Diseñador, periodista y caricaturista, Vladdo ha dejado huella en Colombia y más allá de sus fronteras, con su crítica cáustica y un humor que cala profundo.
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Nació en 1963, casi en la misma época que las FARC, y cuenta que creció con la idea de que eran invencibles. "Nunca pensamos que íbamos a ver a las FARC firmando la paz y entregando las armas. Y eso está ocurriendo en estos momentos", dice Vladimir Flórez, más conocido como Vladdo.
"En Colombia es más peligroso graficar que traficar", señaló una vez. Amante de los juegos de palabras, esa frase suya pone en evidencia la seriedad de su tarea de cronista incómodo de la convulsionada historia de su país, que hoy se asoma a la paz tras un conflicto armado de décadas.
El dedo en la llaga
Decidido defensor del proceso de paz y declarado crítico del uribismo, ha acompañado en las últimas décadas los altibajos de la política colombiana con su propio teleobjetivo intelectual. Y ha retratado esa evolución, por ejemplo, en su versión del Palacio de Nariño, la sede de gobierno, "adornado" con diversos elementos relacionados a la situación del momento.
Lo suyo es la mirada crítica, el humor que va mucho más allá del chiste, que cala hondo, que pone el dedo en las llagas, no solo de su país sino de toda la región y del ser humano como tal. Una mirada cáustica, que se expresa de múltiples maneras: en sus columnas, en espacios de TV y, sobre todo, en sus caricaturas.
Diseñador, periodista y reconocido caricaturista, ha dejado huella desde 1986 en los principales diarios y revistas de Colombia, entre ellos La República, El Espectador, El Tiempo y Semana.
Pero el impacto de su sátira se ha sentido también más allá de las fronteras colombianas. Muestra de ello fue una caricatura que indignó al presidente venezolano, Nicolás Maduro.
Los lápices de Vladdo
Su herramienta es la palabra. Y su lápiz, que ha dado vida a personajes tan conocidos como Aleida, una mujer que reflexiona sobre el amor y la pareja, sobre su condición femenina y sobre este mundo y el otro. "No te engañes, tus vacíos reales no se llenan ni con Botox ni con silicona", dice por ejemplo esta figura, nacida en 1997 de su pluma.
Vladdo recuerda los lápices que dejó su abuelo, que también dibujaba. Eran de marca alemana: Faber-Castell. "Son cosas que a mí de alguna manera me dejaron huella", relata, explicando que ha sido "germanófilo desde muy pequeño, desde la niñez, por temas familiares".
Entre sus lápices hay uno muy especial: "Estuve hace unos años en la fábrica de Faber-Castell, y el barón de Faber-Castell me regaló un lápiz que guardo como un tesoro y que uso todo el tiempo", dice Vladdo.
El trabajo de Vladdo, quien además ha publicado varios libros y fundó un periódico (Un Pasquín), ha recibido múltiples galardones, entre ellos el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar , el Premio Nacional de Periodismo del Círculo de Periodistas de Bogotá y el Premio de Excelencia otorgado por la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).
Faber-Castell: una familia de condes
En 2016 falleció el conde Anton-Wolfgang von Faber-Castell, la octava generación de una estirpe dedicada a llenar el mundo de color. Esta es la historia de la compañía alemana, una de las más antiguas del país.
Imagen: picture-alliance/dpa/I.Wagner
Los orígenes
Fundada en 1761, la empresa Faber Castell es una de las compañías más antiguas de Alemania. Originalmente era un taller de carpintería. El hijo de Kaspar Faber, creador de la empresa, convirtió al lápiz en el primer útil de escritura con marca del mundo. El castillo de Faber Castell, situado en la localidad de Stein, cerca de Núremberg, pertenece a la familia desde hace ocho generaciones.
Imagen: picture-alliance/dpa/D. Karmann
Sinónimo de calidad
Cuenta la leyenda que el conde recién fallecido, Anton Wolfgang Graf von Faber-Castell, tenía la costumbre de lanzar lápices desde la torre de su castillo para comprobar si los productos que llevan el nombre de su familia eran resistentes.
Imagen: picture-alliance/dpa
Castillo Faber-Castell
El castillo de la familia tiene una historia muy curiosa. Al término de la II Guerra Mundial fue ocupado por tropas Aliadas y utilizado para albergar a abogados y periodistas internacionales durante los juicios de Núremberg. Los escritores Ernest Hemingway y John Steinbeck, el actor Montgomery Cliff y el más tarde presidente de EE. UU. Dwight Eisenhower fueron algunos de sus ilustres huéspedes.
Imagen: picture-alliance/dpa/D. Karmann
Made in Germany
"¿Por qué fabricamos en Alemania?", preguntó el conde en una entrevista. "Por dos motivos: para ser los mejores y para retener el conocimiento en Alemania. No me gusta regalarle el conocimiento para producir nuestros mejores lápices a China". A diferencia de otras compañías, Faber-Castell mantiene parte de su fabricación en el país. En la imagen, una fábrica en la colorida ciudad de Geroldsgrün.
Imagen: Imago
Lápices ecológicos
La empresa dice que todos sus productos se fabrican utilizando procesos y materiales ecológicos y ambientalmente sostenibles. Faber Castell sólo utiliza madera de su propio bosque, situado en Brasil. En su proyecto de reforestación y conservación, la compañía planta y cultiva sus propios árboles e incluso recicla el desecho de la producción de lápices para utilizarlos en abonar el suelo.
Imagen: picture-alliance/dpa/D. Karmann
La más grande del mundo
En su antigua planta de Sao Carlos, en Brasil, Faber Castell producía cerca de 1.500 millones de lápices al año, lo que la convertía en la fábrica de lápices de colores más grande del mundo. Ahora, la producción se ha trasladado a otro edificio, situado también en la misma localidad brasileña.
Imagen: picture-alliance/dpa/Faber Castell
El más deseado
Con motivo del 250 aniversario de la compañía, Faber Castell organizó una exposición en la galería KaDeWe de Berlín, uno de los centros comerciales más grandes de Europa. Allí presentaron la "Edición especial 250 aniversario", el lote de productos más deseado para todos los amantes del dibujo a mano.
Imagen: picture alliance/Schroewig/Eva Oertwig
Comienza una nueva etapa
Anton-Wolfgang von Faber-Castell falleció a la edad de 74 años a causa de una grave enfermedad rodeado de su familia en Houston (Estados Unidos). A pesar de que muchos se empeñaron siempre en ponerle fecha de caducidad a su negocio, el conde aseguraba que "el lápiz seguirá con vida mucho más de lo que creemos".