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Sin pelos en la lengua

11 de junio de 2003

El jefe de los inspectores de armas de la ONU no descarta que no haya habido arsenales de exterminio masivo en Irak y denuncia que fue víctima de una "campaña de calumnias", en declaraciones a la prensa internacional.

Hans Blix en su oficina, en la sede la ONU.Imagen: AP

Hans Blix está más allá del bien y el mal. Faltando poco más de dos semanas para que deje su cargo de jefe de los inspectores de armas para Irak y con un sucesor ya designado, el diplomático sueco puede permitirse por fin hablar sin tapujos. Y lo está haciendo a los cuatro vientos: con las diversas agencias de noticias, la televisión estadounidense y la prensa británica. Precisamente en Londres es donde más impacto causan sus declaraciones, en momentos en que el primer ministro, Tony Blair, se ve acosado políticamente por su apoyo irrestricto a la intervención militar contra Irak.

"Campaña de calumnias"

En un tono nada usual en un hombre tan reservado, Blix habló con el periódico The Guardian sobre las presiones a las que se vio sometido en los preámbulos de la guerra. Según dijo, hubo quienes le acusaron de ser demasiado condescendiente con Bagdad, cuando pensaban en realidad que no era suficientemente obsecuente con Washington. Reconoció que por momentos se sintió víctima de una campaña de calumnias, que atribuyó a sectores del Pentágono. Utilizando incluso la nada diplomática expresión "bastardos", afirmó que sus enemigos difundieron rumores y "cosas feas" en los medios de comunicación.

Aun cuando Blix admite haberse sentido molesto, asegura no estar frustrado ni amargado. Por el contrario: defiende la labor realizada por su equipo en Irak. Pero más importante que los sentimientos personales del experto resultan sus críticas a los informes de los servicios de inteligencia presentados por Estados Unidos y otros países con la intención de probar la existencia de los presuntos arsenales iraquíes. En otras entrevistas, puntualizó que, si no se encuentran en un tiempo previsible las armas de exterminio masivo, Washington haría bien en buscar errores en los análisis de sus servicios secretos.

Preguntas incómodas

Hans Blix sigue siendo, sin embargo, un hombre cauteloso y conciliador. No formula acusaciones directas ni condena abiertamente la guerra. Incluso pide comprensión para las dificultades que enfrentan las fuerzas estadounidenses en la búsqueda de los arsenales que habría poseído Saddam Hussein. Pero la carga explosiva de sus apreciaciones no pasa inadvertida en los círculos políticos de Washington y Londres.

Entre los parlamentarios demócratas estadounidenses comienzan a multiplicarse las demandas de una investigación sobre la forma en que se manejaron las informaciones de inteligencia. Más presión hacen los escépticos británicos, que ya están cercando a Tony Blair con incómodas preguntas sobre la documentación de los servicios secretos, presuntamente manipulada por el gobierno para justificar la intervención en Irak. El premier británico asegura que tales acusaciones carecen de asidero, pero no está dispuesto a declarar ante una Comisión de Política Exterior del Parlamento.

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