Tropezar y ponerse de pie
16 de septiembre de 2015 Abdel Mohsen ahora está seguro. No se preocupa más de que desde el cielo caigan bombas sobre su casa. Tampoco debe temer a los verdugos del Estado Islámico. Ni menos sentir ese pánico paralizante de no saber si será capaz de seguir alimentando a su familia. Tras años de terror en Siria y meses difíciles en Turquía, ahora está en Múnich, junto a sus hijos Zaid, de siete años, y Mohamed, de 18, quien está desde hace meses en la capital bávara.
Sin quererlo, Osama Mohammed Abdel Mohsen se convirtió en un símbolo del drama de los refugiados sirios. A comienzos de septiembre llegó hasta Röszke, en la frontera serbio-húngara. Junto a otros refugiados, intentó atravesar el cierre impuesto por la Policía. Cuando lo consiguió, alcanzó apenas a dar algunos pasos antes de encontrarse con la camarógrafa Petra Laszlo. Con la pierna de ella, más bien. Mohsen cayó al piso junto con su hijo.
Una vida para el deporte
La suerte de Abdel Mohsen es la de una amplia capa de los sectores medios sirios, que se ven forzados a huir del país y poner la vista en la seguridad de Europa. Osama nació en 1963 en Deir al-Zor, en el este de Siria. Ya de niño jugaba en el equipo local de fútbol, Al-Futuwa. Tras el colegio, estudió en la Facultad de Ciencias del Deporte de la Universidad de Alepo, donde consiguió su título como entrenador de fútbol. Con él, se convirtió en el encargado de las jóvenes promesas del Al-Futuwa, donde trabajó durante diez años.
Luego estudió para ser profesor de Educación Física, lo que consiguió en 1999. En 2001 se convirtió en miembro de la Comisión para el Desarrollo del Fútbol Sirio. Poco más tarde se hizo cargo de la selección de los jóvenes valores del sector occidental del país. Luego se integró a la Asociación Siria para la Promoción del Deporte, donde estuvo hasta julio de 2011, momento en que debió dejar su puesto debido a sus simpatías con la revolución siria.
Protestas contra el régimen de Al Assad
Finalmente Abdel Mohsen ingresó al Comité Ejecutivo de Deir al-Zor y se sumó al movimiento de protesta. “Al pacífico, pues odio la violencia”, explica él mismo a DW. Durante la revolución, no le quedó otra que esconderse. Cambió de domicilio, vivió en Damasco, Deir al-Zor y Raqa, hasta que el Estado Islámico tomó el control de esta última ciudad. Uno de sus hijos fue tiroteado frente a su casa, la bala le dio en la pierna.
De eso a la decisión de abandonar el país, apenas un paso. Mohsen aclara que escapó de los dos contendientes, “del gobierno de Assad y del Estado Islámico”. Hoy Deir al-Zor se encuentra dominado por ambos bandos: el Estado Islámico tiene bajo su dominio los alrededores, mientras que el régimen controla la ciudad misma. Especialmente tras la llegada del EI, la calidad de vida en la región ha empeorado sistemáticamente. Muchas familias se vieron forzadas a dejar la ciudad, debido a que los barrios son bombardeados por la fuerza aérea y la artillería del régimen.
El equipo “Esperanza”
Mohsen huyó con su esposa y sus cuatro hijos a Mersin, en Turquía. Allí trabajó en el hospital como fisioterapeuta. Aprovechó ese tiempo en lo que más le gusta y fundó un equipo de fútbol, el “Esperanza”. Debido al elevado costo de la vida, Mohsen decidió hace un mes dejar Turquía. Su idea era encontrarse con Mohammed, quien lleva ya nueve meses en Alemania y desde entonces se encuentra al cuidado de la Oficina para la Juventud de Múnich. Mohsen hizo la travesía junto a su hijo menor, Zaid.
Para el tramo de Bodrum a Belgrado tardaron una semana. El costo: 2.500 euros. Salvo algunos problemas menores con la Policía griega, el viaje fue tranquilo. Tras pasar Macedonia, enfilaron rumbo a Hungría. En la frontera serbio-húngara la situación empeoró. “En un pequeño espacio reunieron a cientos de personas”, cuenta Mohsen. “Era sucio y frío”. El objetivo era alcanzar la frontera antes de que la cerraran. “Tenía de la mano a Zaid, que lloraba. El niño me decía que le dolía una pierna, que se la había quebrado”. Por eso su padre lo tomó en brazos y empezó a correr. Hasta que se tropezó con la pierna de la camarógrafa. Furioso, Mohsen maldijo a un policía, “porque pensé que él me había hecho la zancadilla. No me podía imaginar que una periodista hiciera algo así”.
A Zaid le quedó un moretón tras la caída. Finalmente, tomaron uno de los buses que el gobierno húngaro puso a disposición de los refugiados para llevarlos a la frontera con Austria, donde por fin fueron recibidos con amabilidad. La Cruz Roja se preocupó de la herida de Zaid. Al día siguiente Osama Mohsen conversó con los periodistas, quienes le contaron del video que se había viralizado en internet. El sábado 12 de septiembre padre e hijo llegaron a Múnich. “Los alemanes nos recibieron de la mejor manera posible”, cuenta Mohsen. “En términos psicológicos eso fue una enorme tranquilidad”.
Juicio contra la camarógrafa
“Lo mejor de Alemania es que pude ver nuevamente a Mohamed”, revela el padre. Con respecto a la camarógrafa húngara, Mohsen sigue furioso. “No toleraré un comportamiento de ese tipo. No tiene que ver conmigo o con mi hijo, sino con todos los refugiados y los sirios”, aclara. Él quiere conseguir un abogado y llevar a juicio a la mujer. Y quiere algo más: “Nuevamente fundar un equipo Esperanza. Confío en encontrar apoyo material y moral para sacar adelante esta idea”.