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A 50 años de los Procesos de Auschwitz

Volker Wagener (CP/ ER)18 de agosto de 2015

En pleno auge económico, los alemanes se enfrentaron con la época más oscura de su pasado: el juicio a los crímenes de Auschwitz, en Fráncfort, marcó un antes y un después para víctimas y victimarios del Holocausto.

Imagen: Getty Images/C. Furlong

Cuando el Ejército Rojo llegó al campo de concentración cercano a Cracovia, hoy Polonia, el 27 de enero de 1945, allí aún había aproximadamente 7.000 prisioneros. De los 60.000 que ingresaron, la mayoría había sido ejecutada o habían perecido en las Marchas de la Muerte. Entre 1940 y 1945, 1.100.000 personas fueron asesinadas en los campos de concentración nazis en las cámaras de gas, por medio de inyecciones letales, a tiros o a golpes, y todo fue prolijamente documentado. Esos crímenes horrendos fueron durante casi 20 años un tema tabú para la opinión pública alemana. Sobre todo para la Justicia. El lema era: “Dejar descansar el pasado”. El espíritu de la era de Konrad Adenauer, el primer canciller de Alemania Occidental (1949-1963) estuvo marcado por una amnesia generalizada y por una “desnazificación” activa.

Los Procesos de Auschwitz se pudieron llevar a cabo debido a un hecho fortuito. Un periodista conoció durante una de sus investigaciones, a fines de 1958, a un exprisionero de un campo de concentración que, durante los últimos meses de la guerra, logró rescatar del fuego ciertos documentos del tribunal policial en Breslavia. Se los entregó al periodista, que los envió al fiscal general de Hesse, Fritz Bauer. Este reconoció de inmediato la importancia capital del hallazgo: se trataba de documentación acerca de las ejecuciones en Auschwitz, con los nombres de los asesinados, sus ejecutores y el motivo de la ejecución. El firmante era Rudolf Höß; el comandante del campo de exterminio. Y también se veía claramente la rúbrica de Robert Mulka, quien más tarde sería acusado principal en los Procesos de Auschwitz de Fráncfort. Por fin se contaba con las bases para poner en marcha un gran juicio contra varios miembros del régimen nazi en diferentes funciones. Y con eso, también se abría la posibilidad de destapar la maquinaria de exterminio sistemático en su totalidad.

Procesos de Auschwitz en Fráncfort. (1963).Imagen: imago/United Archives

Fritz Bauer, padre del juicio de Auschwitz

En abril de 1959, el Tribunal Federal declaró competentes al Tribunal de Fráncfort del Meno y a Fritz Bauer para llevar a cabo el juicio. Bauer, judío y socialdemócrata, había sido encarcelado durante el régimen nazi y, en lugar de retirarse o emigrar al extranjero, eligió perseguir a los criminales de guerra, no por venganza, sino para poner fin a la negación del pasado. Para muchos de la clase política fue un traidor. Nunca apareció durante el juicio, pero respaldaba a sus fiscales como fiscal general. Bauer era uno de los pocos juristas no implicados en el régimen y, como era lógico, estaba bastante solo. “Cuando me retiro de mi oficina piso territorio enemigo”: así describió su situación.

Fritz Bauer, fiscal general de los Procesos de Auschwitz.Imagen: picture alliance/Manfred Rehm

Los Procesos de Auschwitz de Fráncfort pudieron comenzar en 1963 gracias a Bauer y a que en 1958 se creó la Oficina Central de la Administración Provincial de Justicia para Esclarecer los Crímenes del Nazismo en Ludwigsburg. Hasta ese momento, los crímenes nazis se habían investigado de manera asistemática y descoordinada. También era muy dificultoso lograr que los exprisioneros de campos de concentración que habían sobrevivido el Holocausto estuvieran dispuestos a pisar otra vez suelo alemán. Demoró varios años convencer a al menos un judío de cada país de los que habían sido deportados para que viajara a Fráncfort como testigo. Esa fue obra del fiscal general Bauer y de su equipo de juristas.

Los alemanes enfrentan su pasado

El gran juicio comenzó en diciembre de 1963 y confrontó a los alemanes, 18 años después del fin de la II Guerra Mundial, con lo que muchos no querían saber. Bajo el Número de Acta 4 Ks 2/63 se abrió el juicio a Robert Mulka, ayudante del comandante de campo y principal acusado, y a otros 22 imputados. El proceso duró 183 días, es decir, 20 meses, y se basó en un acta acusatoria de 700 páginas, junto con 75 tomos que la fiscalía entregó al tribunal, entre ellas, registros de defunción y registros de comunicaciones por radio que fueron recopilados durante cinco años de investigaciones.

El 19 de agosto de 1965, el tribunal comenzó con la emisión del veredicto a sala llena. Cerca de 20.000 observadores extranjeros habían llegado a lo largo de los últimos 20 meses. El interés por el proceso era enorme en todo el mundo. Lo que el escritor, periodista y sobreviviente del Holocausto Ralph Giordano llamó la “segunda culpa”, es decir, al fracaso de décadas de la Justicia de Alemania Occidental en esclarecer su cruento pasado, al menos pudo ser corregido en parte por los Procesos de Auschwitz de Fráncfort. El tribunal dictó penas de varios años de cárcel, hasta cadena perpetua, y dejó sentado sin lugar a confusión que los crímenes nazis también eran punibles según el derecho vigente durante el régimen nacionalsocialista. Después del veredicto de Fráncfort mermó notablemente el empeño de la Justicia alemana por investigar esos crímenes. De 6.500 miembros de las SS en Auschwitz solo fueron juzgados 29, afirma el historiador Andreas Eichmüller. Pasaron 40 años hasta que la “mentira de Auschwitz” – es decir, la hipótesis de que no hubo asesinatos en Auschwitz o de que fueron muchos menos de los que se comprobó- también fue penalizada. En abril de 2005, dicha afirmación pasó a ser un delito.

Imagen: imago/United Archives