La joven generación de ruandeses no vivió el genocidio de 1994, pero estudios científicos demuestran que tienen traumas como si lo hubieran sufrido. Los genes tienen la respuesta a este fenómeno.
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Ruanda, principios de la década de 2000. A pocos metros de distancia, el pequeño Joseph observa interesado cómo discurre la sesión de un "tribunal gacaca” (corte que forma parte del sistema judicial ruandés- N.de la R.). Varias docenas de mujeres y hombres están sentados a la sombra de un gran árbol. Joseph escucha cómo gritan y discuten entre ellos, uno parece incluso querer llegar a las manos. En la sesión se dirimen acontecimientos ocurridos durante el genocidio de Ruanda en 1994. A Joseph todo le parece mucho más interesante que la escuela, pero, a sus 8 años, no llega a comprender qué sucede ante sus ojos y tampoco puede preguntar nada porque los adultos le han dicho que es "demasiado joven”.
Generación "after”
Joseph Kalisa tiene hoy más de 20 años, pertenece a la llamada "generación after”. La preposición en inglés alude, naturalmente, al genocidio ocurrido en 1994, que esta generación no vivió. Al igual que Joseph, muchos otros jóvenes ruandeses han crecido bajo un manto de silencio. "Apenas recibimos respuestas por parte de nuestros padres”, dice. "No sabemos la verdad. No sabemos qué sucedió en realidad y anhelamos conocer la verdad”.
Este jueves, 4 de julio de 2019, se conmemoran los 25 años de la entrada de las tropas tutsis del Frente Patriótico Ruandés, hito que marcó el final del genocidio. Pero al país le cuesta superar las heridas del pasado. Más de la mitad de la población ruandesa tiene hoy menos de 20 años. Los jóvenes batallan todavía de distintas maneras con las consecuencias del genocidio. "Muchos de ellos no pudieron o siguen sin poder ir a la escuela, por ejemplo, porque sus padres fueron asesinados o porque están en la cárcel como victimarios”, explica Joseph Kalissa.
Los traumas que se trasmiten a los hijos
Otras personas de su generación padecen depresiones o trastornos psicológicos debidos al trauma. "Una vez participé en un acto conmemorativo en el que vimos un documental sobre el genocidio. Muchos de mis amigos quedaron traumatizados al verlo”, relata Liliane Niyigema, de 21 años. También ella confiesa haber llorado mucho. "Todos gritaron tanto, que me dio miedo", dice.
Este tipo de reacciones de los jóvenes en los actos conmemorativos han alarmado a investigadores y psicólogos. "Los que han sufrido crisis traumáticas son sobre todo personas entre los 15 y los 25 años”, dice Eugene Rutembesa, profesor de Psicología y Psicopatología de la Universidad de Ruanda, en Kigali. "Así que nos preguntamos: ‘¿por qué experimentan traumas ahora, si no estaban cuando ocurrió el genocidio'?”
Los resultados de las investigaciones más recientes del Centro de Salud Psíquica de la Universidad de Ruanda han demostrado que los trastornos postraumáticos pueden ser trasmitidos a los hijos genéticamente. Los niños nacidos de madres tutsi que vivieron su embarazo durante el genocidio han desarrollado mucho más a menudo trastornos traumáticos y depresiones que los niños cuyas madres estaban en el exilio en 1994, dice Eugene Rutembesa. "Determinados genes mutaron y se atrofiaron”, asegura.
A la búsqueda de respuestas
Liliane Niyigema y Joseph Kalisa acuden a una conferencia sobre traumas trasmitidos a través de generaciones. Por fin van obteniendo respuestas. Junto con otros participantes y expertos internacionales asisten durante una semana a un curso de verano que celebra el Centro de Salud Psíquica, en el que se plantean preguntas, problemas y retos de su generación. ¿Cómo podemos recordar el pasado sin seguir encallados en el binomio hutus-tutsis? ¿Dónde podemos hacer preguntas? ¿Cómo podemos contribuir a la verdadera reconciliación? Liliane acude porque se está formando como enfermera de psiquiatría, pero también porque desea encontrar respuestas. "Nunca pude preguntarles nada a mi madre ni a mi padre porque es un tema muy sensible”, asegura. "Eso es un problema, porque si ni siquiera sé quién es mi propia familia, es difícil saber quién soy yo”. Su voz tiembla, dejando entrever lo mucho que estas cuestiones de identidad la conmueven.
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Las represas más productivas de África
Nilo, Congo, Níger: los ríos más largos de África tienen un gran potencial para producir energía. Ahora, los gobiernos africanos están apostando por megaproyectos. Aquí las más grandes plantas de energía hidroeléctrica.
Imagen: William Lloyd-George/AFP/Getty Images
La presa del Renacimiento en Etiopía
Al suroeste de Etiopía se levanta la más poderosa represa de África. La construcción del Grand Renaissance comenzó en 2011 y este año se terminará. Esta presa se ubica cerca de la frontera con Sudán en el Nilo Azul y tiene una potencia de 6.000 megavatios, como ninguna otra en África. El depósito, con 63 kilómetros cúbicos de capacidad, será uno de los almacenamientos más grandes del continente .
Imagen: William Lloyd-George/AFP/Getty Images
La Asuán de Egipto
La represa de Asuán, en árabe es-Sadd el-Ali, se encuentra cerca de la ciudad del mismo nombre en el sur de Egipto. El lago Nasser detrás de la presa puede contener hasta 169 kilómetros cúbicos de agua y las turbinas tienen una capacidad de 2.100 MW. Su principal afluente es el río Nilo. Se necesitaron once años para construirlo y fue abierto en 1971.
Una de las presas más grandes del mundo se encuentra en Mozambique. La presa de Cahora Bassa tiene una capacidad de 2.075 megavatios y se ubica, por lo tanto, detrás de la presa de Asuán. La mayor parte de la electricidad generada se exporta a Sudáfrica. No obstante, con actos de sabotaje impidieron, durante la guerra civil a partir de 1981, la producción de electricidad, por más de diez años.
Imagen: DW/M. Barroso
La Gibe III en Etiopía
350 km al suroeste de la capital de Etiopía, Addis Abeba, otro mega proyecto se completó el año pasado. La represa Gibe III podrá generar un máximo de 1.870 megavatios, lo que la convierte en la tercera más grande de África. La construcción duró casi nueve años y fue financiada al 60 por ciento por el Exim Bank de China.
Imagen: Getty Images/AFP
Las Inga, en la República Democrática del Congo (1/2)
Las represas Inga constan de dos presas separadas: Inga I puede producir 351 MW e Inga II llega a producir 1.424 MW. Estas fueron construidas en 1972 y 1982 como parte del plan de desarrollo industrial del dictador Mobutu Sese Seko. El plan no funcionó y las represas producen en la actualidad sólo el 50 por ciento de su potencial.
Imagen: picture-alliance/dpa
Las Inga, en la República Democrática del Congo (2/2)
Ambas represas se ubican cerca de la desembocadura del río Congo y están conectados a una de las cascadas más grandes del mundo, las Cataratas de Inga. El gobierno congoleño ya planea el lanzamiento del nuevo proyecto Inga III, de unos 13 mil millones de euros, con 4.800 MW de contenido en su central hidroeléctrica. Las tres presas juntas serían la planta hidroeléctrica más potente en África.
Akosombo saca la cara por Ghana
Entre las más importantes también está la presa de Akosombo. Esta estanca al lago Volta, que con su superficie de 8.502 kilómetros cuadrados es el embalse más grande del mundo. Las seis turbinas tienen una capacidad conjunta de 912 megavatios, pero la presa no sólo sirve para generar electricidad, también los proteje de las inundaciones. El lago Volta es importante para el comercio y el tráfico.
Imagen: picture-alliance / dpa
Tekeze, otra más de Etiopía
También la octava presa más grande de África se encuentra en Etiopía. La presa Tekeze se ubica entre las regiones de Amhara y Tigray. Con una altura de 188 metros, es la presa más alta de África. Sin embargo, sólo se puede generar 300 MW y es, por lo tanto, sólo una vigésima parte de la energía de su hermano mayor, el Grand Renaissance. Su apertura se llevó a cabo en 2009, después de siete años.
Imagen: CC/International Rivers
Bujagali en Uganda
La represa de Bujagali en Uganda se nutre del lago Victoria y genera 250 MW de energía eléctrica. Su fuerza la recibe de las cataratas Bujagali. Esta presa abrió en 2012 y es la mayor fuente de energía hidroeléctrica del país. La construcción de dos nuevas plantas de energía podría cambiar esto, pero también significaría el traslado de miles de agricultores y la inundación de áreas protegidas.(ct)