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Trump: mitad de mandato, migración, México y el muro

8 de noviembre de 2018

Con el nuevo equilibrio de fuerzas en el Congreso estadounidense, ¿está Trump más cerca o más lejos de consumar su promesa de erigir un muro en la frontera de su país con México? Expertos analizan las variables en juego.

USA, Washington:  Kongresswahlen in den USA - Donald Trump
Imagen: picture-alliance/dpa/E. Vucci

Considerando que la política migratoria del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, fue uno de los temas más controvertidos de la campaña previa a las elecciones legislativas del pasado 6 de noviembre, cabe preguntarse cómo incidirá el “gridlock” –el nuevo equilibrio de fuerzas en el Congreso– sobre la misma. Desde la Cámara de Representantes, la inminente mayoría demócrata podría truncar el proyecto de Trump de satisfacer a su clientela mediante la erección de un muro en la frontera sur del país; pero la actual hegemonía republicana podría darle el visto bueno de aquí a enero de 2019, cuando comience el nuevo período legislativo.

Algunos presumen que un no a la construcción del muro de Trump sería percibido en las comunidades más deprimidas de Centroamérica como una invitación a probar suerte y encaminarse hacia Estados Unidos para solicitar asilo o entrar a su territorio por los “caminos verdes”. Otros, como el historiador Christoph Rass, están convencidos de lo contrario: grandes caravanas de migrantes mesoamericanos como las que hoy avanzan hacia el norte del continente se tornarían aún más numerosas y frecuentes si a la Casa Blanca se le diera luz verde para ordenar el levantamiento de un muro fronterizo. Fenómenos similares se han registrado en el pasado.

“Es lógico que quienes sopesan emigrar hacia Estados Unidos se sientan presionados a hacer sus maletas lo antes posible cuando intuyen o saben que una ruta o un mecanismo que facilita la migración está por desaparecer”, dice Rass, del Instituto para la Investigación de la Migración y los Estudios Interculturales (IMIS), adscrito a la Universidad de Osnabrück. La política estadounidense también tiene serias implicaciones para México, que de ser un país de tránsito para los migrantes centroamericanos ha pasado a convertirse en país de destino; aún sin el muro de Trump, miles y miles de ellos se quedan represados al sur del Río Bravo.

Militares asumen labores de control fronterizo en Estados Unidos.Imagen: picture-alliance/dpa/E. Gay

México, nuevo refugio

“Estados Unidos coopera con México para controlar su frontera con Guatemala. Eso significa que México es, hasta cierto punto, rehén de la política migratoria de su vecino del norte: si Trump consigue que la frontera estadounidense sea un poco menos porosa de lo que es ahora y suspende la cooperación aludida con México, los migrantes que vienen del sur se agolparán más y más en suelo mexicano. Eso pondría una enorme presión sobre la sociedad mexicana, que de por sí trata con bastante dureza a los hondureños, a los salvadoreños y a los guatemaltecos cuando permanecen ‘demasiado tiempo’ en su país”, dice Rass.

“La gente de las caravanas tiene como objetivo acercarse a los puestos de control fronterizo estadounidenses para pedir asilo y Estados Unidos está obligado por el Derecho Internacional a procesar esas solicitudes. Pero quienes no obtengan el estatus de refugiado en Estados Unidos –sólo el tres por ciento de las aplicaciones presentadas por ciudadanos mexicanos recibe una respuesta positiva, por ejemplo– optarán por entrar irregularmente a su territorio o por asentarse en México. De hecho, muchos hondureños, salvadoreños y guatemaltecos están empezando a pedir asilo en México”, comenta la politóloga Ana Isabel López.

“Esa tendencia es nueva”, acota la investigadora del Instituto Alemán de Estudios Globales y Regionales (GIGA). Las secretarías de Gobernación y Relaciones Exteriores de México informaron la semana pasada que, solamente en el estado de Chiapas, 3.230 migrantes centroamericanos habían solicitado refugio. Cuando la primera caravana entró al país el pasado 19 de octubre, Mark Manly, representante local del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), aseguró que el Estado mexicano estaba en capacidad de garantizarles protección a quienes la pidieran. López espera que así sea, pero tiene dudas al respecto.

Migrantes centroamericanos en Ciudad de México.Imagen: picture-alliance/dpa/A. Vazquez

La génesis del éxodo

“Estamos hablando de personas que dejaron atrás su tierra natal huyendo de la violencia. Pero la inseguridad ciudadana y los desplazamientos internos atizados por el crimen organizado también constituyen un problema grave en México. Hay mexicanos que abandonan sus hogares en el estado de Michoacán y terminan viviendo en albergues en el estado de Tijuana. ¿Qué quedará para los centroamericanos?”, lamenta la experta del GIGA. 
López y Rass coinciden en que, como propuesta, el muro de Trump no aporta nada a la búsqueda de respuestas para el desafío migratorio, subrayando que los factores que catalizan los éxodos no están siendo atendidos.

“Estados Unidos financia desde hace unos años el Plan Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte de América Central y el presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador, dice querer otorgarles ayuda económica a los países centroamericanos, dando a entender que la emigración descontrolada sólo es atribuible a la falta de desarrollo. Y esa es sólo una de las raíces de la crisis. En algún momento, Estados Unidos y México tendrán que enfrentarse a la correlación que existe entre la corrupción administrativa que plaga a los Estados centroamericanos, la violencia practicada por el crimen organizado y la migración masiva”, explica López.

“Estados Unidos y México también deben actualizar sus sistemas de asilo porque el tipo de violencia de la que huyen millares de centroamericanos no es tenido como razón válida para clasificarlos como refugiados. Con todo y que en Honduras se cometen más homicidios que en Irak”, agrega la politóloga del GIGA. Rass, del IMIS, no espera mucho del Ejecutivo de López Obrador: “De cara a Washington, México va a defender sus propios intereses migratorios y no los de sus hermanos centroamericanos porque las remesas que sus ciudadanos envían desde Estados Unidos son un factor económico demasiado importante para sus arcas”, esgrime.

El presidente elector de México, AMLO (der.), y su homólogo estadounidense, Trump.Imagen: Getty Images/C. Kleponis & Getty Images/AFP/R. Schemidt

La hora de negociar

“Ojalá que un mayor equilibrio de fuerzas republicanas y demócratas en el ámbito legislativo de Estados Unidos contribuya a normalizar las relaciones migratorias de ese país con América Latina y el Caribe. Y cuando digo eso no me refiero a abolir regulaciones ni controles de un plumazo, sino a hacer análisis diferenciados, con la cabeza fría, para poder presentar opciones más efectivas que la idea de un muro, que es inviable”, acota Rass. Ivo Hernández, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Münster, augura dos años de intensos debates y pactos, y no solamente entre la Cámara de Representantes y el Senado de Estados Unidos.

“Trump grita mucho, pero él es un hombre de negocios y él sabe que para ganar algunos puntos es natural perder otros; cualquier iniciativa en materia migratoria dependerá de cómo lidie con sus rivales, sus partidarios y sus homólogos: Trump deberá tomar en cuenta las posiciones de Nancy Pelosi, presidenta de la cámara baja del Congreso; las reservas de los republicanos que gobiernan los estados fronterizos, cuyas economías dependen mucho de la migración laboral temporal proveniente del sur; y las ofertas o concesiones que le haga el mandatario mexicano, López Obrador. Los acercamientos que ha habido en torno a la reforma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) indican que es factible llegar a acuerdos”, arguye Hernández.

(CP)

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