En la asamblea general de Siemens hubo un gran espectáculo: David contra Goliat, el negocio vs. la protección del clima, y un director que puede tropezar antes de llegar a la meta, opina Andreas Rostek.
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David se enfrentó a Goliat. Es decir, una tropilla de jóvenes activistas por el medioambiente protestaron contra el grupo multinacional Siemens. Los medioambientalistas quieren frenar la producción de carbón. Para unos, el negocio es lo más importante. Para los otros, lo que está en juego es la existencia de todos en el planeta. ¿Y se suponía que eso sería un diálogo fácil? Ya la posibilidad de hablar civilizadamente fue todo un logro.
El director de Siemens, Joe Kaeser, tenía mucho por demostrar y mucho para reflexionar. El bávaro es el líder de una empresa que le garantiza el pan a 385.000 personas en el mundo. El "negocio”, entonces, afecta la vida cotidiana de una gran cantidad de gente, hoy mismo, y no en el futuro. Kaeser fue quien preparó a Siemens para el futuro, así como él lo entiende, con una reestructuración gigantesca. Del antiguo conglomerado industrial Siemens ha surgido un enorme grupo empresario apoyado en seis pilares, en los que el negocio digital en industria e infraestructura reemplazará finalmente al sector basado en la producción de gas y carbón, entre otros recursos que han de quedar obsoletos.
¿En forma para el futuro?
Con el foco puesto en un futuro digital y en el desacoplamiento de la división "Siemens Energy", Joe Kaeser quiere coronar su obra; una compañía con al menos 80.000 empleados y una participación del 40 por ciento en el volumen de ventas habría de salir a la bolsa el próximo otoño boreal. Pero tal vez la fama del estratega quede enterrada bajo una enorme montaña de carbón. ¿Sería culpa suya si eso sucediera? ¿Será que entendió mal el "futuro”? "¡Para nada!”, dirá seguramente Kaeser. ¿Acaso no anunció con anticipación que su multinacional sería "clima neutral” a más tardar en 2030? ¿Acaso no impulsó un nuevo "Comité para la Sostenibilidad” dentro de Siemens, capaz de verificar todas las decisiones empresariales en base a aspectos de sostenibilidad? ¿No quiere también acoplar el pago a sus directores al cumplimiento de esos objetivos?
El encargo de señalización ferroviaria del grupo indio Adani, para un proyecto carbonífero en Australia, representa para Siemens unos 18 millones de euros. Se trata de señalizaciones para los trenes que transportarán inmensas cantidades de carbón desde la mina hasta el puerto, desde donde continuarán su camino hacia las centrales carboníferas en India. 18 millones de euros, una suma verdaderamente insignificante. Pero una empresa como Siemens debe cumplir con el contrato. Eso también es parte de la actitud sensata del director general.
"Un terrible crimen climático”
Sin embargo, para la activista por el medioambiente Lara Eckstein, de Campact, ese negocio es "un terrible crimen climático” con el que Siemens pone en juego su futuro. Esa es la sensatez que demuestran Eckstein y otros activistas en todo el mundo, los viernes y cualquier día de la semana. David contra Goliat. La "insensatez” de unos contra la sensatez de los otros. ¿Cómo se puede llevar adelante un proceso de aprendizaje contra ese tipo de insensatez, antes de que el mercado, en la figura de Blackrock y Cía., haya comprendido que el carbón y las energías fósiles están arruinando el planeta? ¿Cómo se ayuda a los grandes líderes industriales a entender que sus stakeholders (partes interesadas), como se los llama en Davos y en Múnich -es decir, sus empleados, clientes y accionistas- son, de hecho, los dueños de la compañía? Con su interés en sobrevivir, sus nuevas formas de llegar a la opinión pública y su propia sensatez, que tiene tanta apariencia de "insensatez”. Eso les debe ser recordado, una y otra vez, por alumnos de secundaria de 16 años, con un trozo de carbón en la mano.
Es comprensible que esos jóvenes sean acusados, como dijo Kaeser, de llevar a cabo "acciones de activismo”, o de "histeria climática”. Pero esa clara determinación e incondicionalidad ayuda al aprendizaje de toda una nueva generación, y también de una generación pasada, y de toda la sociedad. Joe Kaeser tendrá que soportar eso. Y también deberá aprender de ello.
(cp/ers)
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Alemania: el fin de la minería del carbón
Tras más de 150 años se acabó la extracción industrial de carbón en Alemania. Este viernes 21 de diciembre de 2018 por última vez se trabajó el "oro negro" en la mina Prosper-Haniel en Bottrop.
Imagen: picture-alliance/dpa/J. Stratenschulte
El último turno
Sin duda, la Navidad de 2018 fue melancólica para la gente de Bottrop, especialmente para los últimos mineros y sus familias: tres días antes de Nochebuena, la mina de carbón Prosper-Haniel, la última de su especie en Alemania, dejó de producir. En presencia del presidente Frank-Walter Steinmeier vio la luz el último carro cargado de "oro negro".
Imagen: picture-alliance/dpa/C. Seidel
El tetraedro
No muy lejos de Prosper-Haniel se encuentra el Tetraedro, como todos conocen a este mirador en la zona del Ruhr. La "prámide triangular" se encuentra sobre una escombrera y ofrece una vista panorámica extraordinaria del área noroccidental del Ruhr. Los escombros son más que nada material sobrante del carbón, ese que los mineros llaman "ganga".
Imagen: picture-alliance/dpa/S. Ziese
Oro negro
Al comienzo, el carbón era almacenado durante días, como se ve en la imagen. Normalmente la carga era llevada en trenes al puerto más cercano. Allí, desde barcazas era transportada a buques, que llevaban el carbón al extranjero. El carbón alemán tenía una alta demanda en el mercado, en gran medida por su bajo precio.
Imagen: picture-alliance/dpa/R. Weihrauch
Orgullo y unión
El trabajo en Pütt (la mina de carbón) no solo era bien pagado, sino que los mineros disfrutaban además de buena reputación. Su trabajo, agotador, sucio y peligroso, unió más a los trabajadores. Hasta hoy entre ellos se llaman "compadres", incluidos estos mineros de la mina Prosper-Haniel, que ven en la camaradería una razón más para sentir orgullo por su labor.
Imagen: picture-alliance/dpa/F. Heyder
Trabajar y vivir
Las empresas extractoras levantaron campamentos para los mineros cerca de las vetas. En los jardines se criaban pollos y cerdos, y también había espacio para bodegas. Con el tiempo, estos asentamientos se volvieron muy populares. Si se combinan las dos mitades de una casa, se obtiene mucho espacio y un jardín en la ciudad nunca está de más.
Imagen: picture-alliance/dpa/Schulte
Integración antes del carbón
No solo alemanes trabajaban en las minas. Es muy probable que alguno de los mineros de la foto (que es de fines del siglo XIX) sea polaco. Había mucho que hacer y los trabajadores escaseaban. Los mineros polacos y sus familias forman parte de la vida de esta zona desde hace unos 150 años. Nombres que hoy son comunes, como Kuzorra y Libuda, Niepieklo, Koslowski y Urban, dan muestra de ello.
Imagen: picture-alliance/IMAGNO/Austri
Primeras señales
Ya en las décadas del 50 y 60 del siglo pasado podían verse las primeras señales del próximo fin de las faenas. El carbón que antes estaba a ras del suelo ahora había que sacarlo excavando más y más, hasta los 1.500 metros de profundidad. Eso convirtió el proceso en algo más oneroso. Tanto, que rápidamente el carbón alemán dejó de ser competitivo.
Imagen: picture-alliance/KPA
Desaparecen los clubes
Durante años, los barones del carbón apoyaron generosamente al fútbol. Con la caída de las ventas, esos aportes desaparecieron. Clubes como Hamborn 07, SV Sodingen, Sportfreunde Katernberg o Schwarz-Weiß Essen y Westfalia Herne (en la foto) se diluyeron en la insignificancia. Lo mismo pasó con minas tradicionales, como Presidente, Ewald, Hugo y después también Augusto Victoria y Prosper-Haniel.
Imagen: Imago/Horstmüller
Alta tecnología
"El lugar" o "por la noche", como llamaban los mineros a sus puestos de trabajo, donde nunca brilla el sol, eran sitios muy bulliciosos. A la suciedad y el calor se sumaron también las ruidosas maquinarias con las que los propietarios de las minas intentaron mantener bajos los costos de producción. Al final fue en vano: el carbón alemán seguía siendo demasiado caro.
Imagen: Deutsches Bergbau-Museum Bochum
Contaminación ambiental
Durante décadas, la zona del Ruhr fue conocida por su aire contaminado. Especialmente responsables de ello eran las plantas de carbón coque, como las de la foto, en Oberhausen. El asunto era tan serio que la ropa se secaba tras el lavado, pero quedaba manchada por la suciedad del aire. Si hay algo que nadie extraña de esos años es precisamente eso, la contaminación.
Imagen: Getty Images/L. Schulze
Nunca dejen de bombear
En los últimos 150 años, la zona del Ruhr se ha hundido hasta 25 metros (!). Si las minas fueran abandonadas a su suerte, las aguas subterráneas subirían y convertirían la región, donde viven más de cinco millones de personas, en un enorme lago. Así que el agua debe ser bombeada. Siempre. Por eso se dice que el Ruhr es una "carga eterna".
Imagen: Imago/blickwinkel
¿Qué queda de la minería del carbón?
Veremos cuánto tiempo sobreviven las capillas y coros de mineros. Buena parte de la infraestructura ha sido demolida, dejando que la naturaleza gane terreno sobre ella. Varios monumentos industriales, y en el Rurh hay montones, se han convertido en zonas atractivas para el turismo. Un ejemplo lo vemos en Essen, donde el complejo industrial Zollverein ahora es patrimonio mundial de la Unesco.