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Rey Carlos III, ¡entréguele las riendas a Guillermo!

9 de septiembre de 2022

Es un buen momento para destituir a los reticentes miembros de la realeza y construir una mejor democracia para el Reino Unido, opina Zulfikar Abbany.

Prinz Charles
Imagen: Henry Nicholls/WPA Pool/Getty Images

Así es. Dos días después del saludo de la nueva primera ministraLiz Truss, en un último acto como jefa de Estado, la reina expiró. Es un momento triste para mucha gente, sin duda, pero también podría ser una oportunidad para el Reino Unido.

No puedo evitar pensar en el momento en que murió ese otro miembro de la realeza tan significativo: Diana. Al igual que ocurrió con la muerte de la reina, Diana murió poco después de un cambio de poder en el gobierno.

La única diferencia es que Diana era una persona con visión de futuro y también lo era el entonces primer ministro Tony Blair. Que conste que no era seguidor de ninguno de estos. La reina Isabel, en cambio, era más bien un adorno oxidado. Lo mismo ocurre con el resto de la realeza y la clase dirigente, los conservadores.

Una jerarquía totalmente antidemocrática

Son guardianes de una política y una sociedad de otros tiempos, un recordatorio constante, ya sea en monedas, sellos o paquetes de galletas y té, de que somos sus súbditos, que ocupamos un lugar bajo en una jerarquía totalmente antidemocrática. Pero los tiempos han cambiado, y ellos también deben hacerlo.

El príncipe, ahora rey Carlos III, ha esperado toda su vida adulta, hasta bien entrada su jubilación, para sentarse en el trono. Si Carlos es coronado, debe sentir que no tendrá mucho tiempo para reinar. De hecho, si su comportamiento en los últimos 35 años puede tomarse como prueba, yo sugeriría que lo último que quiere es ser rey. Su esposa Camila tampoco ha expresado muchas ganas de ser reina consorte.

Pero opinar no es propio de la realeza, y Carlos ha tenido que aprender esa lección últimamente. En junio, fue criticado por haber calificado de "espantosos" los planes del gobierno de enviar migrantes a Ruanda.

Una posibilidad de sobrevivencia

Carlos aún puede entregar las riendas a su hijo mayor, Guillermo. Después de todo, es el rey. Debería poder hacer lo que quiera. William es más difícil de evaluar. A pesar de toda la antipatía anterior hacia las galas reales y los males de algunos medios de comunicación, el príncipe Guillermo y su esposa, Catalina, duquesa de Cornualles y Cambridge, se han convertido en el epítome de la realeza moderna. Al menos, exteriormente.

A diferencia de su hermano Harry y su esposa Meghan, en el paraíso de Estados Unidos, y de su desgraciado tío, el príncipe Andrés, Guillermo ha dado pasos decisivos para afianzarse en el trono. Pocos días antes de su muerte, Guillermo y Kate dijeron que trasladarían su casa familiar más cerca de la reina.

Así, Carlos podría abdicar y dejarle el botín a Guillermo y Kate. Pero, al final, mejor sería que cerraran todo el negocio.

Los súbditos servimos al siervo

La reina era la patrona de mi escuela secundaria, una fundada en 1856 con un lema en latín: non sibi sed omnibus (No para uno, sino para todos). Una terrible mentira para una institución real.

Creo que solo visitó el colegio una vez, el año en que yo nací (1974), y nunca más se la volvió a ver. Pero aún así le enviamos tarjetas de cumpleaños, pequeños actos de deber irreflexivo. Incluso hoy en día, escuchamos a la gente en la calle elogiar a un abnegado servidor del pueblo, una persona y una familia que forman el "tejido" de la nación. Pero yo no lo siento.

Aquel verano, cuando murió Diana, por capricho fui al palacio de Kensington para contemplar a la multitud. El palacio estaba enfrente de la tienda de ropa masculina de mis padres, así que estaba a un paso. Allí me encontré con dos viejos amigos del colegio, que habían hecho el viaje especialmente. Uno de ellos, Michael, era del sur de Asia, y le pregunté: "¿Por qué vienes aquí con flores?¿Por qué honrarías a gente que ha mantenido a los tuyos abajo?" Ambos me miraron atónitos como si yo fuera un paria. La conversación se detuvo y no volvimos a hablar de ello.

Seguimos sin tener esas conversaciones, porque somos súbditos de la monarquía, nos toca callar y aguantar. Tengo la suerte de estar ahora en Alemania, donde es posible hablar, pero incluso aquí hay que tener "cuidado, querido chico". Los alemanes aman a "die Queen" como si fuera suya. Pero nunca vivieron bajo ella como me tocó a mí, y muchos otros aún lo hacen, o como lo hizo mi padre en la Kenia colonial... Pero ni siquiera él quiere hablar de ello.

Todo ello es una tragedia para una unión democrática de naciones, como el Reino Unido. Hoy, ahora es la madre de todas las oportunidades para cambiar.

(jov/er)