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SociedadChile

Tres historias de travesías por el desierto chileno

Diego Zúñiga enviado especial a Santiago de Chile
18 de diciembre de 2024

Una cubana y dos venezolanos revelan a DW los peligros de entrar de forma ilegal a Chile, cruzando la aridez del norte del país, subiendo montañas y atravesando ríos.

Un grupo de personas camina por la ruta que une Colchane con Huara, en el norte de Chile.
Un grupo de personas camina por la ruta que une Colchane con Huara, en el norte de Chile.Imagen: José Mateluna/DW

Ronnardho tenía quince años cuando cruzó ilegalmente la frontera. Francisca (*) tuvo miedo muchas veces y pensó interrumpir el largo viaje, pero al final aguantó. Jorge recurrió a los servicios de unos coyotes para poder entrar desde Bolivia. Dos hombres venezolanos y una mujer cubana cuentan a DW cómo fue la experiencia de ingresar a Chile por el desierto, esquivando la presencia policial y militar y muchas veces poniendo en riesgo la propia integridad para alcanzar el sueño de una vida mejor.

Francisca, cubana, 33 años: "Tuve mucho miedo”

Yo soy cubana, enfermera licenciada, y estaba cumpliendo una misión internacionalista en Venezuela. En una visita a Cuba me pagaron por un año trabajando fuera de mi patria y era muy abusivo, muy poco dinero, no me pagaron casi nada. Fue muy doloroso, lo sentí como una explotación hacia el personal de salud. Estuve un mes en Cuba y cuando ya estaba por volver a Venezuela tomé la decisión de irme de mi país, porque ahí no tenía futuro.

Cuando desertas tienes que estar ocho años sin entrar a tu país. Pensamos en irnos a Chile porque mi esposo tenía una familia acá que nos podía ayudar y guiar los primeros meses. Yo pensaba revalidar mi título y tener un estatus legal.

Salir de Venezuela fue muy difícil por los policías, tuve mucho miedo. El tramo hacia Colombia es complicado, hay que cruzar un río y debes sortear a guardias que a veces extorsionan a las personas. Yo hice paradas en Colombia, Ecuador, Perú y luego Bolivia, un tramo muy peligroso, subiendo montañas. Además, hay que pasar un río en una canoa. Luego tienes que caminar todo el desierto de Chile, que es bastante extenso, con mucho sol, mucho cansancio, con el susto por los policías. Yo dudé muchas veces, pero cuando tomas esta decisión realmente ya no hay vuelta atrás.

En el desierto me encontré con personas que estaban en mi misma situación. Teníamos que escondernos de los policías. Una sabe que hay riesgo en todas las travesías que hicimos, porque la verdad es que no sabemos qué nos vamos encontrar en el camino. Hay miedo, hay zozobra y toca enfrentarse con distintas personas, pero por suerte yo no tuve problemas.

Aunque por desgracia no puedo regresar a Cuba en ocho años, no pienso quedarme en Chile. Este país no es lo que esperaba. Tiene muchas cosas buenas, claro, pero hay otras a las que no me adapto. Es una cuestión personal mía. Le agradezco a Chile porque mi hijo nació aquí, pero esto no es para mí. Además yo quiero estar legal en un país y Chile no me da la posibilidad de poder regularizarme, es imposible. Quiero estar en un lugar donde pueda revalidar mi título, donde pueda trabajar en lo que sé hacer, abrirme paso en la sociedad.

Ronnardho llegó a Chile hace tres años desde Venezuela.Imagen: José Mateluna/DW

Ronnardho, venezolano, 18 años: "Caminé seis horas por el desierto”

Yo tomé la decisión de abandonar Venezuela hace tres años, porque toda mi familia estaba en Chile y yo pensé que acá me iba a ir mejor que allá. Siempre fue el único país que tuve en mente. Y claro, en algún momento del viaje pensé en regresar porque veía a niños llorando, a gente que bajaban de los buses por distintos motivos, y pasas frío y hambre, pero siempre pensaba en el motivo que me daba fuerzas para seguir el camino: ver a mi familia.

En el viaje pasas por muchas experiencias. Viajas en bote, bus, auto y también caminas. En todos los países hice una parada: en Colombia, en Ecuador, en Perú y en Bolivia. El único tramo en que no puedes descansar es cuando ya estás en Chile, porque deseas llegar pronto para ver a tus seres queridos.

En algunos tramos del desierto hay personas que caminan hasta seis horas, depende de la suerte de cada uno. Yo caminé seis horas por el desierto, porque siempre que estábamos por llegar los militares nos mandaban de vuelta. La segunda vez que pasamos un guía buscó un auto y todos se montaron ahí, niños, bebés, personas mayores, siempre con el peligro de que la gente se cayera de esa camioneta.

Yo tenía quince años cuando crucé la frontera, así que me pegué a una señora que tenía unas niñas pequeñas. Algunas veces es peligroso, pero muchas personas viajan en familia. Yo sabía que para entrar había que autodenunciarse ante las autoridades, para luego poder hacer los trámites para regularizar la situación, pero yo tenía miedo de que por ser menor de edad me fueran a devolver. En el camino vi militares y cuando tomé el bus a Iquique, a poco de comenzar el viaje aparecieron unos policías.

Espero en algún minuto regresar a mi país de visita, pero ahora mi futuro está en Chile.

Jorge llegó a Chile en busca de mejores oportunidades para él y su familia.Imagen: Cedida

Jorge, venezolano, 45 años: "Conocí gente que cobraba por pasar los grupos”

Tomé la decisión de venirme a Chile por lo que estábamos viviendo en Venezuela, donde la cosa era insostenible. Cada vez más caótico, cada vez más caro, cada vez menos posibilidades de conseguir empleo. Pensando en mi esposa y mis hijos, que están estudiando, viajé a Chile para buscar algo mejor, a ver si lograba estabilizar mi situación y conocer un poco más cómo funcionaba el sistema acá.

Yo tomé un avión hasta Bolivia, donde tengo a un hermano. Ahí me quedé dos días y tomé un bus hasta la frontera, que la crucé caminando por el desierto. Allí nos esperaba una camionetica ya en Chile, que fue la que nos trajo hasta Arica. Desde ahí viajamos hasta Santiago.

En realidad es un poco fuerte ver a las mujeres, los niños atravesando ese desierto. Esa travesía fue complicada, porque cruzamos casi de noche. Había que parar, descansar por los niños, y algunas veces había que tirarse al piso porque veíamos linternas, pensamos que de los funcionarios que custodian la frontera. Había que estar atentos, tirarnos a tierra, aguantar diez o quince minutos, hasta que no se vieran más esas luces. Los mismos guías que nos traían nos decían que nos tiráramos al suelo, que no hiciéramos bulla, que no prendiéramos los celulares, para que no se dieran cuenta de que estábamos ahí.

Conocí gente que cobraba por pasar gente y coordinaba los grupos, pero no sé si eran personas peligrosas, porque mi relación con ellos fue que me pasaban, yo pagaba y nada más.

En Chile tengo un primo que llevaba cuatro años acá cuando yo llegué. Él me estaba esperando para empezar a trabajar apenas yo llegara y fue él quien me dijo que me autodenunciara de una vez para así estar un poco más tranquilo y para ver si agilizábamos el proceso de regularización.

 

(*) Nombre cambiado a solicitud de la entrevistada. DW conoce la identidad verdadera de esta persona.

(ers)

 

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