La campesina peruana Máxima Acuña y el científico puertorriqueño Luis Jorge Rivera Herrera ganaron, junto a otras cuatro personas, el Premio Goldman, considerado el Nobel del medioambiente.
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Acuña y su familia ganaron un litigio con la empresa minera Yanacocha por la propiedad de su predio frente a la Laguna Azul, situada en la región de Cajamarca, en el norte de Perú, e incluida en el proyecto Conga.
Reservas de agua
El proyecto Conga contempla una inversión de 4.800 millones de dólares pero es rechazado por gran parte de los habitantes de la región, que temen que se contaminen sus reservas de agua y rechazan que se drenen cuatro lagunas, dos para extraer metales y el resto para almacenar relaves.
"Esta agricultora de subsistencia en la sierra norte de Perú se levantó para defender su derecho a vivir en paz en su propia tierra, una propiedad buscada por Newmont y Buenaventura Mining para desarrollar una mina de oro y cobre", destacó la organización. De "orgullo nacional" la calificó la excandidata presidencial Verónika Mendoza en Twitter.
Corredor ecológico
Por su parte, Rivera Herrera fue premiado por su defensa de la Reserva Natural del Corredor Ecológico del Noreste de Puerto Rico. En un comunicado de prensa emitido por la organización local Sierra Club PR, Rivera dijo que la distinción "es motivo de gran satisfacción" para él, por ser un "orgulloso representante" y líder de la Coalición Pro Corredor Ecológico del Noreste.
"La labor colectiva a la que se me asocia y merecedora de este premio se debe en gran medida a la atención, confianza y paciencia que han tenido conmigo los miembros de la prensa puertorriqueña durante los pasados años, como parte de su labor de informar, educar y fomentar el pensamiento crítico entre todos los residentes de nuestra isla", expresó Rivera, máster en planificación ambiental.
Otros premiados
Los otros ganadores de los premios Goldman 2016 son la estadounidense Destiny Watford, el tanzano Edward Loure, el camboyano Leng Ouch y la eslovaca Zuzana Čaputová. Estos galardones, creados en 1989, reconocen anualmente a quienes realizan una importante labor para proteger y mejorar el ambiente natural, frecuentemente a riesgo de sus propias vidas. Se divide por regiones: África, Asia, Europa, Islas y Naciones Isleñas, Norteamérica, Suramérica y Centroamérica.
La recientemente asesinada activista indígena hondureña Berta Cáceres recibió el premio Goldman en 2015, en reconocimiento a su defensa de los derechos de los pueblos lencas.
RML (efe, ap, goldmanprize.org)
Indígenas amazónicos amenazados por la exploración petrolífera
La petrolera colombo-canadiense Pacific Rubiales explora tierras habitadas por los matsés y sus vecinos "no contactados" en Perú y Brasil. El proyecto amenaza la vida indígena, denuncia Survival International.
Imagen: Christopher Pillitz
El "pueblo del jaguar"
Cerca de 2.500 indígenas matsés (llamados “mayorunas” en Brasil) viven en la ribera del río Yaquerana, en la frontera entre Brasil y Perú. Junto con el pueblo indígena matis –al que los une un cercano parentesco, así como el modo en que decoran sus rostros evocando los bigotes y dientes de un gran felino– se les conoce como “el pueblo del jaguar”.
Imagen: Christopher Pillitz
Sin fronteras, con vecinos ''aislados''
Para los matsés, la frontera peruano-brasileña no existe: sus arroyos, planicies aluviales y selvas de arena blanca conforman un solo territorio ancestral. En él viven también pueblos indígenas en situación de “aislamiento voluntario”, tanto en Perú como Brasil.
Imagen: Rebecca Spooner/Survival International
Cazadores y recolectores
Son expertos en el uso de arcos y flechas para la caza de monos araña, pecaríes o puercos almizcleros de hocico blanco, tapires, monos lanudos y armadillos. Decoran las varillas de sus flechas de caña con hilo de algodón y un tipo de hierba dorada. En la estación seca, recolectan huevos de tortugas fluviales.
Imagen: Christopher Pillitz
''No comemos alimentos de la fábrica''
Los matsés cultivan además una amplia variedad de vegetales en sus huertos, entre ellos, alimentos esenciales en su dieta como plátanos y yuca. “No comemos alimentos de la fábrica (…), por eso necesitamos espacio para cultivar nuestra propia comida”, explica Antonina Duni, una mujer matsés, a los visitantes de Survival International.
Imagen: Rebecca Spooner/Survival International
Elíxir... de plátano
Las mujeres matsés se encargan de preparar el chapo, una bebida dulce de plátano. La fruta madura siempre está hirviendo en el hogar de los matsés. Luego, su masa se exprime a través de un colador hecho con hojas de palma. La bebida resultante se sirve caliente, junto al fuego. Muchos la beben mientras se mecen sobre una hamaca.
Imagen: Rebecca Spooner/Survival International
Pescadores precavidos
Para proteger sus tierras, evitan agotar el suelo y las poblaciones de animales y peces alternando los lugares donde cazan y pescan.
Imagen: Alison Wright
Fuerza de rana
Para provocar un sentimiento de claridad, visión y fuerza que puede durar varios días, los matsés se aplican veneno de rana antes de sus partidas de caza. Recogen el fluido de una rana verde conocida como "acate" frotando la piel del animal con un palo y se lo aplican luego a sí mismos en pequeños agujeros quemados en la piel.
Imagen: James Vybiral/Survival International
Energía de tabaco
Los hombres matsés soplan también tabaco, o polvo de “nënë”, por la nariz de otros hombres para darles mayor fuerza y energía.
Imagen: James Vybiral/Survival International
Contacto y enfrentamiento
Los matsés fueron contactados por primera vez en 1969 por un grupo misionero estadounidense, que llegó a la región tras enfrentamientos violentos entre los indígenas y colonos locales que pretendían construir una carretera a través de este territorio. Desde el primer contacto, muchos matsés han muerto por enfermedades como malaria, tuberculosis, desnutrición y hepatitis.
Imagen: Rebecca Spooner/Survival International
Amenaza para la supervivencia
Desde 2012, la petrolera canadiense Pacific Rubiales explora tierras habitadas por los matsés y sus vecinos no contactados. La construcción de cientos de líneas sísmicas y la excavación de pozos a través de 700 kilómetros cuadrados de selva amenazará las cabeceras de tres ríos esenciales para la supervivencia de los matsés y sus vecinos, denuncia la organización Survival International.