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Trump: ¿el "otro presidente de los cubanos"?

Amir Valle
9 de noviembre de 2016

Aunque Cuba es solo uno de los muchos temas secundarios en la larga lista de prioridades de la política exterior de Washington, la elección de Trump dispara las expectativas entre los cubanos de la isla y el exilio.

USA Virginia Beach Donald Trump
Imagen: picture-alliance/AP Photo/ E. Vucci

Durante la "Era Obama", especialmente en sus últimos cuatro años de mandato, la mayoría de las encuestas de organismos nacionales e internacionales entre los cubanos residentes en la isla arrojaban una verdad alarmante: la desconfianza casi total del pueblo hacia la gestión política de Raúl Castro, y una abrumadora esperanza en los pasos que la Casa Blanca iba dando en relación con los cambios que Cuba necesitaba.

En la diáspora, también la mayoría de los casi tres millones de cubanos dispersados por el mundo consideraban beneficiosa la decisión de Washington de apartar su tradicional guerrerismo y apostar por una nueva era de diálogos con La Habana.

¿Por qué entonces gran número de cubanos en Estados Unidos votaron a favor de Trump, pese a sus promesas de poner mano dura a la inmigración? ¿Llegará a ser Trump "el otro presidente de los cubanos", como era considerado Obama por su impacto social en la isla?

¿Quedará el "deshielo" entre Cuba y EE. UU. como un episodio pasajero?Imagen: Getty Images/AFP/N. Kamm

Si se quiere encontrar respuestas, hay que empezar por un primer elemento significativo: los cubanos que viven en Estados Unidos no se consideran inmigrantes. Aunque pueda parecer un disparate, los estudios apuntan a ello: a diferencia de mexicanos, puertorriqueños, venezolanos y otros latinoamericanos, Estados Unidos, y en especial La Florida, es para los cubanos una segunda patria. Durante las últimas cinco décadas han llegado allí con la intención de integrarse en un ámbito que incluso desde la isla ya sienten propio, gracias a las cercanías históricas y culturales entre ambas naciones, y también a las facilidades que para la emigración cubana ofrecen las leyes norteamericanas.

El otro elemento destacable es la desilusión de buena parte de los exiliados cubanos en Estados Unidos sobre lo que consideran un error de previsión política en la administración demócrata: pese a las numerosas denuncias internacionales que alertaban sobre el recrudecimiento de la represión al creciente movimiento opositor en la isla, la Casa Blanca mantuvo su decisión de colocar al final de la lista de negociación entre ambos gobiernos las conversaciones sobre el respeto a los derechos humanos, posición que fue secundada también por la Unión Europea. Una breve mirada al comportamiento de los emigrados cubanos en las redes sociales permite observar que inicialmente se manifestaban temerosos de que a Estados Unidos pudiera llegar un gobernante que dirigiera la gran nación del norte al estilo totalitario de los hermanos Castro, Chávez, Maduro y Ortega, pero cuando Donald Trump prometió revisar la política en relación con Cuba y Venezuela, se produjo un estallido de apoyos a su gestión que fue aumentando el número de sus admiradores entre emigrados provenientes de los países que integran el grupo del ALBA.

En la isla, apenas las noticias comenzaron a dar el triunfo de Trump como una posibilidad cada vez más cercana, los voceros periodísticos reforzaron la visión que venían anunciando desde que comenzó esta campaña presidencial: la llegada de Trump a la Casa Blanca podría significar un retroceso en las relaciones bilaterales y el empeoramiento de la situación económica y social del pueblo cubano. Y mientras ya en las redes sociales los cubanos de la isla se manifiestan tan tristes y derrotados como los votantes demócratas norteamericanos, habrá que esperar qué reacción oficial ofrece el gobierno de Raúl Castro.

Ya que existen relaciones bilaterales, la diplomacia impone que se felicite al nuevo presidente del país que durante los últimos tres años más cambios ha provocado en la isla. Pero es también posible que La Habana mantenga distancia o utilice vías no públicas para comunicarse con Trump, ante la percepción negativa que en los últimos tiempos de campaña despertó en el gobierno cubano su promesa de que "vamos a apoyar al pueblo cubano en su lucha contra la opresión comunista. El pacto de Obama solo beneficia al régimen de Castro".

La disyuntiva que esta elección pone ante los cubanos, en la isla y el exilio, va más allá de ese abismo apocalíptico al que se refiriera hace unos meses el mítico cantautor Silvio Rodríguez, idea reproducida en numerosos blogs oficialistas con el claro objetivo de sembrar miedo en la población: Trump será el nuevo enemigo de la Revolución Cubana, el culpable de que cesen los cambios. Pero, también dentro y fuera de Cuba, muchos cubanos dudan de que los pasos del nuevo inquilino de la Casa Blanca sean tan fáciles.

Por un lado, Cuba ha despertado la codicia del empresariado norteamericano, que se manifiesta preocupado porque Rusia, China y la Unión Europea le dejen solo las sobras de una isla virgen para cualquier gran proyecto económico o financiero, y desde la cual además pueden catapultarse con más facilidad hacia buena parte de América Latina. Por otro lado, una presidencia republicana, con mayoría republicana en el Congreso y la Cámara de Representantes tendría todas las puertas abiertas para colocar en el centro de la agenda gubernamental las exigencias ideológicas de ese partido en relación con Cuba. No olvidemos que el alma de Trump está dividida entre el empresario ambicioso y el político extremista. Cómo resolverá él esa disyuntiva personal será la clave de sus acciones futuras. 

 

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