Un barco argentino en la guerra de submarinos
9 de mayo de 2015La escasez de bodegas disponibles debido a la guerra y la posibilidad de colocar grandes cantidades de producción agrícola llevaron al gobierno del presidente argentino Ramón Castillo (1942-1943) a crear la Flota Mercante del Estado. La flota estaba integrada por viejos barcos, muchos de ellos veteranos de la guerra anterior, que desde el comienzo de la conflagración se hallaban anclados en puertos argentinos. Ese fue el caso también del Río Tercero.
El Río Tercero, de 4.866 toneladas, había sido construido en 1912. Hasta su hundimiento tuvo una movida historia. Había sido botado para la African Steamship Co y bautizado EBOE (3), navegando bajo bandera británica. En 1916 fue vendido a una armadora italiana y rebautizado Fortunastella.
Al comenzar la guerra fue retenido en Necochea, una ciudad argentina sobre la costa del Atlántico a unos 500 kilómetros al sur de la capital argentina. En 1941 lo compró el Gobierno argentino, que lo incorporó un año después a la Flota Mercante del Estado con el nombre de Río Tercero.
13 banderas argentinas
El Río Tercero retornaba a Buenos Aires desde el puerto de Nueva York, donde había descargado cereales. Estaba al mando del capitán Luis Pedro Scalese y de regreso traía carga general, pero nada que pudiera considerarse bélico.
Cinco tripulantes murieron como consecuencia del ataque y 36 lograron abandonar el barco, que se hundió en apenas once minutos, dice Bradley Sheard en su libro “Los Voyages: Two Centuries of Shipwrecks in the Approaches to Ney York”. Según Sheard, el Río Tercero llevaba 13 banderas argentinas pintadas en los costados y la superestructura y su nombre se veía nueve veces.
Detenidos e inspeccionados
Según las convenciones internacionales, barcos neutrales no podían ser atacados por las potencias beligerantes, a menos que transportaran material de guerra. Para constatarlo, los submarinos detenían e inspeccionaban a los cargueros.
Hans-Heinz Linder, el comandante del U 202, argumentó que el Río Tercero no llevaba marcas de neutralidad y que fue reconocido como argentino solo por las declaraciones de los sobrevivientes después del ataque.
Una “leyenda negra” dice que el capitán Scalese le dijo a Linder que el Río Tercero no había enviado ningún SOS, lo cual no era cierto, y que el barco no tenía libro de navegación, lo cual tampoco se correspondía con la realidad.
De regreso a Buenos Aires, se difundió el rumor de que el Río Tercero había sido hundido como represalia por haber violado la neutralidad avisando a los norteamericanos la posición de otro sumergible alemán que los habría interceptado anteriormente, todo para cobrar una supuesta recompensa.
La “leyenda negra”
Según Histarmar, Roque Volpe, telegrafista del Río Terceo, “calificó de absoluta falsedad esas presunciones” y dijo creer que “el rumor surgió de la propia Cancillería argentina, que quería calmar la ira popular por el ataque y las muertes, para evitar a toda costa represalias contra los intereses alemanes en la Argentina”.
Mucho indica que efectivamente Ramón Castillo simpatizaba con el Tercer Reich y el nacionalsocialismo, pero seguía oficialmente una política de neutralidad. Dentro del Gobierno y los militares se produjeron más tarde tensiones, que desembocaron en un golpe del Grupo de Oficiales Unidos (GOU, de orientación fascista) el 4 de junio de 1943.
En misión secreta
Una anécdota interesante en el entorno de ese trágico hecho es que una semana antes (el 14 de junio), del U 202 había desembarcado en un bote de goma un comando alemán de cuatro hombres. El comando tenía la misión de cometer actos de sabotaje en Estados Unidos.
El grupo se proponía atacar fundiciones de aluminio y represas en Tennessee, Illinois y Nueva York. Otro comando desembarcó desde otro submarino, con la misión de volar túneles de ferrocarril, puentes y sistemas de abastecimiento de agua en Nueva York. El descabellado plan pronto se desbarataría. Uno de los integrantes de los comandos se entregó al FBI, los otros fueron pronto detenidos por la policía. Todos fueron ejecutados en la silla eléctrica, salvo dos, condenados a largas penas de prisión. En 1948 fueron perdonados por el presidente Truman y volvieron a Alemania.