manera: en el lago de Maracaibo, los pescadores arrojan sus redes desde neumáticos viejos, a pesar de que el agua está contaminada con petróleo. Las costas también están afectadas. Debido a fugas en oleoductos y una avería en una refinería cerca de Puerto Cabello, en el noroeste del país, unos 20.000 barriles de crudo se derramaron al mar.
Imagen: Miguel Gutierrez/Agencia EFE/imago images
"El pueblo necesita gasolina"
En Guacara, en el estado Carabobo, la gente espera con sus automóviles enfrente de las estaciones de servicio por más de dos semanas para cargar gasolina. Venezuela tiene que importar petróleo de Irán porque sus propias plantas petroleras en ruinas apenas pueden producirlo. Hace 10 años, la tasa de producción era de unos 2,3 millones de barriles al día. Ahora es menos de la mitad.
Imagen: Juan Carlos Hernandez/ZUMA Wire/imago images
El suministro de energía colapsó
En Caracas, la gente espera en la calle con sus bombonas de gas vacías con la esperanza de que por fin puedan volver a llenarlas. Dado que las fuentes de energía y gasolina fallan repetidamente en Venezuela, la gente ha cambiado al gas. Pero este recurso también se ha vuelto escaso.
Imagen: Miguel Gutierrez/Agencia EFE/imago images
Las aureolas se desvanecieron
Los rostros de Hugo Chávez, Fidel Castro, Evo Morales y Rafael Correa miran desde la pared de una casa en Caracas hacia un basurero desbordado. Muchos venezolanos veneraron como santos a los líderes socialistas de Venezuela, Cuba, Bolivia y Ecuador. En Venezuela, el "socialismo del siglo XXI" no ha cumplido su promesa de prosperidad para todos.