Vivir y vivir mejor
9 de febrero de 2015Los fotógrafos han apostado sus cámaras sobre la alfombra roja. La industria de la cosmética se publicita en gigantografías que cubren fachadas enteras. Personas de apariencia muy cuidada sostienen conversaciones importantes tras los ventanales del hotel Hyatt. Este el rostro hermoso y glamoroso de la Berlinale. En las salas oscuras alrededor de la Potsdamer Platz discurren otras realidades: historias sobre aquellos que no pertenecen al mundo de los ganadores de la globalización, que luchan a duras penas por su supervivencia, su dignidad, su visibilidad y su reconocimiento en nuestras sociedades contemporáneas.
Fantasmas del pasado
Cisco es uno de ellos. Es el protagonista de la cinta "Out of my Hand" (Fuera de mi alcance), de Takeshi Fukunaga, que se muestra en la sección Panorama. Trabaja como un esclavo en una plantación de caucho en Liberia. Sus condiciones laborales son terribles. Una corta huelga no logra cambiar nada. Este padre de familia sueña con tener mejor suerte, una mejor vida, en Estados Unidos. Un primo asentado en la comunidad liberiana de Nueva York lo recibe y lo ayuda a encontrar trabajo como taxista. Y, lo que con tanta desesperanza comienza, termina trágicamente, pues el pasado viene al encuentro de Cisco cuando se encuentra con Jacob, a quien conoce de antes. Ambos fueron niños soldados."Hay fantasmas", dice Cisco, "que lo siguen a uno. No importa donde esté".
"Out of my Hand" es la primera coproducción liberiano-estadounidense de la historia. Y es el primer filme del realizador japonés Takeshi Fukunaga, que vive en Nueva York pero rodó con liberianos. Se trata de un proyecto internacional que, sin un gran presupuesto, cuenta una pequeña historia. Sin embargo, dice Christoph Terhechte, que dirige el Foro de Cine Joven de la Berlinale, las pequeñas historias son frecuentemente también las que con más fuerza intentan servir de puente para resumirlo todo. La mayoría de las veces se trata de realizadores independientes, con escaso presupuesto, que no se perciben como artesanos sino como artistas. Las secciones "Panorama" y "Foro del Cine Joven" presentan ejemplos suficientes y convincentes, que han comenzado ya a comunicarse entre sí.
Luchadoras incansables
En una pequeña oficina en Tel Aviv trabajan un par de mujeres las 24 horas del día. El servicio telefónico de asistencia a refugiados y migrantes es una ONG, que esclarece a personas sin papeles –todos africanos– sobre sus derechos, los asesora y lucha por ellos. Desde hace años llegan miles de personas de forma ilegal a Israel a través del Sinaí, un flujo humano que no es bien recibido. Cada cruce ilegal de la frontera se considera un delito que se castiga con un año de cárcel. Las prisiones cerca de la frontera con Egipto se amplían constantemente. Contra esa legislación lucha la organización "Hotline". La realizadora Silvina Landsmann acompaña a las activistas en diversos escenarios: ante el Parlamento, ante autoridades burocráticas, ante los tribunales, en labores de relaciones públicas. Una lucha incansable contra molinos de viento, con la cámara en el centro: gente exaltada que agrede verbal y casi físicamente a las activistas. El ambiente es xenófobo. Los refugiados son negros. Y no son judíos.
Nueva vida
Vladimir tuvo suerte. Tendrá pronto un nuevo hogar. Una enorme embarcación, en el centro de Copenhague. La Cruz Roja danesa creó este hogar colectivo para cerca de 1.000 refugiados de la guerra en Bosnia y Herzegovina, porque todos los refugios habituales en el país estaban repletos. Entonces corría el año 1992 y Vladimir tenía 12. Huyó de Sarajevo con su hemano mayor y su madre. Su familia solicitó asilo. En Dinamarca debía comenzar una nueva vida. Durante casi dos años"Flotel Europa", como reza el nombre del refugio flotante, se convierte en trampolín hacia esa nueva vida.
Para demostrarles al padre y los abuelos lo bien que se puede vivir y salir adelante aquí, la familia, como muchas otras entonces, envía regularmente mensajes de video a la patria. Con parlamentos de los chicos, a regañadientes –"la escuela es buena, es bosnia, pero pronto quizás sea danesa"; "tengo amigos, jugamos fútbol"–, con incursiones dentro del barco y a través de la vida cotidiana. Los estrechos camarotes, las cocinas compartidas, la sala de televisión, los grupos de baile, gimnasia y fútbol.
Veinte años más tarde, Vladimir Tomic ha extraído de innumerables casetes de videos VHS una notable obra de arte, una especie de "falso documental" o metraje encontrado (found footage) que no tiene el interés de documentar la miseria de los refugiados, sino que cuenta, con la ironía que la distancia temporal permite, la historia autobiográfica del crecimiento psicológico y moral del protagonista. Es la historia de Vladimir, que está perdidamente enamorado de la inaccesible Melisa, deambula por el barco, admira las piernas de la recepcionista y toma su primera cerveza con amigos. ¿Un documental? En cualquier caso, una cinta muy particular, conmovedora, que libera al refugiado de su papel de víctima y lo devuelve a la vida, seguro de sí mismo. Vladimir Tomic, quien todavía vive en Copenhague, se ha convertido en un exitoso cineasta y, ahora mismo, es un invitado de la Berlinale, dentro de las salas oscuras y ante los flashes de las cámaras.