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Refugiados: Chipre al límite de su capacidad

Marianna Karakoulaki
9 de septiembre de 2019

Chipre tiene dificultades para satisfacer las necesidades de sus refugiados. La UE le prometió asistencia, pero quienes piden asilo allí siguen viviendo bajo condiciones atroces. Un reporte desde Nicosia.

Zypern EU Symbolbild
Imagen: borabajk - Fotolia

Con una anchura de apenas 97 kilómetros y una longitud de 160 kilómetros, sin contar el emblemático “cuerno” que le agrega 72 kilómetros a su territorio, Chipre es uno de los países más pequeños de la Unión Europea. Su superficie es más reducida que la de otras islas mediterráneas. No obstante, para quienes huyen de la guerra en el Cercano y Medio Oriente y de sus secuelas, dar el salto hacia Chipre es una decisión razonable, sobre todo cuando los caminos continentales hacia el bloque comunitario se ven obstaculizados.

Muchos refugiados pueden viajar legalmente a la República Turca del Norte de Chipre, un Estado de facto que ocupa un tercio de la isla desde 1974, cuando Turquía la invadió. Pero, tras arribar al aeropuerto de Ercan, ellos buscan la manera de pasar a la parte greco-chipriota con miras a solicitar asilo. Allí, el número de peticiones ha ido en constante ascenso desde 2015, cuando cientos de miles de personas se vieron obligadas a desplazarse hacia el continente europeo. En 2016 fueron 2.871 y en 2018, 7.713, por ejemplo. En 2019 serán más.

El campamento de refugiados de Kofinou, una isla dentro de una isla.Imagen: DW/M. Karakoulaki

Asilo en cámara lenta

Eso representa un serio desafío para Chipre: hasta junio de este año, 6.554 personas habían pedido asilo, la cifra de solicitudes por evaluar ya asciende a 14.000 y sus autoridades le han pedido asistencia a la Unión Europea para transportar a 5.000 refugiados a otros países. En una carta enviada al Gobierno de Nicosia, Dimitris Avramopoulos, comisionado europeo de Migración, ofreció apoyo financiero y logístico, acotando que consideraría la propuesta de reubicación y le recordaría a Turquía su compromiso de frenar la migración.

La Unión Europea llegó a un acuerdo con Ankara para que retuviera y atendiera en suelo turco a los refugiados provenientes de Siria y otros países azotados por la guerra y la anomia. Ese pacto incluye la responsabilidad de evitar que surjan nuevas rutas migratorias hacia el oeste. Para Katja Saha, representante de ACNUR en Chipre, uno de los retos principales es reducir el monto de peticiones de asilo aún no procesadas. “Las decisiones de primer nivel deben tomarse en no más de seis meses, pero en Chipre tardan varios años”, comenta.

“Una instancia puede tardar entre tres y cinco años en anunciar su decisión final sobre un caso. Y hay refugiados que han pasado una década entera como solicitantes de asilo”, añade Saha en entrevista con DW, subrayando que la incertidumbre los golpea duramente. Una vez que han hecho la petición de asilo, los solicitantes son llevados a uno de los dos campamentos de refugiados de la isla: el de Kofinou –bastante retirado de grandes urbes, como Lárnaca y Limasol– y el que está cerca de Nicosia, para recién llegados.

Refugiados tratan de aprender griego por su cuenta en Chipre.Imagen: DW/M. Karakoulaki

Desencanto chipriota

DW habló con una pareja de refugiados iraníes. A sus ojos, lo peor de la vida en el campamento de Kofinou no son los espacios infestados de cucarachas ni los malos hábitos higiénicos de muchos de los que cohabitan el albergue. Lo más insoportable es el tedio interminable, la larga espera por saber qué les depara el destino. Nadie que no haya pasado por esta experiencia puede saber cuan estresante es esperar por una cita y que ésta sea cancelada a última hora, cuentan.

Consultado al respecto por DW, un periodista somalí que pidió asilo en Chipre apunta que las condiciones de vida no mejoran cuando a una persona se le reconoce su estatus de refugiado porque la isla carece de un sistema que fomente la integración. “Cuando llegué a Chipre tuve muchos problemas. No es fácil comunicarse con sus ciudadanos y toma mucho tiempo conocer a su gente y sus costumbres”, recuerda. Ahora, el periodista procura ayudar a refugiados a ayudarse a sí mismos, animándolos a aprender rápidamente la lengua local.

Eso lo ha obligado a crear una plataforma en línea para demandar acceso a lecciones de griego para refugiados adultos. A estas alturas, él sabe que tomar iniciativas no es algo que quepa esperar de la burocracia chipriota. Saha, de ACNUR, también intenta llamar la atención del Gobierno local. “Si los refugiados tienen la oportunidad de educarse, ellos pueden contribuir más a la sociedad. (…) Desgraciadamente, el acceso a puestos de trabajo más allá de la agricultura y el sector servicios es muy limitado”, arguye la experta.

(erc/ers)

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