La batalla de Hartmannsweilerkopf o "Le Vieil Armand" fue una de las más sangrientas de la I Guerra Mundial entre alemanes y franceses. Ahora se levanta allí un lugar de conmemoración y reconciliación.
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Desde la cima del monte de Hartmannsweilerkopf, que los franceses rebautizaron como "Vieil Armand", se ve la llanura del Rin y la región de Alsacia. Quien domina esa cumbre, controla toda la zona circundante. Así pensaban en todo caso los generales alemanes y franceses de la Primera Guerra Mundial.
Ya a fines de 1914 comenzaron las primeras batallas en torno a ese lugar. Los combates se reducían por momentos, para luego recrudecer, y se prolongaron cerca de un año y medio. El control del monte cambió de manos varias veces. Ambos bandos dejaron huellas. Todavía existen allí aproximadamente 60 kilómetros de trincheras y 600 búnkeres y refugios subterráneos.
Al igual que en otros campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, se combatió allí enconadamente, pero ningún bando obtuvo el triunfo militar. Hubo batallas en medio de la nieve y el frío. En épocas más cálidas, los soldados se hundían a veces hasta las rodillas en una ciénaga de excrementos y restos humanos. Campeaban la disentería, el tifus y el cólera.
Pero ninguna de las partes cedió. El general francés Joseph Joffre se empeñó en recuperar el monte, cuando estuvo en manos alemanas. Su adversario germano, el general Hans Gaede, replicó que él montaba guardia en el Rin.
Las bajas fueron enormes en esta despiadada lucha: entre 25.000 y 30.000 muertos en ambos bandos, y casi el doble de heridos. Los soldados franceses llamaban al Hartmannsweilerkopf "el cerro de la muerte" o "devorador de hombres".
A partir del verano de 1916, el frente se desplazó hacia el norte y las cúpulas militares y francesas retiraron parte de sus tropas del lugar. El monte perdió parte de su importancia estratégica. De allí en adelante, los combates se limitaron principalmente a duelos de artillería, y cientos de miles de impactos de granadas transformaron el sitio en un paraje lunar.
Primer memorial conjunto
Pese a que los combates por esa cumbre fuero tan sangrientos y tan carentes de sentido desde el punto de vista militar como muchas otras batallas, nunca se les brindó tanta atención como, por ejemplo, a la batalla de Verdún. Y no es de extrañar, porque en Verdún y en la batalla del Somme el número de víctimas fue aún mucho mayor.
No obstante, Hartmannsweilerkopf se convirtió después de todo en un símbolo, primero a nivel nacional galo. En 1932, los franceses construyeron allí una necrópolis donde hallaron sepultura los restos de aproximadamente 12.000 personas. El antiguo campo de batalla fue declarado monumento. En ese entonces, el presidente Albert Lebrun acudió a la inauguración. No había aún rastros de reconciliación con los alemanes. Por el contrario: un año más tarde, Hitler llegó al poder en Alemania.
Sobrevino entonces una guerra aún peor, con más muertos. Hasta que por fin, en 2014, al cumplirse 100 años del inicio de la I Guerra Mundial, acudió a Hartmannsweilerkopf por segunda vez un presidente francés: Francois Hollande. Pero esta vez lo hizo en compañía de su homólogo alemán, Joachim Gauck. Ambos se propusieron convertir ese lugar, que fue escenario de tanta muerte y hostilidad, en un sitio de encuentro y reconciliación franco-germana. Ellos pusieron la primera piedra del museo que ahora se inaugura (10.11.2017). Se trata del primer memorial conjunto franco germano, que recuerda el destino que sufrieron los soldados en las trinchera de la I Guerra Mundial.
Autor: Christoph Hasselbach (ERS/VT)
Primera Guerra Mundial: sitios conmemorativos
Los tambores de guerra retumbaron durante cuatro años en Flandes. Ninguno de los ejércitos en conflicto pudo avanzar más que un par de kilómetros allende las líneas enemigas. En varios sitios se recuerda a los muertos.
Imagen: DW
La letra como ornamento
En 1928, el autor alemán Stefan Zweig visitó Ypern. En la puerta Menen, de reciente inauguración por aquellos días, anotó que la letra era tan sólo un ornamento ante la abrumadora presencia de 55.000 nombres de soldados de Reino Unido caídos o perdidos en acción durante el conflicto, y que no pudieron ser enterrados.
Imagen: DW/D. Duncan
Dolor grabado en piedra
Käthe Kollwotz tardó 18 años en tener listas las esculturas tituladas “Padres en duelo”. Su hijo Peter se fue al frente de batalla en octubre de 1914. Una semana más tarde había muerto. Apenas tenía 18 años. Su sepulcro se encuentra justo al pie de la escultura de su padre, en el cementerio de guerra Vladslo. Ahí están enterrados 25.644 soldados.
Imagen: DW/B. Görtz
Langermarck: abuso de los nazis
En 1914, altos mandos del ejército propagaron por el mundo una mentira: supuestamente, miles de estudiantes habían marchado hacia el frente de batalla entonando la “Canción alemana”. Años más tarde, la propaganda nazi repitió el mito una y otra vez. En realidad, los jóvenes fueron carne de cañón. Langemarck es un cementerio para soldados voluntarios que, por la leyenda, está cubierto de tristeza.
Imagen: Andre de Bruin
La “Colina 60”, punto neurálgico
En Ypern, Bélgica, por doquier hay restos de viejos búnkeres. Este es muy especial. La llamada “Colina 60” sobresale un par de metros de la superficie, por lo demás plana. Se usaba para controlar el panorama desde las alturas, y en caso necesario, para disparar al enemigo. Por ello fe un punto fuertemente disputado.
Imagen: DW/D. Duncan
El mayor monumento británico en el continente
En Tyne Coyt fueron enterrados 11.956 soldados, entre ellos cuatro alemanes. En el muro interior están inscritos los nombres de 34.957 soldados cuyos restos nunca fueron encontrados. La artillería y el fuego constante hicieron imposible recuperar todos los cadáveres. Cuando los campesinos encuentran algunos huesos, se llama a especialistas que se encargan de desenterrarlos.
Imagen: DW/B. Görtz
En la trinchera
Passchendaele es un sitio que ya no existe. En 1917, combatieron ahí tropas británicas y alemanas, y se utilizaron cuatro millones de granadas. Esa batalla, una de las más sangrientas de la conflagración, es recordada en el Memorial Museo Passchendaele 1917.
Imagen: Memorial Museum Passchendaele 1917
Gases como arma
En las inmediaciones de Ypern fue utilizado por primera vez el gas como arma de guerra. Emisiones de cloro causaban ahogamientos al enemigo. En julio de 1917, tropas alemanas usaron un nuevo arma llamado “Ypérite”. Fue el antecedente del “gas mostaza”; causaba quemaduras extensas y escoriaciones en la piel.
Imagen: Memorial Museum Passchendaele 1917
Lo que queda de Passchendaele
Para ir a Passchendaele hay que pasar por Zonnebeke. Tras cien días de cruenta batalla entre julio y noviembre de 1917, no quedó nada del pueblo. Unos cuantos restos dan apenas una vaga idea de lo que alguna vez ahí transcurrió.
Imagen: Memorial Museum Passchendaele 1917
Turismo de guerra
Ypern recibe sobre todo a visitantes británicos. Un hotel de la ciudad ofrece una experiencia especial: pernoctar en una habitación de paredes cubiertas de pintura como si fuese camuflaje, y botes de combustible a manera de mesillas. Otros recuerdos evocan los días aciagos de la Primera Guerra Mundial.
Imagen: DW/B. Görtz
De todo Reino Unido
Los nombres en las paredes de la puerta Menen están ordenados según el regimiento al que los soldados pertenecían. Se trata de listas muy largas, con nombres de soldados que también provenían de África, India, Paquistán, Nueva Zelanda, Australia o Canadá. ¿Acaso todos tendrían una idea de por qué causa luchaban en las lejanas tierras europeas?
Imagen: DW/B.Goertz
Solo queda el recuerdo
Desde que fue inaugurada la puerta Menen, en 1928, cada día a las 20 horas se celebra una ceremonia conmemorativa. Bomberos de Ypern desfilan en honor de las víctimas. En principio se recordaba solo a los soldados británicos fallecidos. Con el tiempo, también a los caidos de lasotras nacionalidades contendientes. De este modo, la puerta Menen se ha convertido en un sitio de conmemoración conjunta.