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Un albergue para hombres golpeadores

Suzanne Krauze/mb12 de febrero de 2009

Varias legislaciones europeas prevén que los hombres que han golpeado a sus mujeres no pueden volver al domicilio común. A donde vayan es problema de ellos; sólo en la francesa Arras se hace diferente.

Cada tres días muere en Francia una mujer a manos de su parejaImagen: picture-alliance / Lehtikuva

En su lucha contra la violencia doméstica, muchas mujeres en Europa pueden contar con leyes cada vez mejores: juzgados y Policía obligan a los hombres violentos a mantenerse alejados del domicilio común. El hombre se tiene que ir… ¿a dónde? En la francesa Arras se ha abierto un albergue para hombres que han sido culpados de violencia de género.

Siete de la noche en la Casa de Rosati: así se llama el albergue, que ubicado en calle que le da su nombre, se encuentra en el centro de Arras, en el norte de Francia. Se trata de una casa adosada normal, sin nombre en la puerta. Marie Lebreton se encuentra en la cocina en la que, equipada con lo mínimo, prepara la cena. Michel la ayuda; a este hombre de cincuenta años se le nota que no tiene demasiada experiencia con el trabajo doméstico. Desde hace algunas semanas vive en el albergue y se quedará mientras dure la prohibición de entrar a casa de su familia. Sus actos violentos lo han llevado hasta ahí. La violencia de género es en Europa, lamentablemente, una historia cotidiana.

Una muerte cada tres días

Según estadísticas policiales, en Francia muere cada tres días una mujer por los golpes de su pareja o su ex pareja. Desde hace ya algunos años, sobre todo en los países germano hablantes, existe la regulación: un hombre acusado de violencia familiar es proscrito, con orden judicial, de la casa. Tienen que evitar todo contacto con la mujer y con los niños. Lo que marca la diferencia es que en estos países, los hombres se ven abandonados a su suerte, una situación en la que es casi imposible que un ser humano reflexione acerca de su comportamiento. Casa de Rosati –un proyecto que empezó en diciembre- pretende cerrar ese vacío, por lo menos en Francia.

El equipo del albergue lo integran tres trabajadoras sociales, cuya misión es ayudar a estos hombres a cambiar de forma de pensar. Día y noche, estas mujeres aprovechan toda oportunidad para apoyar y aconsejar a los habitantes del albergue. “Sobre todo aprovechamos toda oportunidad para tematizar la violencia, de palabra y de hecho”, cuenta Lebreton. Si ven la televisión y hay escenas de violencia, la conversación al respecto es una obligación.

El primero en Europa

Este tipo de albergue psicosocial es el primero en Europa. Y ha tenido buena acogida. Habitantes nuevos llegan constantemente, aunque es cierto que el camino hacia allí no lo emprenden voluntariamente. Algunos tienen que escoger entre la cárcel o el albergue. La mayoría de ellos llegan furiosos, restan importancia a los hechos e, incluso, aseveran no haber sido violentos. Después de algunos días empiezan a sentir culpa y vergüenza. Poco después confiesan no sólo haberle dado una cachetada sino haber golpeado a su mujer.

¿Dolor en el fondo?

Sebastién N llega del trabajo. Tiene 30 años y parece simpático. Está casado, tiene 3 hijos y desde hace 3 semanas “se hospeda” en Casa de rosati. “Golpeé una vez a mi mujer y ella llamó inmediatamente a la Policía, me acusó y me encontré de pronto en prisión preventiva”, resume Sebastien. La fiscalía lo envió entonces al albergue. La cita con la sicóloga estaba preparada. “La ayuda social y sicológica me hizo mucho bien para cuestionarme y detectar los motivos de mi violencia”, confiesa Sebastien, quien opina que si bien no deja de ser doloroso es imprescindible para entender lo que uno ha hecho.

En Casa de Rosati la comodidad es mínima. En la planta baja hay un comedor grande con una mesa larga y sillas muy sencillas, una esquina para sentarse a ver televisión; la oficina para el personal y la cocina. Los dos pisos altos están destinados a los dormitorios: en cada uno hay 3 camas sencillas; hay capacidad para doce personas. Todo espartano y sin objetos personales. Todos tienen que hacer la limpieza y pagan, de acuerdo a su ingreso, entre 5 y 8,50 euros la noche.

Todos trabajan

En las primeras seis semanas llegaron 12 hombres, normales, entre los 30 y los 50 años de todas las clases sociales. La violencia familiar no es un fenómeno exclusivo de la clase baja. En todos los actos violentos había habido alcohol de por medio. Todos trabajan: hay obreros de la construcción, ingenieros en computación o comerciantes. “Mientras más alta la posición social, más difícil nos resulta trabajar con ellos”, cuenta Lebreton.

A las responsables de la Casa les queda claro que la violencia doméstica es una expresión de un dolor interno muy profundo. Lamentablemente a muchos de los hombres que golpean les falta la percepción de su propio dolor. De eso se encargan el equipo del albergue.

En Sebastién el proceso ha comenzado. Se ha dado cuenta de lo que está en juego; le permiten ver a sus niños los domingos. Dentro de poco le permitirán tener un primer contacto con su mujer. Las cuatro semanas en Casa de Rosati lo han cambiado, Sebastién quiere volver a casa, cree que ahora sí puede dialogar –con su mujer y consigo mismo.

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