Hace tiempo que Hugo Chávez dejó de ser un presidente al alcance de la mano. En la campaña electoral de 2006, se mezcló con las masas sólo desde la protección de su coche. Pocas veces desciendió para acercarse al pueblo. Y el baño entre los seguidores se llevó a cabo siempre bajo el más estricto control. Los guardaespaldas le abrían el camino a golpes. Quien osa acercarse demasiado, no tarda en recibir su merecido.

En 1998 las cosas eran diferentes. En aquellos tiempos, Chávez visitaba los barrios pobres. Haciéndole carantoñas a los niños, besando mujeres, abrazando ancianos. Hace siete años que es presidente. Y Chávez ha abandonado la categoría de hombre para convertirse en mito. Tiene poder y muchos enemigos. Altos funcionarios cercanos al presidente aseguran que han sido varios los atentados frustrados contra Chávez. Los imperialistas de Washington quieren acabar con su vida, sugieren.

Hambre de poder y reconocimiento

Pero sin contacto físico la cosa no funciona. También en la campaña de 2006 Chávez hizo carantoñas, repartió besos y abrazos. Niños, mujeres y ancianos. Pero elegidos y seleccionados. Todo escenificado, aunque siga pareciendo auténtico. Cuantos más espectadores hay, mejor se desenvuelve. Chávez necesita público. “Tiene una inmesa necesidad de afecto, de que lo adoren. No soporta no tener la palabra”, dice Alberto Barrera, escritor, junto con Cristina Marcano, de una biografía de Chávez.

Aló Presidente, su programa televisivo de los domingos, dura siete horas. A los invitados se les permite decir poco. Con frecuencia, el presidente interrumpe la conversación. Hablar es lo que más le gusta hacer. Como orador tiene mucho talento. Hacer política a puerta cerrada no va con él. Chávez vive del escenario y de sentir el calor de los focos. “Tiene una capacidad empática enorme, de decirle a la gente lo que quiere oír”, asegura Barrera. Si se le pregunta a sus seguidores qué es lo que más aprecian de Chávez, la respuesta es muchas veces la misma: “dice lo que todos pensamos”. Cuanto mayor sea la ovación, más agresivo se vuelve su discurso.

La persona más importante: la abuela

Hacerse famoso siempre fue el gran sueño del pequeño Hugo de Sabaneta, una pequeña ciudad en la provincia andina de Barinas. Creció junto con sus cinco hermanos en el seno de una familia sencilla, en una casa de suelo de barro y techo de palmeras. Hasta que tuvo 11 años, fue su abuela quien se ocupó de criarlo.

De niño, Chávez quería ser jugador de baloncesto. En un diario, a los 19 años, anota: “ojalá tenga en algún momento que asumir la responsabilidad de mi patria". Para alcanzar este objetivo, Chávez trabajó consecuentemente. Fue a una escuela de cadetes. En la academia militar se licenció en ingeniería.

En los años 80 fue uno de los alumnos del politólogo Friedrich Welsch en la universidad de elite Simón Bolívar, en Caracas. “Era un tipo amable, de buen trato. Sus notas eran buenas. Estaba entre los mejores”, recuerda Welsch. Sólo el primer día de clase llamó algo la atención. Apareció vestido de uniforme, como era común entre los militares. Y armado. Welsch le exigió dejar la pistola fuera o abandonar el aula. Chávez aceptó a disgusto.

El golpista amable

Ya por aquella época, Chávez planeaba un Golpe de Estado. En 1982, fundó la organización militar MBR 200, Movimiento Bolivariano Revolucionario. “Conspirar se le daba bien. Era muy disimulado”, dice Welsch. Sólo cuando Chávez fue procesado se enteró el profesor de las actividades clandestinas de su alumno. “Chávez estuvo implicado en la 'Noche de los Tanques' de 1988, un intento de Golpe de Estado que pudo ser detenido en su fase inicial. Por esta razón, Chávez nunca pudo acabar de escribir su trabajo de fin de carrera”, cuenta Welsch.

En 1992, Chávez intentó organizar sin éxito otro Golpe de Estado, esta vez contra el presidente Carlos Andrés Pérez. Fue detenido. Sin embargo, este fracaso significó el principio de su carrera. Chávez apareció en televisión pidiendo a los golpistas que depusieran las armas para evitar un baño de sangre. “Hemos perdido. De momento”, dijo. Y sus palabras hicieron eco en un país gobernado por una elite corrupta. “Chávez se convirtió en un ídolo. Y para muchas mujeres en un sex symbol”, afirma el biógrafo Barrera. En 1998 obtuvo el 56,6% de los votos en las elecciones presidenciales.

“Chávez es adicto al poder”, declaró en una ocasión su psicólogo Edmundo Chirinos. Trabaja como un poseso, duerme sólo cuatro horas y bebe al día unas 30 tazas de café solo. “Nunca pensó que su elección como presidente tuviera otro fin que el de cambiar la Historia“, dice Barrera. En su visión del mundo se parece a su mayor enemigo: George W. Bush. También para Chávez existe sólo el conmigo o el contra mí, el blanco o el negro.

Frío calculador

“En realidad, el Chávez privado no existe”, dice Barrera. Poco se sabe sobre él. Es padre de cuatro hijos, estuvo casado dos veces, ahora es soltero. Se le achacan muchas aventuras amorosas. Sus colaboradores más cercanos mantienen la boca bien cerrada, también por miedo. Chávez puede ser muy agresivo. No soporta que le lleven la contraria.

La imagen que le gusta dar a Chávez es la del líder apasionado y siempre impredecible, que no es más que una máscara, dicen quienes lo conocen bien. Más de una vez ha sido tomado por loco. Pero todo está muy bien calculado. “En general, a Chávez se le ha subestimado. Es un hombre persistente, un hombre que sabe esperar, calcular a largo plazo. A todos nos da la impresión de que es un hombre inapacible, impulsivo. Pero Chávez es un planificador. Incluso cuando parece que estalla, está todo pensado", asegura Barrera. Chávez se ha aprovechado de esta infravaloración. Ahora se encuentra entre las personas más poderosas de América Latina.