Saddam y el juicio de Pandora
1 de julio de 2004La muerte, la cárcel o el destierro suele ser el destino final los dictadores defenestrados. Pocos son los que han corrido la suerte de un Augusto Pinochet, que goza de sus últimos años en libertad, en Chile, tras haberse zafado de las manos de la justicia alegando demencia senil. La mayoría ha terminado en el exilio, aunque sea "dorado", como Jean Claud Duvalier, alias Baby Doc, o Idi Amin Dadá. Y pocos han tenido que sentarse en el banquillo de los acusados, como Slobodan Milósevic, en el tribunal de La Haya, y ahora Saddam Hussein, enfrentado a una Corte especial que juzgará los crímenes de su depuesto régimen.
A desenterrar la historia
Los cargos que hoy se presentaron en su contra son nutridos. Entre ellos se cuentan diversos asesinatos de disidentes, el empleo de armas químicas contra la población kurda en Halabdscha, en 1988, la guerra contra Irán en la década del 80, la invasión de Kuwait en 1990 y la represión del levantamiento de chiítas y kurdos en 1991. Nada de ello constituye una sorpresa. Pero ahora comenzarán las investigaciones, los interrogatorios de testigos y la recolección de pruebas.
Si este juicio realmente se lleva a cabo con apego a reglas como las consideradas básicas en Occidente, lo natural sería esperar que en su curso salieran a la luz una serie de detalles que quizá Washington preferiría enterrar bajo el polvo de la historia. Porque varios de los crímenes que se le imputan al ex dictador iraquí fueron cometidos precisamente en la época en que Washington consideraba a Bagdad un aliado útil para contener los ímpetus integristas de Teherán y sus afanes de exportar la revolución islámica.
¿Toda la verdad?
Eran los tiempos de Ronald Reagan, que gobernó entre 1981 y 1989: el enemigo público Nr. 1 no se apellidaba entonces Hussein, sino Jomeini. Son las vueltas de la historia, que gira con la aceleración propia de nuestra era. Si la guerra contra el Irán de los ayatollas fue un crimen, Estados Unidos fue un cómplice. Falta saber en qué medida. Saddam de seguro podrá aportar antecedentes, si tiene la oportunidad de hacerlo durante un juicio limpio.
Quizá eso explique la soberbia con que se expresó ahora el ex dictador iraquí, al aparecer por primera vez en público desde que fue capturado. Saddam está derrotado, pero no parece dispuesto a rendirse y menos a aceptar sus culpas. De hecho, calificó el proceso de "farsa", acusando a Bush de ser "el verdadero culpable". Nada de eso le servirá para eludir la responsabilidad por sus propios crímenes. Pero plantea la perspectiva de que el juicio en su contra podría abrir una caja de Pandora. Por fortuna para el actual equipo de la Casa Blanca, el proceso no comenzará antes de las elecciones estadounidenses.