Desde que un número cada vez mayor de emigrantes africanos cruza el Mediterráneo, la Unión Europea busca estrategias para detener el flujo. Entre ellas se cuenta también una nueva forma de cooperación.
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Hace dos años, los jefes de Gobierno europeos y africanos se reunieron en Malta para conversar, sobre todo, acerca de cómo frenar la migración. De las promesas de entonces, solo algunas se cumplieron. Y eso vale para ambas partes. Ahora, en la cumbre de Abidján, se hablará de nuevas formas de cooperación. Europeos y africanos tienen objetivos diferentes. Se estima que la población de África se duplicará hasta 2050 y los europeos quieren frenar el flujo de inmigrantes fortaleciendo el desarrollo y mejorando la cooperación con los países de origen. Los africanos, por su parte, exigen una política que los trate como iguales y los reconozca como socios.
"Creo que debemos resolver nuestros problemas mancomunadamente”, afirmó Antonio Tajani, presidente del Parlamento Europeo, en entrevista con DW. Indicó que la migración "es un problema para ambas partes”, al igual que el terrorismo, el desempleo juvenil y las consecuencias del cambio climático. Tanto europeos como africanos se ven afectados y se proponen buscar soluciones reales.
Plan Marshall para África
La juventud estará en el centro de las conversaciones de Abidján. "África debe poder garantizar un futuro a sus jóvenes”, afirmó el presidente de la Eurocámara. A su juicio, se requiere un Plan Marshall, como ya se discutió tras la última cumbre del G20. Europa sigue siendo la que más ayuda al desarrollo aporta: cerca de 20 mil millones de euros el año pasado. Al mismo tiempo, los Estados africanos reciben cerca de 21 mil millones de euros en remesas que envían los emigrantes a sus países de origen. Esa es una de las razones por las que algunos países se resisten a recibirlos de regreso.
Las inversiones directas de la UE en África son en cambio relativamente modestas y se elevan a unos 32 mil millones de euros. Los africanos esperan más. El jefe del Banco Europeo de Inversiones, Werner Hoyer, está diseñando un plan para crear un banco especial para África, en el que se pueda concentrar los créditos y garantías para proyectos en dicho continente. Pero aún no se sabe cuánto tardará en tomar forma ni de cuánto dinero dispondría.
Valores democráticos
Pero no todo es cuestión de dinero. Las relaciones entre África y Europa deben basarse en valores, a juicio de Denis Mukwege, médico y activista del Congo. "Con una ayuda al desarrollo sin condiciones, se extiende una alfombra roja a los dictadores”, señaló en entrevista con DW.
Mukwege se hizo famoso por su trabajo a favor de las mujeres que han sido víctimas de la violencia en el Congo. En su opinión, muchos de los problemas del continente no se deben a la falta de recursos, sino a los malos gobiernos. Además, considera que la paz y el desarrollo solo se pueden lograr sobre la base de la democracia y el buen gobierno.
Grandes expectativas
"La visión ha cambiado, ahora se quiere trabajar conjuntamente con los representantes africanos. Se trata del surgimiento de una verdadera asociación”, explicó a DW el presidente de la República Centroafricana. Hizo notar que la emigración de los jóvenes está directamente relacionada con la falta de desarrollo.
El gobernante africano se propone atraer inversiones extranjeras directas, aunque reconoce que para ello deben mejorar las condiciones. Las esperanzas que los africanos cifran en la cumbre de Abidján son grandes, pero no tanto el entusiasmo europeo por invertir cifras millonarias en países inseguros.
Día Mundial del Migrante: El campamento de refugiados Kakuma o "la nada"
Cada 18 de diciembre se recuerda a millones de migrantes. Kakuma, en Kenia, es uno de los campamentos más grandes del mundo, que acoge a desterrados por las guerras y el hambre desde hace 25 años. DW visitó dicho campo.
Imagen: DW/R. Klein
Cientos de miles de humanos en "la nada"
"Kakuma" quiere decir en kiswahili algo así como "la nada". Ubicado a unos 100 kilómetros de la frontera con Sudán del Sur está en medio de una zona seca y cálida. Aquí viven, más mal que bien, unas 180.000 personas en cabañas o casas de adobe. Sus residentes huyen de la guerra o el hambre en Sudán y Sudán del Sur, Somalia, Uganda y otros países vecinos.
Imagen: Johanniter/Fassio
No paran de llegar refugiados, todos los días
Kakuma fue construido para albergar a 125.000 personas, pero desde su apertura no han parado de llegar personas en busca de refugio. Cada mes se suman unas mil o dos mil personas. Teresa Akong Anthony, en la imagen, vino desde el sur de Sudán hace dos semanas. Ahora espera a la sombra de una choza que ella y sus tres hijos sean registrados como refugiados. La temperatura hoy es de 37 grados.
Imagen: DW/R. Klein
¿Nacionalidad? Refugiado
Kakuma está lleno de jóvenes: más del 60 por ciento de los habitantes tienen menos de 17 años de edad. Muchos han nacido o se han criado en el campo. Para ellos, la palabra "casa" es difícil de definir. A menudo, no tienen ninguna relación con su país de origen, pero tampoco son kenianos. Se trata de jóvenes nacidos como refugiados.
Imagen: DW/R. Klein
Madre malnutrida, bebé malnutrido
Kandida Nibigira huyó de la violencia en Burundi hace tres años. Aquí vive con sus ocho hijos en una choza de barro. La vida para toda la familia es un inmenso reto diario: temperaturas alrededor de los 40 grados, suelo muy seco y poca comida. "Comemos sólo una vez al día", dice esta mujer de 38 años de edad, que intenta dar pecho a su hijo, a pesar de su propia malnutrición.
Imagen: DW/R. Klein
No hay suficiente dinero para la comida
En este campo de refugiados operado por ACNUR se distribuyen alimentos unas dos veces al mes. Si los residentes muestran su tarjeta de racionamiento, reciben aceite, mijo, frijoles, maíz fortificado y jabón. Debido a que no hay suficiente dinero disponible, las raciones de diciembre se redujeron a la mitad. La comida debe ahora alcanzar para todo un mes.
Imagen: DW/R. Klein
El hambre desespera
Hacer colas para recibir las respectivas raciones demora hasta cinco horas. Los trabajadores son aislados por una malla de alambre para protegerlos de la violencia que puede surgir ante la desesperación de la escasez y el hambre.
Imagen: DW/R. Klein
Un campamento convertido en “ciudad”
Además de las tarjetas de racionamiento, los residentes del campo obtienen vales que pueden canjear en ciertas tiendas. En los últimos 25 años, Kakuma se ha convertido en una pequeña ciudad. En el mercado se compran y venden cosas de uso cotidiano: alimentos, herramientas, artículos eléctricos o tarjetas SIM.
Imagen: DW/R. Klein
Mucha gente, poco trabajo
Los refugiados en Kakuma sólo pueden trabajar con un permiso especial, pero hay poco trabajo. Algunos trabajan para organizaciones benéficas. Para aumentar sus posibilidades laborales, hay proyectos individuales de formación. Aquí, tanto los refugiados como la población local pueden formarse en carpintería, electricidad y costura.
Imagen: DW/R. Klein
Sin familia ni educación
"Quiero ser una enfermera," dice Kamuka Ismali Ali, quien huyó de la guerra en el sur de Sudán. "Todavía no sé si mi familia vive”. Kamuka, de 20 años de edad, asiste a una escuela en Kakuma y quiere graduarse. "Cuando la guerra termine, ansío poder volver a ver a mi familia y ayudarla".
Imagen: DW/R. Klein
Integración: auto-sustento y convivencia
Gracias a la ayuda internacional, los habitantes de este campo de refugiados pueden recibir la atención más urgente. Debido a que Kakuma crece todos días y los refugiados son separados de la población local, unas 60.000 personas serán reubicadas en otro nuevo campo, a unos 20 kilómetros de distancia. La idea es promover el auto-sustento de los refugiados y la convivencia con locales.