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Estado de derechoEl Salvador

Un dictador es un dictador es un dictador…

23 de septiembre de 2025

Ojalá antes de debatir, cubanos, nicaragüenses, venezolanos y salvadoreños pudiéramos estar de acuerdo en una cosa: todos padecemos dictaduras. Diferentes, pero dictaduras.

Nayib Bukele, presidente de El Salvador.Imagen: Marvin Recinos/AFP/Getty Images

Escribo esta columna harto de la facilona cantaleta oficial que desde mi país, El Salvador, repite hasta el cansancio Nayib Bukele, sus funcionarios y sus fieles: que la mayoría lo eligió, que la mayoría lo sigue aprobando, y que por tanto no es dictador, sino un demócrata elegido por la mayoría. Escribo cansado de que tantos latinoamericanos que han padecido dictaduras compren esa guasa. Escribo esta columna un tanto agotado también de ser el nuevo en el club latinoamericano de las dictaduras, y escuchar a los venezolanos repetir que, tras seis años en el poder, apenas empieza, que quizá aún no es dictador; a los nicaragüenses, que Bukele no ha tenido que ponerse violento; a los cubanos, a modo de reclamo ancestral, que ellos quedaron olvidados hace décadas, que el nuestro "apenas tiene tiene tres pelos de barba” a comparación de los suyos. Noto en esas conversaciones entre exiliados cariño honesto la mayoría de veces, pero también malicia y condescendencia en otras tantas ocasiones.

Empezando con los primeros, los miles de voceros de la popularidad, salvadoreños y no, pues decirles lo obvio: que una democracia no es un concurso de popularidad, que no consiste en asistir cada cinco años a un centro electoral, pararse frente a una cajita, doblar un papelito y meterlo en la cajita. Que si así fuera, debería llamarse papirocracia. Que una democracia es un sistema de normas y contrapesos para que los demás, los que no piensan como vos, los que son menos que los que piensan como vos, quienes perdieron, las minorías, pues, también puedan vivir con dignidad y con tus mismos derechos. Que la popularidad no es una carta blanca para hacer lo que te dé la gana y saltarte la Constitución y reformar ilegalmente los otros poderes para controlarlos y deformar las elecciones mientras tenés el poder y encarcelar a quien querrás y poner a los jueces que querrás y ampliar tu periodo en el poder.

Latinoamérica está llena de ejemplos de demócratas que han dejado el poder con apenas popularidad; y de dictadores, como Pinochet, que han dejado el poder a pesar de que casi la mitad de los votantes, tras décadas de torturas y desapariciones y asesinatos, eligió que siguieran.

Una elección es eso, una elección. Una encuesta es eso, una encuesta. Una vuelta de tuerca del sistema, nada más. Lo que viene después, cuando el elegido empieza a reformarlo todo en función de sí mismo, a controlarlo todo, a convertir a los otros en enemigos y perseguirlos y a seguir reformando sin parar, eso ya es elección del elegido, no mandato de esa entelequia llamada "pueblo”. Porque es así, como se supone que dijo alguna vez la periodista española Maruja Torres: "las dictaduras son como las bicicletas: si se paran, se caen”. Y entonces siguen pedaleando en el sentido equivocado, y mucha gente aplaude al lado del camino, vitorea el encumbramiento de quien les escupirá desde la cima. Recuerdo la magnífica obra de teatro salvadoreña llamada El Fenómeno, que terminaba con un elocuente dicho del personaje principal: "¡uno para uno y todos a la mierda!”.

Pero un dictador es un dictador es un dictador… Aunque siga pedaleando, aunque le aplaudan en el camino. Ya lo verán cuando dejen de aplaudir. Uno para uno… Y ya saben lo que toca a los demás.

Ahora les hablo a los latinoamericanos del club de las dictaduras. ¿Qué les voy a decir, si son ustedes quienes para los salvadoreños vienen desde el futuro? ¿Qué les voy a decir, si nosotros leíamos cada paso del dictador Ortega como si fuera uno que se nos aplicaría en breve? Y se nos aplicó. Y se nos aplicará. ¿Qué les voy a decir a los colegas periodistas venezolanos, si son los decanos del periodismo de investigación en el exilio en este siglo? Ante ustedes, saco papel y anoto. Y a los cubanos, que durante décadas muchos no les creímos que aquello era dictadura, y decíamos revolución y cantábamos a todo pulmón y llenos de fervor cancioncillas que no entendíamos, ¿qué les puedo decir? Ya sé: disculpen. Disculpen por tanto cinismo. Disculpen por haberlos dejado solos tanto tiempo, por haber celebrado a sus opresores y cantado las canciones que muchos de ustedes solo escuchaban en actos de repudio orquestados por su tiranía. Disculpen por haberlos condenado con nuestra ingenuidad, como dijo el escritor Reinaldo Arenas, a ser "no personas”. Disculpen por tanto silencio.

Espero, eso sí, que esos argumentos minúsculos pintados de ideología que se esgrimen en las tabernas del exilio y los coloquios de la expatriación vayan desapareciendo, y el izquierdista de El Salvador, aún enfundado en su camiseta roja, reconozca en voz alta, 66 años después del triunfo de la revolución, y de una puñetera vez, que Cuba es una dictadura, más allá del embargo estadounidense, mucho más allá, y que ha condenado a tantos a la muerte, a la mar, al exilio, a la cárcel; y el cubano de Miami que vota por Trump diga sin rubor que Bukele, el amigo de Trump, es también un dictador, tanto más joven que sus vejestorios, pero dictador; más estrafalariamente vestido que sus barbudos -que ya es decir-, pero dictador; más de derecha por ahora, pero dictador. Sí, aunque sea un dictador que esté en contra de su dictadura, es un dictador.

Porque un dictador es un dictador es un dictador… Y son tan diferentes también, pero dicho así: los dictadores latinoamericanos tienen muchas diferencias. Porque si hablar de dictaduras es sanitizar a los dictadores que te caen bien y arremeter contra los otros, entonces cada argumento suena chiquito y molesto, como ruido de insecto.

Ojalá dejemos en general esa incomodidad e indolencia entre víctimas de dictadores. Porque, así como al cubano y al venezolano les habrá ardido por décadas que tantos extranjeros fueran por ahí defendiendo los proyectos revolucionarios de tremendos incompetentes y tiranos a los que nunca padecieron, a los salvadoreños nos sorprende amargamente cuando en nuestro exilio un cubano o un venezolano nos felicita por Bukele.

Como dijo Churchill, que dijo tantas cosas: "la democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás que se han probado”.

Y porque un dictador es un dictador es un dictador…

(cp)

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