Sondeando terreno en Washington
15 de julio de 2003El ministro de Relaciones Exteriores alemán, Joschka Fischer, no lleva en el equipaje ningún "regalo" para sus anfitriones en Washington. El gobierno de Berlín no considera la posibilidad de enviar tropas a Irak, a menos que sea por pedido expreso de la ONU y de un gobierno legítimo en Bagdad. Como ninguna de las dos premisas se cumple, oficialmente el tema no está sobre el tapete. Sin embargo, el problema iraquí sigue siendo el punto central del primer viaje del jefe de la diplomacia germana a Estados Unidos después de la intervención militar que derrocó a Saddam Hussein.
Los tiempos cambian
Tras la brecha política abierta por las discrepancias germano-estadounidenses en torno a esta guerra, Alemania se ha empeñado en normalizar las relaciones bilaterales. Y esta visita de Fischer a Washington, donde se reunirá con el secretario de Estado, Colin Powell, la consejera de seguridad, Condoleezza Rice, y el vicepresidente, Dick Cheney, apunta a demostrar que todo vuelve a la normalidad. Las cosas nunca son tan sencillas, pero esta vez los presagios son positivos, básicamente debido al cambio que se ha operado en el plano interno norteamericano.
A medida que arrecia en Washington la polémica por los argumentos esgrimidos para emprender la guerra y se discute públicamente quién es el responsable de que el presidente Bush haya entregado a la población informaciones equívocas sobre la amenaza que suponía Bagdad, la Casa Blanca se va poniendo a la defensiva. Fischer, de seguro, no asumirá ante sus interlocutores una actitud de satisfacción, ni los confrontará con el hecho de que el tiempo le está dando la razón. No obstante, ya no se verá en la incómoda posición de tener que hacer méritos ante la superpotencia.
¿Más flexibilidad?
Es improbable que el gobierno de Estados Unidos quiera seguir hurgando en las heridas de hace un par de meses. Su principal objetivo, en este momento, es tratar de ganar la mayor cantidad de aliados dispuestos a compartir la carga de la estabilización de Irak. En el caso de Alemania, seguramente no aspira a que colabore enviando tropas, si bien vería gustoso un gesto político de apoyo.
Por su parte, Berlín tampoco tiene interés en que Bagdad se suma en el caos. Pero, al igual que París, insiste en la necesidad de poner el asunto en manos de las Naciones Unidas. Algo que difícilmente Washington se decida a hacer, en parte porque no quiere ceder el control y en parte porque tal paso podría interpretarse como una marcha atrás. Aun así, el gobierno de Bush se ve confrontado en Irak con una realidad más compleja de lo que esperaba: resistencia a la ocupación, un costo financiero creciente y polémicas que perjudican su credibilidad ante la opinión pública nacional. Tales circunstancias podría inducir a la Casa Blanca a flexibilizar su postura. Fischer tendrá en estos días la oportunidad de sondear hasta qué punto.