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Pingüinos para todos los gustos

Carla Bleiker (rml/ers)26 de abril de 2016

Son grandes nadadores, con un gracioso contoneo al andar, y (sobre)viven, entre otros, en el más frío continente de la Tierra: la Antártida.

Imagen: picture-alliance/dpa

Los hay de los más variados tamaños y formas. Desde el pingüino azul, que apenas alcanza los 30 centímetros, hasta el emperador, que puede llegar a los 1,30 metros de altura y 40 kilos de peso. Lo mismo sobreviven en la siempre helada Antártida que en las soleadas playas de Sudáfrica o en las costas rocosas de la Patagonia.

Todos tienen algo en común: son aves que no pueden volar, lo que más bien parece una broma pesada de la naturaleza. Son, eso sí, espectaculares nadadores. Su cuerpo hidrodinámico les permite avanzar como torpedos en el agua. El más veloz de todos es el pingüino juanito –también conocido como papúa, gentú o de vincha−, presente sobre todo en las Islas Malvinas: en su mejor forma, aseguran diversas fuentes, puede alcanzar registros de entre 27 y hasta 36 kilómetros por hora.

Pingüino emperador, el más famoso

Al pingüino juanito se le identifica fácilmente por su parche blanco en la cabeza, así como por los escandalosos graznidos que lanza como alarma contra el robo de sus huevos o en época de apareamiento. Aunque existe una controversia en cuanto al número de especies de pingüinos que existe en la actualidad, la cifra de mayor consenso parece ser 17. Entre ellos se cuentan el pingüino macaroni –también conocido como pingüino de penacho anaranjado− y el pingüino Adelaida –protagonista de este material de la BCC.

El más conocido, sin embargo, parece ser el pingüino emperador. El más grande todos, recordado por muchos en relación con el documental francés “La Marche de l'empereur”. Traducida en España como “El viaje del emperador” y en Latinoamérica como “La marcha de los pingüinos”, la cinta aborda la ardua peregrinación anual de estos animales, desde el mar hasta sus sitios de cría. Una vez que la hembra ha puesto el huevo, emprende el camino de vuelta −a veces cientos de kilómetros− para alimentarse, mientras la futura cría queda al cuidado del macho.

Un reto logístico que no parece cien por ciento afinado por la madre naturaleza, pues el traspaso requiere que el extremadamente sensible huevo llegue sano y salvo de las patas de la hembra a las del macho. A veces sale mal −el contacto con el hielo mata inmediatamente a la cría por nacer− y otras muchas veces, bien. Es lo que los humanos solemos llamar el “milagro” de la vida y que celebramos, por los pingüinos, cada 25 de abril, en el Día Mundial del Pingüino.

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