Se esperaba que el desarrollo, el avance tecnológico, Internet y las fuerzas del mercado llevaran a cumplir las expectativas de una vida mejor en todas las regiones del mundo y para todos los grupos sociales. Porque, como señala el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos.

Entretanto se ha producido un desencanto. Las fuerzas liberadas por la globalización son vulnerables a las crisis, sobre todo en el mercado financiero. El cambio climático está en marcha. El agua, la tierra y otros recursos de los países en vías de desarrollo escasean. La situación de los sectores más pobres apenas ha mejorado y en muchos lugares incluso ha empeorado. La pugna por la distribución de los bienes arrecia. Organizaciones como el Banco Mundial o la OCDE (Organización de Cooperación y Desarrollo Económico), mientras tanto, declaran como máxima para las empresas e inversiones, el principio de la sostenibilidad y los objetivos a largo plazo sujetos a estándares ecológicos y sociales.

En medio de estos turbulentos procesos, a menudo suele perder la gente, sobre todo la que carece de poder y es más débil desde el punto de vista social. Estas personas se ven marginadas y en no pocas ocasiones son víctimas de la opresión y la violencia. Buscan y necesitan, ante todo, cooperación y solidaridad para poder tener una vida con perspectivas. Necesitan un trabajo digno, que les permita alimentarse, y un lugar decente en el que vivir. Eso es precisamente lo que se garantiza a todas las personas en la iniciativa más esperanzadora que haya llevado adelante jamás la humanidad: la Declaración Universal de los Derechos Humanos, concretada en el pacto de derechos cívicos y políticos y en un pacto, menos conocido, relativo a los derechos económicos, sociales y culturales.

Autora: Ulrike Mast-Kirschning

Editora: Emilia Rojas