Un motor ibérico para Europa
1 de octubre de 2004
Un tándem ibérico, con José Manuel Durao Barroso en la presidencia de la Comisión de la Unión Europea y Javier Solana al frente de la política exterior comunitaria es el “ideal” con que sueña el ministro de Relaciones Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos. Un sueño que aún tardará un tanto en cumplirse, porque el actual coordinador de la política exterior de la UE todavía tendrá que esperar a que se ratifique la Constitución europea para poder asumir el cargo, con rango ministerial, que le espera en Bruselas.
Vocación europeísta
Pero la línea ya está trazada y tanto España como Portugal reafirmaron con la cumbre de Santiago de Compostela su voluntad política de convertirse en los “motores del sur” de la integración europea.
Más aún: el gobernante hispano, José Luis Rodríguez Zapatero, y su homólogo luso, Pedro Santana López, subrayaron la vocación europeísta ibérica, enviando el mensaje de que sus respectivos países serán los primeros en ratificar la Constitución de la UE. Igualmente se plantea el propósito compartido de “revitalizar las cumbres iberoamericanas”, y convertirse en “los mejores interlocutores de América Latina ante la UE”, según palabras de Moratinos.
En ese contexto, resulta lógico que ambos opten por destacar sus amplias coincidencias y minimizar sus diferencias. Éstas, desde luego, existen; por ejemplo en lo tocante a la política con respecto a Irak. La llegada al poder de Rodríguez Zapatero marcó el vuelco en Madrid, desarticulando el eje ibérico de respaldo al presidente estadounidense, George W. Bush.
Pero Durao Barroso, que en su día se lució como anfitrión de la Cumbre de las Azores, ya no encabeza el gobierno de Lisboa y ahora piensa en otras dimensiones: las europeas. Y eso, de seguro, influye también en la conducta política de su sucesor.
Dinámica bilateral
En consecuencia, era de esperar confrontación en la cumbre ibérica de Santiago de Compostela, sino un claro voto a favor de la causa de la integración, sin distingos artificiales entre “viejas” y “nuevas” Europas. Tanto a España como a Portugal les basta con dar una mirada a los últimos 18 años para apreciar los enormes beneficios que les ha reportado su pertenencia a la UE. Beneficios que también se reflejan en la integración bilateral.
En cifras, el proceso evidencia su dinámica. Si en 1986 las exportaciones portuguesas a España se cifraban en 357 millones de euros, en el 2001 se elevaban ya a 5.095 millones. A la inversa, las importaciones de bienes españoles se incrementaron, de 786 millones a 11. 230 millones de euros, en el mismo período.
Éste es el camino por el que se siguió avanzando en la cumbre de Santiago de Compostela, sin grandes retóricas ni dilaciones. Pese a lo apretado de la agenda, que sólo abarca una tarde, hubo varios asuntos concretos de cooperación bilateral en carpeta.
El principal de ellos fue la ratificación de la creación del Mercado Ibérico de la Electricidad (Mibel), retrasada por el cambio de gobierno en España y la demora portuguesa en liberalizar el mercado energético. Como fecha límite de inicio de funcionamiento del Mibel se fijó el 30 de junio de 2005.
Con la firma del acuerdo se crea un mercado eléctrico totalmente libre para cerca de 53 millones de personas, el cuarto mayor de Europa. Pasos de este calibre afianzan las relaciones entre ambos países, más allá del signo político de sus respectivos gobiernos.