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SociedadGlobal

“A Mariana la ahorcaron, a Natasha la ahogaron”

Violeta Colesnic
17 de enero de 2023

Las trabajadoras sexuales no pueden contar con ayuda de nadie en esta exrepública soviética, donde se desempeñan en la clandestinidad. A menudo son víctimas de violencia.

Una trabajadora sexual moldava espera clientes en una calle de Chisinau.
Una trabajadora sexual moldava espera clientes en una calle de Chisinau.Imagen: Violeta Colesnic

"Detrás de la fachada amable de un cliente educado puede haber un monstruo", dice una trabajadora sexual. Sabe de lo que habla. "A Mariana la ahorcaron, a Natasha la ahogaron. No sabemos cómo murió Julia", dice esta mujer a DW en una calle al norte de la República de Moldavia.

Con una población de poco más de tres millones de habitantes, en Moldavia hay 15.800 trabajadoras sexuales, de las cuales casi un tercio se encuentra en la capital, Chisinau. Acá la prostitución es ilegal y las trabajadoras no pueden esperar ninguna protección de parte de las autoridades. Si son atrapadas, deben pagar multas de entre 88 y 118 euros.

Las hetairas hablan de miedo y humillación: a menudo son perseguidas de noche por los policías y deben esconderse entre los arbustos. Los clientes suelen maltratarlas. La mayoría recurrió al trabajo sexual por la desesperación y la pobreza: no ven otra forma de sobrevivir.

Un lugar para las ucranianas

La "Calea Basarabiei" es una avenida que atraviesa una zona industrial de Chisinau y es conocida porque está llena de trabajadoras sexuales. Los distintos grupos se dividieron la zona. Una mujer que trabaja hace 20 años en el rubro cuenta que desde el comienzo de la guerra en Ucrania han ido apareciendo grupos de ucranianas, aunque a ellas las organizan proxenetas.

La industria del sexo no es organizada por proxenetas en Moldavia, sino que las mujeres trabajan de forma independiente y acuerdan el precio con el cliente. Mientras que las escort de lujo ganan varios cientos de euros por noche, quienes trabajan en la calle consiguen entre 10 y 25 euros por trabajo. En los pueblos más chicos, la ganancia puede ser menor: 5 euros.

En las localidades más pequeñas es especialmente difícil trabajar, no solo por los precios más bajos, dice una trabajadora de unos 40 años. "Todos tienen mala opinión de nosotras y nos tratan mal. Para nuestros hijos es muy complejo, pues en la escuela se burlan de ellos porque su madre es una prostituta", explica. Ella misma eligió este trabajo porque ya no tenía más opciones.

"Algunos creen que la prostitución es el camino más fácil para ganar dinero. Quien diga eso no tiene idea de cuán difícil es para una mujer vender su cuerpo. Necesitamos oportunidades para ganar dinero de otras formas. A veces nos tratan peor que a delincuentes que han matado a otras personas", revela.

La humillación, la violencia, la desesperanza y el temor son sentimientos con los que conviven las trabajadoras sexuales moldavas.Imagen: Violeta Colesnic

Además de quienes trabajan en la calle, están también las "chicas de apartamento", que prestan servicios en sus propios domicilios. A menudo son estudiantes o incluso mujeres casadas, cuyo entorno no sabe que trabajan en este negocio. A este grupo pertenece Diana, que tiene un marido desempleado y dos hijos. Aunque tiene un trabajo remunerado, su salario de 172 euros mensuales no alcanza. Por eso se dedica al trabajo sexual. "Haría cualquier cosa para que mis hijos no pasen hambre. Tengo vidas paralelas, nadie sabe de mi segundo empleo".

Abusada por el marido de la profesora

Según un estudio de la ONG Act for Involvement, cerca de la mitad de las prostitutas de Chisinau fueron víctimas de violencia sexual en la infancia o en la adolescencia. Olga, que trabaja hace 26 años en la calle, cuenta que cuando tenía 12 el marido de su profesora la violó. Guardó silencio porque el hombre la amenazó con matarla si contaba algo. "No dije nada por miedo. Y así fue como me empecé a acostar con hombres por dinero".

El 2,7 por ciento de estas mujeres porta el VIH, según un informe de Naciones Unidas. Una escort de lujo retirada revela que entre sus clientes se encuentran empresarios, alcaldes y políticos. No sabe cuál de ellos la contagió con el VIH. Debido a la infección perdió a sus clientes y su única fuente de ingresos. En medio de la desesperación, empezó a cambiar servicios sexuales por comida.

Muchas de las entrevistadas expresaron su consternación por el hecho de que cada vez hay más menores de edad prostituyéndose. "Las más jóvenes tienen 12 años", cuenta una. "La policía lo sabe, supuestamente también los trabajadores sociales, pero nadie hace nada. Creo que los hombres también deberían tener algunos principios morales básicos”, agrega.

Este artículo es el resultado de un trabajo en terreno de varios meses  por un equipo de periodistas en Moldavia, entre ellos la corresponsal de DW en Chisinau, Violeta Colesnic. Los reporteros hablaron con más de 40 trabajadoras sexuales de distintas ciudades de esta exrepública soviética.

(dz/cp)

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