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Washington: Paladín de derechos humanos con tejado de vidrio

Daniel Scheschkewitz1 de marzo de 2005

El informe anual sobre derechos humanos realizado por el Departamento de Estado norteamericano da cuenta de la orientación de la administración Bush, pese a no estar libre de culpas en la materia.

Vanessa Redgrave y otro activistas protestan en Washington, el 2004, por la situación en Guantánamo.Imagen: AP

El gobierno estadounidense ha convertido la propagación de los principios democráticos y la defensa de los derechos humanos en piedra angular de su política exterior. Y eso confiere un significado especial al informe que anualmente elabora el Departamento de Estado sobre el particular. El documento del 2004 pone en el banquillo a los acusados de siempre: Irán, Siria, Corea del Norte, Birmania y China. Pero tampoco se ven libres de críticas países como Zimbabue, Rusia y Arabia Saudita.

Apoyo a los reprimidos

A todas luces, Estados Unidos ya no está dispuesto a eximir de reproches ni siquiera a tradicionales aliados con la esperanza de obtener ventajas estratégicas o de otra índole. Países como Uzbekistán tendrán que tomar esto en cuenta, al igual que el régimen militar del general Pervez Musharraf en Pakistán.

La democracia no se puede imponer desde fuera, como reconocen también algunos miembros de la administración Bush. No obstante, opinan que se debe dar respaldo a las fuerzas libertarias, sojuzgadas por regímenes a menudo brutales. Estados Unidos pretende hacerles saber que cuentan en Washington con un poderoso aliado, cuya solidaridad ya no se limitará al plano verbal.

La estrategia constructiva

Estados Unidos también aplica entretanto el criterio de los derechos humanos a la hora de seleccionar a los destinatarios de ayuda económica. Eso está bien, pero deja de lado un detalle: a veces es precisamente una política constructiva, y no la estrategia de las sanciones ni el aislamiento, la que desencadena cambios en los regímenes autoritarios. El mejor ejemplo lo ofrece la perestroika en la antigua Unión Soviética. Ella no habría sido posible sin la política occidental de distensión.

Ciertamente, las cosas han cambiado desde entonces. Pero también la política exterior estadounidense posterior al 11 de septiembre del 2001 tendrá que someterse al examen de la historia. Quien negocia no sólo confiere una porción de legitimidad a la contraparte, sino que reduce la desconfianza recíproca y crea nuevos márgenes para sus relaciones con el interlocutor. También la oposición del país en cuestión puede beneficiarse de ello a mediano plazo.

¿Cómo andamos por casa?

Por ejemplo, en un ambiente de mayor confianza entre Irán y Estados Unidos no sólo podría resultar más eficaz el control del programa nuclear iraní; también a los mullahs probablemente les resultaría más difícil sojuzgar a la oposición. Al menos la represión no podría justificarse ya con el argumento de la agresión norteamericana.

Al margen de lo anterior, Estados Unidos tendrá que tomar nota de un hecho referido a los acontecimientos del 2004: quien tiene tejado de vidrio no debería lanzar piedras. Con el escándalo de las torturas en la prisión iraquí de Abu Ghraib y la supresión del derecho en Guantánamo, el propio Estados Unidos se puso en el banquillo de los acusados. Tampoco las democracias son inmunes a las violaciones de derechos humanos.

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